Es típico que los hijos de misioneros tengamos dificultad para identificarnos por completo con alguna nacionalidad. Yo, por ejemplo, soy un norteamericano nacido en España que vive en México y creció en una iglesia hispana internacional en los EUA. En esencia, ¡no soy ni mexicano, ni español, ni americano! Sin embargo, como residente permanente en México, tengo ciertos derechos y responsabilidades en este país, lo cual me identifica de una manera importante.

En Efesios 1, Pablo introduce una nueva identidad o nacionalidad internacional. Esta identidad también tiene ciertos privilegios y responsabilidades. Esta nueva identidad internacional es la más importante de todas: la nueva identidad es que estamos “en Cristo”.

¡Que Pablo, quien fue criado como judío ortodoxo, diga tal cosa es algo extraordinario! Desde niño, le enseñaron que las demás naciones eran inmundas. Desde el regreso del cautiverio babilónico, los líderes judíos habían insistido en la separación de otras naciones para guardarse de la idolatría que los llevó al cautiverio. En Esdras 6, por ejemplo, Esdras insiste en que los hombres que se habían casado con mujeres israelitas de ascendencia mixta debían divorciarse de ellas, ya que no tenían sangre pura judía (de aquí se origina la separación entre los judíos y los samaritanos).

Pero, en Efesios, Pablo describe un misterio que Dios reveló a la humanidad por medio de los apóstoles y los profetas. Aunque fue una revelación tardía, Pablo dice que el plan eterno de Dios fue incluir a todas las naciones en su pueblo escogido. En Éxodo 19:5-6 y Deuteronomio 7:6-11, Dios había dicho que Israel era su pueblo elegido sobre todas las demás naciones. ¿Qué propósito tenía Israel? Mostrar a todas las naciones del mundo cuán increíble y único es Dios. Tristemente, como nación, Israel falló en su tarea. Pero, en Jesús (el verdadero israelita), Israel cumplió su misión a la perfección.

Así, Pablo enseña que Dios no eligió a la descendencia física de Abraham, sino a un Descendiente físico de Abraham. Entonces, el pueblo elegido de Dios no se compone por la asociación física con la nación de Abraham por circuncisión, sino por su asociación espiritual por la fe en el Hijo Prometido de Abraham. De esta manera, Dios cumple su promesa de bendecir a todas las naciones de la tierra en Abraham. La elección de Dios tiene el propósito hacer una nueva nación. Su plan eterno era “reunir todas las cosas en Cristo (Ef. 1:10). Era hacer un nuevo pueblo que no fuese nacionalmente exclusivo sino internacionalmente inclusivo. Jesús empezó una nueva nación: el reino de Dios.

Pablo termina el himno que se encuentra en Efesios 1:3-14 alabando y bendiciendo a Dios por sus muchas bendiciones en Cristo:

En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Ef. 1:12-14).

El fin del canto es que todo el plan prometido de Dios se cumple bellísimamente en Jesús. Pablo afirma que Dios predestinó tanto a Pablo y a los judíos creyentes (Ef. 1:12) como a los gentiles que escucharon y creyeron en el Evangelio (Ef. 1:13). Todos los que creyeron —judíos y gentiles— habían sido sellados con el Espíritu como garantía de ser herederos de Dios. Aunque hubo un tiempo cuando los gentiles estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12), “ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Ef. 2:13). En Cristo, Dios nos eligió incluso a quienes no formábamos parte de la nación elegida por Dios (Israel). Esta elección no es un cambio en el plan de Dios sino su propósito eterno prometido a Abraham. En Jesús, los creyentes tenemos una nueva nacionalidad y familia:

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:19-20).

CONCLUSIÓN

Como hijo de misionero nacido en España, crecido en California entre hispanos de muchos países, y actual residente permanente de México, no me identifico bien con ninguna nacionalidad… terrenal. Pero, en Cristo, ¡me identifico humilde y perfectamente como cristiano!