Pocas enseñanzas del cristianismo son tan ofensivas para nuestra sociedad como la enseñanza que encontramos en Colosenses 3:18:

“Esposas, sométanse a sus esposos, como conviene en el Señor”.

Esta enseñanza es tan radioactiva que muchos cristianos huyen de ella a máxima velocidad, diciendo que Pablo simplemente “preservaba las tradiciones culturales de sus días”. Argumentan que, ya que nuestra cultura ha cambiado, podemos cambiar esta enseñanza. “La esposa del siglo 21”, dicen, “no tiene por qué someterse a su esposo”.

Pero hay un grave problema con esta observación: ¡es mentira!

Lejos de preservar las tradiciones culturales de su día, Pablo las confronta y transforma radicalmente. Los griegos, romanos y judíos enseñaban sus valores familiares por medio de los “códigos domésticos”.  Según estos códigos familiares, el hombre gobernaba como soberano absoluto, ejerciendo autoridad unilateral sobre todos los que vivían en su hogar. La subordinación e inferioridad de las personas bajo su autoridad era asumida y necesaria para la estabilidad familiar y social.

Las enseñanzas de Pablo chocan frontalmente con las tres grandes culturas de sus días: la griega, la romana y la judía.

Aristóteles, el gran filósofo griego, dijo que el varón tenía un alma completa, mientras que los que estaban bajo su autoridad no. Entonces, ya que tenía un alma incompleta, la esposa era un poco menos que el hombre. El niño menos aún. Y el siervo prácticamente nada. Con esto justificaba el derecho del hombre de gobernar sobre los demás integrantes del hogar. Además, afirmaba que la mujer no podía poseer virtudes al mismo grado que un hombre y que el silencio le hacía honor a la mujer.[1] Para los griegos, la inferioridad de género requería la sumisión.

Dionisio, un filósofo romano, afirmó que la mujer debe “conformarse completamente al temperamento de su esposo y los esposos deben gobernar sobre sus esposas porque son su necesaria e inseparable posesión”.[2] Noten: para los romanos, la inferioridad de la mujer la convertía en “posesión” del hombre.

Josefo, un historiador judío, dijo que la mujer era inferior al hombre en todo.[3] Filón, otro judío, dijo que la mujer estaba diseñada para “la vida interior donde no se aleja de su casa… [y por eso] no debe ser entrometida, interfiriendo en asuntos que no sean del hogar, sino que debe buscar una vida recluida”.[4] Para los judíos, la inferioridad en capacidad de la mujer la relegaba a una vida limitada.

Al leer las enseñanzas de Pablo, ¡las diferencias son evidentes!

El Nuevo Testamento da un alto valor a las esposas, a los hijos y a los siervos. Enseña que el hombre debe amar tiernamente a su esposa, criar compasivamente a sus hijos, y tratar justamente a sus esclavos.[5] Mientras que los códigos domésticos eran dirigidos exclusivamente a los hombres, Pablo se dirige directamente a las mujeres, hijos y esclavos en sus escritos. Los trata como personas: seres humanos con raciocinio, sentimientos y voluntad que podían —y debían—  escoger obedecer a Dios. Al tratarlos como personas, cosa que nadie más hacía, Pablo dignifica a las personas que están bajo autoridad.

Este es el punto: Pablo no preserva las tradiciones culturales de su día. Pablo transforma las tradiciones culturales de su día. Si, hoy, la cabeza de muchos explota cuando hablamos de la sumisión de la esposa, la cabeza de muchos seguramente explotó cuando leyeron las cartas de Pablo en el primer siglo.

Coincidimos, entonces, con las siguientes palabras:

“Entonces, cuando Pedro y Pablo introducen a Jesús en el hogar, todo cambia. En vez de poner al hombre como su centro soberano, Pedro y Pablo colocan a Jesús en el centro”.[6]

Pero, no nos equivoquemos. Aunque el apóstol transforma las relaciones familiares, no borra todas las distinciones ni jerarquías. El mismo Pablo que escribió que en Cristo “no hay varón ni mujer” (Gál. 3:28) también manda que la esposa cristiana se someta voluntariamente a su esposo (Col. 3:18). ¿Cuál es la razón? No es porque convenía en la cultura del primer siglo, sino porque convenía “en el Señor”. Hermana, si estás en el Señor, todavía conviene que te sometas a tu esposo.

La sumisión es difícil, especialmente, en un contexto social que la rechaza vehementemente. Sin embargo,  es la enseñanza consistente a través de toda la Biblia.

Aun comprendiendo lo que Pablo enseña, seguramente muchas personas todavía no están de acuerdo con la enseñanza bíblica. Se les hace machista, arcaico y opresivo. Afirman tener una mejor propuesta para la vida familiar. Pero yo haría la siguiente pregunta: ¿realmente queremos afirmar que nuestra sociedad moderna sabe cómo tener una familia feliz? ¿Queremos afirmar que el desastre que tenemos hoy día es evidencia de que tenemos una sabiduría superior a la del apóstol Pablo y a Dios mismo? Cuando regresemos a las enseñanzas bíblicas, podremos disfrutar verdaderamente de la familia, ya que la viviremos conforme al diseño de su Creador.

A manera de conclusión, quisiera relacionar la enseñanza de Colosenses 3:18 con el mensaje del libro entero (la preeminencia de Cristo). El libro de Colosenses nos lleva a la siguiente conclusión: si eres una esposa cristiana y Cristo es preeminente en tu vida, te someterás a tu esposo. Cuando las mujeres y los hombres cristianos hagan a Cristo preeminente en su hogar, entenderán su rol en la familia y gozarán del diseño divino.


Para aquellos que quisieran seguir leyendo, les dejo unos apuntes adicionales.

En su excelente comentario sobre Colosenses, Peter O’Brien identifica por lo menos seis maneras que los códigos domésticos del Nuevo Testamento difieren de los códigos domésticos de los judíos, griegos y romanos.[7]

  • Los códigos familiares estaban dirigidos a los hombres solamente. Ya comentamos sobre este punto.
  • Los códigos familiares motivaban al hombre a ejercer su autoridad para su propia realización personal. Sí, aunque exhortaban a los hombres a no ser déspotas, su motivación principal era que el hombre se sintiera un hombre virtuoso. En el Nuevo Testamento, el hombre debe ejercer su autoridad para agradar a Cristo, buscando el bien de las personas bajo su autoridad.
  • Los códigos familiares no usaban la palabra griega que Pablo escoge. Los códigos familiares usaban palabras como “obedecer”; algo que Pablo mandaba a los hijos y a los esclavos, pero no a las esposas. A ellas les pide “sumisión dispuesta o voluntaria”, “ponerse voluntariamente bajo otra persona” o “reconocer el dominio o poder de otra persona”. Si Pablo simplemente preservaba las tradiciones patriarcales de su cultura, hubiera escogido las palabras que la cultura usaba, pero deliberadamente escoge una palabra diferente porque revela una enseñanza diferente.
  • Los códigos familiares no contenían el mandato de amar a la esposa. El hombre debía gobernar como un “dictador benévolo”, pero no tenía que amar a su esposa. En contraste, Pablo manda al esposo a amar a su esposa, usando la palabra que describe la forma más excelsa de amor. No solo eros, ni fileo, sino agapao. Cuando Pablo describe la naturaleza del amor matrimonial en Efesios 5, habla sobre un amor de sacrificio, entrega, abnegación y de interés en el bienestar espiritual, emocional y físico de tu esposa. ¡Nadie exigía esto a los esposos!
  • Los códigos familiares describen a un padre con poder absoluto. Un padre romano no se preocupaba por los sentimientos de sus hijos. Tenía poder ilimitado sobre sus hijos y los criaba como bien le parecía, buscando su propio avance político, económico o social. En el judaísmo, los padres podían infligir severos castigos sobre sus hijos desobedientes. De hecho, los rabinos judíos exigían ese severo castigo. En contraste, la Biblia enfatiza un trato diferente que no provoca enojo o desaliento en la vida de los hijos.
  • Los códigos familiares motivaban a los esclavos con castigos por su desobediencia. Los romanos guardaban su castigo más cruel, la crucifixión, para los dos tipos de criminales que consideraban las mayores amenazas a la estructura social romana: los revolucionarios que se sublevaban contra el imperio y los esclavos que rehusaban someterse a sus amos. En contraste, Pablo indica que deben someterse para agradar a Dios. Su enseñanza es tan diferente que Pablo tiene que inventarse una palabra griega. Dice: “no con ojo-servicio”, que es traducido “sirviendo al ojo” (Col. 3:22). ¿Por qué inventa una palabra? ¡Porque lo que Pablo enseña no existía en su cultura!

La evidencia nos brinda una sola conclusión: Pablo no preservaba la tradición cultural de sus días. Para el apóstol, la presencia de Cristo transformaba radicalmente las relaciones del hogar. Aun así, no borra todas las distinciones y jerarquías. Para el buen funcionamiento del hogar, estas distinciones son necesarias porque seguimos estando “en el Señor”.


[1] Política, Libro primero, Capítulo V. Disponible en http://www.filosofia.org/cla/ari/azc03038.htm.

[2] Citado en https://biblicalstudies.org.uk/pdf/cbtj/11-2_049.pdf.

[3] Contra Apión, II:201. Disponible en https://elmundobiblicodigital.files.wordpress.com/2013/12/contra-apic3b3n-sobre-la-antiguedad-del-pueblo-judc3ado-por-flavio-josefo.pdf.

[4] Citado en https://biblicalstudies.org.uk/pdf/cbtj/11-2_049.pdf.

[5] El tema de si la Biblia apoya la esclavitud tendrá que esperar para otro día. Creo que no la apoya. Basta notar que la enseñanza bíblica de que todos somos creados a la imagen de Dios fue la chispa que erradicó la esclavitud en el mundo occidental. Cristianos, como William Wilberforce en Inglaterra y otros líderes evangélicos en Estados Unidos, dirigieron la lucha contra la esclavitud.

[6] Rachel Held Evans. Disponible en https://rachelheldevans.com/blog/aristotle-vs-jesus-what-makes-the-new-testament-household-codes-different. Tristemente, la autora luego comete el error que describo en el siguiente párrafo, borrando las distinciones que Pablo todavía preserva bajo inspiración divina.

[7] Peter T. O’Brien, Colossians, Philemon, Word Biblical Commentary (Nashville, TN: Thomas Nelson Publishers, 1982), 214-234.