La ley y la libertad son principios bíblicos, y son necesarias para la vida espiritual. Tristemente, con mucha frecuencia son adulteradas por los cristianos, llegando al extremo del legalismo o el liberalismo. Una de sus causas es el énfasis excesivo de cierta parte de la enseñanza bíblica. Siempre que tengamos una comprensión selectiva de la Biblia caeremos en el error. Por un lado, la Biblia dice que “la ley es buena” (1 Ti. 1:8), versículo que parece apoyar el legalismo. Por el otro, también dice que “estamos libres de la ley” (Ro. 7:6), versículo que parece apoyar el liberalismo. Necesitamos conciliar ambos textos para tener un entendimiento adecuado de nuestra vida cristiana.

Honestamente, la gran mayoría no admitiría que es un legalista o un liberal. Pero veamos algunas frases características de cada postura para que, de forma objetiva, puedas reconocer si lo eres o no.

EL LEGALISMO

“Un cristiano verdadero no debería ir al estadio porque es idolatría”.

 “Las mujeres no deben usar pantalones porque eso es pecado. Usar solo faldas largas proyecta santidad”.

“Los cristianos no van al cine porque estarían en silla de escarnecedores”.

“Las cristianas no deben cortar su cabello ni usar maquillaje porque es deshonroso y vanidoso”.

“Tomar alcohol bajo cualquier circunstancia es pecado”.

“Los cristianos piadosos no escuchan música contemporánea”.

“No usar corbata en el púlpito es una falta de respeto a la Palabra de Dios”.

Algunas de estas declaraciones podrían parecer bíblicas, pero tienen el problema de expresarse como mandatos absolutos. Cuando, en realidad, el único valor de estas declaraciones se encuentra en los principios bíblicos detrás de ellas. Son medidas que podrían aplicarse a ciertos casos, bajo ciertas circunstancias, en determinados lugares o a ciertas personas. Es decir, podrían ser muy útiles o podrían no tener importancia alguna, dependiendo de cada caso. Pero la forma en la que se pretenden aplicar no está respaldada por las Escrituras.

Esta manera de expresarse convierte las opiniones humanas en mandamientos de Dios. Además, el legalismo convierte la vida espiritual en obras externas, enfocando el cumplimiento de mandatos, disciplinas humanas y observación de costumbres. El enfoque se vuelve el activismo y la apariencia.

Sin embargo, esta postura que para muchos cristianos tiene el nombre de legalismo, para otros es con mucha sinceridad santificación.

Antes de cualquier juicio o aprobación. Te sugiero que primero cedamos la palabra a la revelación divina.

“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:20-23).

Existe, sin embargo, otra postura muy común del otro lado de la acera.

EL LIBERALISMO 

“Ya no estamos bajo la ley. Estamos bajo la gracia. Somos libres y nadie debe juzgar cómo vivimos”.

“Lo que importa es lo de adentro”.

“Dios conoce mi corazón”.

“No debemos juzgar a nadie”.

“Yo no voy a cambiar mi forma de ser solo porque a ti te afecta”.

“Para mí, mi manera de vestir, hablar o divertirme está bien delante de Dios. ¿Quién eres tú para juzgarme? Y ¿quién soy yo para corregirte?”.

“En Cristo somos libres y cada quien le dará cuentas a Dios de sí mismo”.

A primera vista, esta postura también pudiera parecer bíblica y justificable (Gá. 5:1; Ro. 7:6). Sin embargo, el enfoque de la misma es la libertad sin compromiso, una libertad centrada en la satisfacción del hombre y no en la santidad de Cristo. Por eso, esta postura tampoco es apoyada por las Escrituras.

Esta postura corre el riesgo de justificar acciones carnales, argumentando que tenemos nuestros derechos y libertad cristiana. La “gracia” se convierte en una serie de pretextos para justificar su propia satisfacción. Además, esta postura es incongruente, ya que defiende la “santificación del corazón” pero vive en evidente contaminación exterior.

LA LEY DEL AMOR

Hasta este punto, ambas posturas necesitan ser evaluadas con el fin de cumplir los propósitos de Dios en la vida del creyente. ¿Cómo podemos evitar los errores de ambas posturas? La respuesta no es que los legalistas corrijan a los liberales, o que los liberales hagan entrar en razón a los legalistas. No, la Escritura nos guía en nuestra búsqueda:

“Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gá. 5.13–14).

Así que, la Biblia expresa algo que va mucho más allá del liberalismo o el legalismo. Las Escrituras nos llaman a ser libres para servir. Nos llaman a seguir la ley del amor.

Permíteme señalarte cuatro preguntas que pueden guardarte de caer en el legalismo o el liberalismo, siguiendo la ley del amor en todas tus decisiones.

  1. ¿EXISTE UN CLARO MANDATO BÍBLICO?

Si la Biblia habla claramente al respecto de algún asunto, por más controversial que parezca, no hay nada más que argumentar. No importa si me gusta o no, si me conviene o no, si es fácil o difícil, si es cultural o local, preferencia o convicción… Es la Palabra de Dios y punto. Cualquier objeción a obedecerla es un brote de rebeldía contra Dios, aunque parezca tener una argumentación muy lógica. Un verdadero hijo de Dios responde en obediencia ciega a su amante Salvador (Jn. 10:27; 14:21; Mt. 7:21).

  1. ¿MI CONCIENCIA ME ACUSA?

En la ausencia de un claro mandato bíblico, es fácil justificar nuestra vida delante de los demás. Pero no debemos olvidar que nuestra conciencia podría ser testigo contra nosotros mismos delante de Dios. Cuando Pablo afirmaba la libertad de comer carne sacrificada a ídolos, también dijo:

“Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Ro. 14.23).

Así que, si no hay un claro mandato bíblico respecto a un tema en particular, pero tu conciencia te acusa, eso es pecado para ti. ¿Por qué? Porque ir en contra de tu conciencia sí es una clara violación de un mandato bíblico. Cuando tu conciencia te acusa, estás dudando. Y “todo lo que no proviene de fe, es pecado”.

No hay mandamiento escrito, no me acusa la conciencia…

  1. ¿HAGO TROPEZAR A MI HERMANO?

Aunque no haya un claro mandato bíblico ni me acuse mi conciencia, la ley del amor me debe llevar a buscar la edificación de mi prójimo, considerando sus debilidades. Edificar a mi hermano, muchas veces, es estar dispuesto a ceder a una práctica legítima por amor a él (Ro. 15:2). Pablo enseñó esto mismo en la argumentación que mencionamos sobre el alimento sacrificado a ídolos:

“Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite (Ro. 14.19–21).

  1. ¿POR QUÉ LO HAGO?

Por último, aunque no haya un claro mandato bíblico, ni mi conciencia me acuse, ni haga tropezar a algún hermano, debo recordar que vivo para glorificar de Dios:

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31).

Pasando los demás filtros, nuestra motivación real es el punto culminante para averiguar si debo o no hacer algo. Aquí ya no hay nadie a quien impresionar. Aquí ya no hay audiencia ni testigo para presenciar nuestros adornados argumentos. Aquí solo están tú y Dios. Y, con la ayuda de Dios, debes ser honesto contigo mismo. Es impresionante cómo el corazón puede arreglárselas para salirse con la suya. Nuestro corazón es engañoso y no debemos confiar en él (Jer. 17:9). Por ello debemos analizar cuidadosamente nuestras motivaciones.

Si no existe un claro mandato bíblico, ni te acusa tu consciencia, ni hacer tropezar a tu hermano, y puedes afirmar que tu motivación es la gloria de Dios, entonces disfruta al máximo cualquier cosa que hayas considerado a través de estas preguntas, porque seguramente ¡Dios también se deleitará en ello!