“Cuando Jesús nació […] vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: […] venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó…” (Mt. 2:1-3, énfasis agregado).

La presencia de Cristo siempre confronta los intereses personales. Siempre pone al descubierto las verdaderas intenciones. Siempre incomoda a todo aquel que no anda en la luz, “porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:20).

Esto fue lo que le sucedió a Herodes. A pesar de aparentar una gran religiosidad, él era un orgulloso que no tenía intención alguna de adorar a Cristo. Más bien, él quería ser adorado en lugar del Mesías. Herodes no tenía ningún interés en el Rey de los judíos, sino que él mismo quería reinar sobre todos. Herodes no tenía intención alguna de tener comunión con Cristo, sino de deshacerse de Él.

¡Cuánto parecido hay entre Herodes y la vanidosa sociedad que hoy pretende celebrar la Navidad! La multitud religiosa de hoy tampoco quiere adorar a Cristo. La sociedad de hoy tampoco quiere un Rey a quien someterse. Reclama libertad sin límites. Y esta generación también busca deshacerse de Cristo, dejándole fuera de su propia celebración.

Sin embargo, siempre existe un remanente que busca adorar a Cristo. Los magos de oriente son un ejemplo de ello. A ellos no les importó viajar desde el oriente hasta Jerusalén para adorarle. Ellos se postraron ante Jesús y le ofrecieron presentes, reconociéndole como Rey. Ellos no tenían intención alguna de deshacerse de Cristo. Al ser advertidos en sueños, no fueron con Herodes para decirle dónde estaba el recién nacido Rey (Mt 2:12).

Entonces, dos tipos de adoradores resaltan en la “primera Navidad”: Herodes y los magos del oriente.

El primero representa a la mayoría de la sociedad que anda por el camino ancho y adora a cualquier triste sustituto de Cristo, negándose a reconocerle como el Rey de su vida.

Los segundos representan al remanente que anda por el camino angosto y que adora a Cristo, reconociéndole como el Rey de su vida.

Herodes tiene una gran celebración esta noche, donde no faltarán las sorpresas, donde estarán todos los adornos, brillarán cientos de luces, y el árbol estará bien presentado; donde abundarán los regalos, sobrarán los abrazos, y se servirá una suculenta y vistosa cena; donde vendrán los seres queridos y se juntarán los amigos; donde se hablará de tantas cosas que no alcanzará la noche; donde se multiplicarán las sonrisas y se escucharán carcajadas. Pero a esta celebración no habrá invitación para Cristo. Nadie mencionará su nombre. Nadie recordará su sacrificio. Nadie hablará de su carácter. Nadie meditará en sus promesas. Nadie agradecerá por su Persona, y, si acaso Él tocara la puerta, nadie lo dejará entrar en esta “gran cena”.

Los hombres del oriente tendrán todas o algunas de estas cosas que ofrecerá Herodes, pero la gran diferencia será que en este banquete lo importante será Cristo. El centro de la celebración será Él. Todas las demás cosas serán dirigidas hacia Él. Y no importará si alguna de estas cosas faltara porque allí estará Él. En esta celebración, más que comida, abundarán los testimonios de la obra de Cristo en las vidas de los invitados. Más que regalos entre los presentes, se ofrecerá honra y gloria al Cristo encarnado. Los abrazos estarán llenos de la calidez del amor de Cristo. Las sonrisas se desprenderán por el gozo que el Espíritu Santo producirá, recordándoles la gracia de Dios manifestada en la encarnación de nuestro Salvador Jesucristo, el Redentor de nuestras almas.

¿Con quién te identificas? ¿Con Herodes o con los magos de oriente?

Veamos cuál fue la reacción de aquellos que entendieron cómo se debe celebrar la Navidad.

“Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo” (Mt. 2:10).

Esto nos deja ver de dónde emana el gozo en la Navidad. El gozo es Cristo.

La razón de la alegría de los magos es haber encontrado a Cristo. ¿Qué más necesitamos para estar alegres y llenarnos de gozo? Los regalos quedarán sin valor alguno al lado de lo más maravilloso que tenemos: a Cristo. Celebra a Cristo. Regocíjate en Cristo. Y vive para Cristo. Ningún regalo debe tomar ese lugar. Ninguna persona debe suplantar al Salvador. Nada, ni nadie, puede llenar plenamente nuestro corazón sino solo Jesús.

¡Oh, que en esta Navidad podamos ver al Salvador! ¡Que tengamos un reencuentro con el Señor! ¡Que los que no lo han visto se encuentren con la salvación! No hay verdadero gozo en la Navidad —ni en ningún otro momento— si no has encontrado al Señor.

“…y postrándose, lo adoraron, y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes…” (Mt. 2:11).

Este texto nos enseña cuál es el propósito de celebrar la Navidad.

¿Cuál es el propósito de la Navidad? Postrarse de corazón y reconocer al Salvador.El propósito no es juntar a la familia; no es entregar y recibir regalos; no es disfrutar de la cena; no es ver películas toda la noche; no es mirar fotografías álbum tras álbum; ni mucho menos brindar por la Nochebuena. Aunque muchas de estas cosas están presentes y son parte de los festejos, no son el propósito de la Navidad. Son solo ingredientes que deberían prepararnos para el verdadero propósito. ¿Cuál es el propósito de la Navidad? Postrarse de corazón y reconocer al Salvador; arrodillarse ante el Señor y dar gracias por su encarnación; abrir nuestro corazón y ofrecerle el tesoro de nuestra adoración.

¿En qué tipo de hogar te vas a reunir este año para celebrar la Navidad? ¿En el palacio de Herodes o en presencia del Salvador con los magos del oriente?

¿Con Herodes o con lo magos del oriente?