—“Nunca les impongas nada a tus hijos”.

—“Tu hijo es libre. Nació así y debe continuar siendo así”.

—“No tienes el derecho de exigirles a tus hijos que hagan algo sin explicarles el porqué”.

—“Respeta a tus hijos. Son seres vivos igual que tú”.

—“Estás para guiarlos y prestarles ayuda cuando la pidan”.

Si uno lee material sobre la crianza, pronto se topará con afirmaciones como estas. Se escuchan en las conversaciones entre padres, incluso entre muchos padres cristianos. Pero estas afirmaciones reflejan una filosofía que es un grave peligro para la vida espiritual de nuestros hijos.

Antes de continuar, quiero aclarar que reconozco que muchos padres han caído en un autoritarismo incorrecto. También creo que, conforme nuestros hijos maduren y lleguen a la adolescencia, debemos tener mayor comunicación con ellos, explicándoles más y más nuestras razones. Esta es una manera de prepararlos para tomar sus propias decisiones como adultos.

Sin embargo, el día de hoy podemos ver a madres intentado convencer a sus hijos —que apenas pueden hablar— a dejar que les cambien el pañal, comer cierta comida, irse del parque para regresar a casa, bañarse o acostarse. En las iglesias, las vemos rogándoles a sus hijos que se sienten calladamente en la iglesia, que vayan a la clase de escuela dominical, o que no corran por los pasillos de la iglesia. En vez de simplemente decir “es hora de acostarte, ve a la cama” o “es la hora del culto, siéntate calladamente”, se enredan en largas conversaciones intentando conseguir que sus hijos acepten sus razones y hagan lo que sus padres desean que hagan.

Algunos cristianos afirman que están reflejando el trato compasivo de Dios con el ser humano. “Después de todo, Dios dio todo un libro para explicar su plan”.

¿Es una estrategia correcta? ¿Realmente están reflejando al Padre celestial?

Si analizamos el ejemplo de nuestro Padre, tenemos que notar que Dios no siempre nos explica el porqué de lo que hace.

En la Biblia no tenemos registro de alguna explicación a Adán y Eva. “No coman del árbol porque morirán” (Gn. 2:17). Seguramente Adán y Eva se preguntaban por qué no podían comer de ese árbol o por qué las consecuencias serían tan graves. Algunos pudieran incluso pensar que, si Dios hubiera dado más explicaciones, hubiera evitado el pecado de Adán y Eva. ¿Por qué Dios no dio más explicación? Sinclair Ferguson afirma que Dios deseaba que aprendieran a obedecerle por la confianza y el amor. Sin esa base de confianza y amor, no sería realmente obediencia, sino el convencimiento de la conveniencia.[1]

Muchas leyes del Pentateuco no tienen más explicación que frases como “háganlo porque yo soy santo”, “yo soy tu Dios”, o “te lo he mandado” (Lv. 11:44-45).

En Efesios 6:4, las Escrituras no dicen: “Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor cuando comprendan sus instrucciones, porque entonces es justo”. Tampoco dicen: “Hijos obedezcan a sus padres porque esto es razonable”. Simplemente mandan la obediencia y sumisión, afirmando que eso es justo. Punto.

Quizás es aún más importante notar que exigir comprensión antes de obediencia choca frontalmente con la esencia del cristianismo. El Dios del cristianismo es imposible de comprender. Sus caminos y pensamientos son infinitamente superiores a los nuestros (Is. 55:9). Igual que un niño no puede entender completamente las razones de las instrucciones de sus padres, el cristiano tampoco puede entender a Dios. Necesita aprender a obedecer porque confía en su sabiduría y amor.

A la misma vez, a veces Dios sí da explicaciones. Pero aun cuando da estas explicaciones, no siempre son completas ni satisfacen completamente a la persona que recibe la explicación.

En medio de su sufrimiento, Job exige una audiencia delante de Dios. Quiere que Dios le explique el porqué de su sufrimiento. Pero Dios nunca le explica el porqué. Se revela como un ser que supera la comprensión finita de la mente de Job. Le señala algunas de sus obras en la creación y le pregunta si puede comprenderlas. Si Job no puede entender las cosas más básicas de su creación, ¿cómo podría debatir con Dios sobre una de las grandes complejidades morales de la historia —la existencia del sufrimiento—? ¿Qué respuesta le correspondía a Job? Job pone su mano sobre su boca (Job 40:4) y se arrepiente en polvo y ceniza (Job 42:6). Le correspondía escuchar y obedecer.

Algo similar sucede con el profeta Habacuc. El libro inicia con Habacuc pidiendo que Dios juzgue a los judíos perversos (Hab. 1:2-4). Cuando Dios dice que los juzgará con una invasión de los babilónicos (Hab. 1:5-11), Habacuc cree que Dios está siendo injusto y se queja amargamente (Hab. 1:12-2-1). Aunque Dios le promete que protegería al justo (Hab. 2:4), no se retracta de la invasión babilónica (Hab. 2:2-3). Finalmente, Habacuc reconoce que su única opción es confiar en Dios (Hab. 3:16-19).

No estoy abogando por una crianza distante y totalitaria de generaciones pasadas. Estoy señalando que nuestra cultura moderna ha reaccionado contra el abuso de autoridad del pasado llevando el péndulo al otro extremo.

¿Qué consecuencias tiene para la vida de nuestros hijos?

Cuando los padres siempre tienen que dar explicaciones y convencer a sus hijos, les ponen al volante de su propia crianza. De manera implícita, el padre le enseña al hijo que no tiene que obedecer a menos que entienda y concuerde con la indicación de la autoridad. Entonces, en último análisis, el niño es su propia autoridad.

Muchos padres han pasado todo el tiempo de la crianza intentando “ganarse la confianza” de su hijo siendo “abiertos y razonables” y teniendo una abundante comunicación con él. Cuando crece, se llevan la sorpresa de que su hijo desecha sus enseñanzas, razones, y explicaciones. ¿Qué sucedió?

El hijo nunca aprendió a someterse a una autoridad externa. Cuando los argumentos de sus padres ya no le convencieron, simplemente escogió hacer lo que su razonamiento le decía. No estoy sugiriendo que los argumentos de sus padres no tenían validez. Un hijo puede rechazar argumentos perfectamente válidos y convincentes por el simple hecho de que es un pecador con una mente entenebrecida y un corazón rebelde que rechaza cualquier autoridad. Pero, tristemente, muchos padres han entrenado a sus hijos a pensar que ellos siempre tienen la última palabra, que siempre deben hacer lo que ellos creen que es justo, lógico y correcto.

Cuando estas actitudes se trasladan a nuestra relación con Dios, los resultados son catastróficos. Como ya hemos dicho, los caminos de Dios son infinitamente superiores a los nuestros. Es imposible que le entendamos completamente, aun si escogiera revelarse completamente a nosotros (¡y eso que muchas veces NO escoge revelar todas sus razones!). Un joven que ha sido entrenado por sus padres a hacer solo lo que le parece razonable se va a topar con verdades en la Biblia que no le parecen razonables y con mandamientos que no le convencen. ¿Cómo responderá? Simplemente los rechazará. Así lo entrenaron sus padres.

Como cristianos deberíamos comprender esto fácilmente. La Biblia nos dice que la esencia del cristianismo es fe. Tenemos que aprender a caminar por fe y no por vista (2 Co. 5:7). Muchos padres crían a sus hijos para rechazar la fe al siempre intentar convencerlos, rehusando ejercer su autoridad bíblica. Al no exigir obediencia, no les enseñamos a confiar. Los entrenamos para abandonar al cristianismo, un caminar por fe.

CONCLUSIÓN

Padre cristiano, tu hijo necesita aprender a obedecerte, confiando en tu amor y sabiduría, para que pueda aprender a obedecer a Dios porque confía en su amor y sabiduría. Si no le entrenas a obedecer de esta manera, si le entrenas a obedecer solamente cuando comprende, le costará obedecer a su Padre celestial.

Padre cristiano, sé sabio.

Sé amoroso.

Exige obediencia.

Prepara a tu hijo a caminar por fe y no por vista.


Publicado originalmente en Crianza Reverente. Este artículo ha sido usado con permiso.