Hay algunos episodios en la Biblia que nos dejan con una extraña expresión en la cara. Por no encontrar mejor palabra, nos dejan estupefactos.

El viaje al fondo de la tierra de los hombres de Coré (Nm. 16:31-33). El encuentro violento entre Aod y el rey Eglón (Jue. 3:17-23). El desenlace del rey Sísara (Jue. 4:21). El despedazador episodio del levita y la concubina (Jue. 19-20). Y no olvidemos ciertos pasajes del Cantar de los Cantares o el libro de Ezequiel. Mis respetos al predicador que tiene la valentía de predicarlos un domingo en la mañana.

Uno de esos episodios es el de Eliseo y los jóvenes de Bet-el. Así dice el pasaje:

“Después subió de allí a Betel; y mientras subía por el camino, unos muchachos salieron de la ciudad y se burlaban de él, diciéndole: ‘¡Sube, calvo; sube, calvo!’. Cuando él miró hacia atrás y los vio, los maldijo en el nombre del SEÑOR. Entonces salieron dos osas del bosque y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos. De allí, Eliseo fue al Monte Carmelo, y desde allí regresó a Samaria” (2 R. 2:23–25).

Llama la atención cómo el cronista cuenta lo sucedido y continúa su historia como si nada hubiera pasado.

Este pasaje puede herir nuestros sentimientos, incluso nuestro concepto de Dios. Algunos teólogos liberales, ofendidos por este pasaje, han enseñado que más bien se trata de un concepto retrógrada y tribalista del autor del libro de Reyes. ¡Por supuesto que Dios no haría algo así!… ¿o sí?

Recuerdo que cuando escuchaba la historia de pequeño, nunca me parecía algo extraño. Los jóvenes se habían burlado del profeta de Jehová, y Dios los había juzgado. Así de sencillo.

¿Será que es así de sencillo? En parte me parece que sí, cuando entendemos mejor la historia. Hay dos cosas que nos ayudarán a entender por qué Dios juzgó de esta manera a esos jóvenes.

La naturaleza del profeta de Dios

Dios se acaba de llevar a Elías (2 R. 2:11), el poderoso profeta que se enfrentó al rey Acab, la reina Jezabel, y los profetas de baal. Pero, aunque por mandato de Elías habían muerto los 450 profetas de baal, eso no significaba que el culto pagano había sido erradicado por completo en Israel.

Elías ya no está y Eliseo le ha sucedido. Dios le demuestra al nuevo profeta que está con él al concederle hacer inmediatamente dos milagros (2 R. 2:14; 21-22). El profeta entonces se dirige a Samaria y sube por Bet-el, cuyo significado es “casa de Dios”. Irónicamente a su significado, esta es la ciudad donde Jeroboam había establecido culto pagano a becerros de oro (1 R. 12:29-30). Indudablemente en esta ciudad todavía se rendía culto a estos dioses, y probablemente a otros.

Para entender lo que sigue es importante saber la naturaleza del oficio del profeta. Eliseo, como profeta de Dios, representa la palabra de Dios. Es un mensajero del Dios del pacto. Oponerse a un verdadero profeta de Dios era lo mismo que oponerse a Dios mismo. Burlarse del profeta de Dios era burlarse de Dios mismo.

Y estos jóvenes salen de la ciudad y comienzan a burlarse mientras el profeta sube por el camino. Es muy probable que lo estaban siguiendo, gritándole mientras caminaba (la gramática hebrea parece apuntar a ello). Además, la burla sobre su calvicie suena a desafío personal. Algunos comentaristas dicen que en aquel tiempo la falta de cabello era interpretada por algunos como inferioridad o falta de poder.[1] Así que estos muchachos sabían bien lo que hacían. Era una burla directa hacia Dios y su profeta.

La naturaleza de Dios

Para entender el juicio sobre estos jóvenes debemos entender también la naturaleza de quién es Dios. El Dios de las Escrituras es un Dios de completo y absoluto amor. Sin embargo, todos sus atributos se manifiestan perfectamente en su Persona. Y el amor no es el único de sus atributos. Dios es santo, justo, y soberano.

En su justicia y soberanía, Dios algunas veces decide impartir gracia y misericordia sobre aquellos que se arrepienten, y todos los días demuestra misericordia sobre aquellos que no se arrepienten y viven en rebelión contra Él (Mt. 5:45; Ro. 3:25). Él decide a quién mostrar misericordia y a quién endurecer para mostrar su justicia (Ro. 9:15-16, 18).

En este caso en particular, el juicio de Dios es directo y absoluto. Era necesario para dejar en claro que Eliseo era su profeta y que el pecado no sería tolerado. Dios quería dar un mensaje: “La blasfemia contra el verdadero Dios y su programa se encontraría con consecuencias rápidas y certeras”.[2]

Por cierto, quizá hayas notado este detalle, quizá no: Eliseo proclama la maldición, pero es Dios el que lleva a cabo el juicio. La decisión de juzgar la tomó Dios. El soberano del universo tiene ciertas prerrogativas, y una de ellas es juzgar. Juzgó el mundo con un diluvio, y lo juzgará con fuego (2 P. 3:7). Él puede juzgar a través de una persona, personas, eventos… incluso animales. En este caso, usa a dos osas para llevar acabo su juicio.

A nosotros que estamos bajo el nuevo pacto, nos haría bien recordar lo que dijo Pablo: “Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: ‘mía es la venganza, yo pagaré’, dice el Señor” (Ro. 12:19). No olvidemos que el oficio del profeta ha cesado, y que las responsabilidades del creyente bajo el nuevo pacto son diferentes en algunas cosas con respecto al antiguo pacto.

Sin embargo, hay algo que no cambia: Dios. Él sigue siendo todo amor, toda justicia, y absolutamente soberano. Debemos confiar en Él y su Palabra. Y cuando leamos algún pasaje que nos deje desconcertados, pidamos al Señor que nos muestre verdaderamente quién es el Dios de las Escrituras, a no ser que terminemos creyendo en el dios de nuestra imaginación.

Un Dios que no mataría ni una mosca, ¿habría sacrificado a su Hijo?


[1] 1 and 2 Kings: An Introduction and Commentary (1993), p. 221.

[2] 2 Kings, Expositor’s Bible Commentary (1988), p. 177.


Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.