“Pastor, quería decirte que no estaremos en la iglesia los siguientes tres meses porque mi hija está en un equipo y tienen partidos los domingos y entrenamientos entre semana”.

Sentí un vacío en mi estómago. No fue sorpresa, porque he escuchado esta clase de afirmaciones docenas de veces de parte de diferentes padres a través de los años. Deportes, obras de teatro, grupos musicales, proyectos comunitarios, etc. Una larga lista de programas y distracciones que inevitablemente alejan a una familia de la iglesia por un tiempo. “Bueno, quisiera animarte a reconsiderarlo”, comencé a decirle.

Pero no había manera de hacerle cambiar de parecer. Le expliqué calladamente la importancia de su rol como padre a la hora de poner el estándar para sus hijos. Le hablé de la importancia de poner a Dios en primer lugar. Le hablé de la importancia de asistir a la iglesia local (He. 13:17). Pero, en frente mío, estaba un hombre y padre que, en vez de guiar a su familia hacia la santidad, estaba escogiendo infligirles heridas espirituales.

“Pues, total, ya son salvos. ¿Qué más hay?”, dijo jovialmente.

Sentí que la cara se me ponía roja. “¿Qué más hay?, le pregunté, “¡La vida! El Evangelio es para toda la vida no solo es una tarjeta de ‘salir gratis del infierno’. A la larga, el que tu familia esté aquí les ayudará mucho más que este deporte. Créeme”.

Ahora me replicó con más hostilidad: “Pues, ellos necesitan aprender de trabajar en equipo y cosas así”. Intercambiamos algunas palabras más y salió de la iglesia —sus hijos y su esposa detrás de él—. Sus hijos asistieron a unas cuantas actividades de jóvenes. Y luego, nunca más los volvimos a ver.

Como pastor, mi corazón todavía se duele al recordar ese intercambio y muchos más como ese. Como un creyente que cree que el reunirse con los santos es un valioso y obligatorio privilegio de la gracia, siempre he batallado con esta clase de conversaciones —y sigo batallando—. Me quedo estupefacto al ver la facilidad con la que supuestos creyentes mandan a Dios al segundo plano de su vida —especialmente cuando el corazón de sus hijos está en juego—.

¿Dónde nos equivocamos? ¿Cómo podemos cantar el domingo que Cristo “es mi todo” y luego decidir sacrificar las gloriosas verdades del Evangelio sobre el sangriento altar de los hobbies? ¿En qué momento tantos padres cristianos cambiaron la instrucción de “mantén tus ojos en Cristo” por “mantén tus ojos en la pelota”?

Vaya, OTRO artículo sobre la maldad de los hobbies… Déjame decirte esto: no hay nada inherentemente malo con los deportes o cualquier otra clase de hobby, con tal que no viole la ley de Dios. Soy un gran fanático de los Phillies y un ávido cazador (si todavía no te caía mal seguro que ahora sí).

Yo también lidié por años con el tira y afloja de los hobbies y la iglesia. Iba de un extremo del péndulo —no importa, al otro, todos los hobbies son malvados y alejan a las personas de Dios—. Pero creo que ahora, por el estudio de la Palabra de Dios, tengo una comprensión más bíblica.

En lo personal, no creo que faltar a los cultos el día del Señor es apropiado a menos que haya sido divinamente impedido (enfermedad, hospitalizado, etc.). El domingo es un día especial para el pueblo de Dios y no debería ser tratado como un segundo sábado. Eso significa que los hobbies deben quedar en segundo lugar después de las cosas de Dios. Este concepto es contracultural. Mi familia inconversa cree que estoy loco porque cuando llega la temporada de caza, me llevo a mi familia de las montañas, nos bañamos en una parada de camiones, y vamos a los cultos de una pequeña iglesia en un pueblito cercano —en efecto, “desperdiciando” un día entero de caza— pero yo siempre lo disfruto. Por supuesto, que hay ocasiones cuando estoy pasando por un puerto en las montañas que todos los venados que se me están escapando pasan corriendo por mi imaginación, pero luego me sacude la verdad: “Glorioso eres tú, poderoso más que los montes de caza” (Sal. 76:4). Los hobbies y la conveniencia no son razón para desobedecer los claros mandamientos de Dios (He. 10:25) —ni cuando es temporada de caza—. No quisiera que mis hijas piensen que nos tomamos vacaciones de Dios.

Creo que el problema no es el deporte o el hobby en sí. El problema es que los padres son olvidadizos.

Los padres se han olvidado de quién es responsable por el bienestar espiritual de sus hijos

Los hijos son herencia y bendición de Dios (Sal. 127:3-5), y como regalos de Dios, deben ser tratados y cuidados como seres preciosos creados a su imagen (Gn. 1:27). Los padres son mandados en las Escrituras a disciplinar a sus hijos (Pr. 25:19) y enseñarles lo que deben saber acerca de Dios (Pr. 22:6; Dt. 6:7). Los padres son los responsables de presentar a sus hijos las Escrituras “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Es curioso que en ninguno de estos pasajes que hablan de la crianza se transfiere esta responsabilidad a la iglesia. Si voy a rendir cuentas por mi familia, entonces tengo que tomar esta responsabilidad en serio.

Los padres se han olvidado del propósito del ministerio de jóvenes

Podemos debatir sobre la validez del ministerio juvenil todo el día, pero la mayoría estaríamos de acuerdo que, como ya mencionamos, el ministerio de jóvenes no es un sustituto aceptable para la vida y crianza piadosa en el hogar. Yo soy el primero en reconocer que existen muchos malos programas de jóvenes. Pero, el ministerio de jóvenes, en su forma más pura, debe ayudar a los padres en equipar y reforzar las necesidades y hábitos espirituales de sus hijos. Desafortunadamente, en vez de verlo como una herramienta útil, el ministerio de jóvenes es visto como un sustituto. Es un día triste cuando el cuidado espiritual de los hijos es traspasado a la iglesia, que los tiene una o dos horas cada semana, con la expectativa de que supla las deficiencias de liderazgo y vitalidad espiritual en el hogar. ¿Es de sorprender cuando los hijos se “aburren” y se alejan? Es todavía menos sorprendente que los padres culpen a la iglesia cuando sus hijos se alejan. ¡Imagínate cómo cambiarían las cosas si los padres oraran y estudiaran con sus hijos, invirtiendo habitualmente en la vida espiritual de sus hijos!

Padres se han olvidado del propósito de la reunión semanal

Cuando los padres escogen inscribir a sus hijos en programas que los llevarán a violar el claro mandamiento de Hebreos 10:25, es una señal de que se han olvidado del propósito de la congregación semanal. Es fácil decir “______” es más divertido que la iglesia, que los hijos lo disfrutan más; y olvidarse, por supuesto, ¡de que el propósito de la iglesia no es entretenerte! El reunirte con otros tiene un propósito mucho mayor que simplemente el darnos algo que hacer el domingo (a menos que algo más se interponga por el camino). Mark Dever resume el propósito de la reunión dominical de la siguiente manera: “Los fines legítimos de una congregación local en vida y acción son los de adorar a Dios, edificar a la iglesia y evangelizar al mundo. Estos tres propósitos, a su vez, sirven la gloria de Dios” (A Theology of Church [Una teología de la iglesia], p. 809).

Padres se han olvidado de su afecto mayor

La mayoría de los creyentes afirman amar a Dios. 1 Juan 4:19 nos recuerda que “nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero”.  De hecho, el amor a Dios y a otros es la marca más destacable de la vida de los creyentes (Jn. 13:35). En Juan 14:15, Jesús dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.  En resumidas cuentas, el amor marca la vida del cristiano.

Considera el hecho de que Jesús vivió, murió y resucitó por ti. Murió como la propiciación por tus pecados, satisfaciendo la ira divina del Padre que debería haber caído sobre ti (1 Jn. 2:2), si su misericordia no te hubiera librado. Tú, que estabas muertos en tus delitos y pecados, recibiste vida (Ef. 2:1). Al nacer de nuevo, Cristo tomó tu corazón de piedra y lo reemplazó con un corazón de carne que le adoraría, honraría, tendría comunión con Él y le glorificaría (Ez. 11:19). Fuiste comprado con precio, amado creyente, y ya no eres tuyo (1 Co. 6:20). Jesús y sus mandamientos son TODO para el creyente, y es ese amor y pasión por Jesús que deberíamos demostrar y pasar a nuestros hijos. Amigos, por mucho que me guste el beisbol y la caza, ninguno de los dos ha hecho por mí lo que Jesús hizo por mí.

Cuando alejo a mis hijos de las cosas de Dios por mis hobbies, no estoy amando a Dios y no estoy amando a mis hijos. Los estoy programando para satisfacerse con afectos menores —los estoy programando para el fracaso—.

Conclusión

Padres, tenemos que dejar de “programar” a nuestros hijos para fracasar espiritualmente, sustituyendo cosas espirituales con un exceso de programas, y tenemos que recordarnos constantemente nuestras responsabilidades y demostrarles a nuestros hijos que el verdadero gozo se encuentra en la presencia del Rey Jesús (Sal. 16:11).


Blake Laberee es esposo, padre de dos hijas, y pastor principal de una pequeña iglesia bautista en el noroeste Pacífico en Estados Unidos. Tiene una licenciatura en Ministerio Pastoral y fue pastor de jóvenes por cinco años. Blake promedia la lectura de un libro por semana, es un amante de la naturaleza y un fanático de los Phillies, equipo de beisbol.


Publicado originalmente en www.patheos.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.