En el artículo anterior, comenzamos a ver que la Biblia es la historia de cómo Dios restaura la bendición que siempre quiso darle al hombre por medio de su Hijo, quien sufre la maldición que el hombre merece. Sin embargo, el Antiguo Testamento no termina con bendición. Todo lo contrario: la última palabra es “maldición” (Mal. 4:6). Después de 39 libros de revelación, a través de muchos siglos, la maldición persiste. El hombre no merece nada sino la maldición de Dios.

¿Quién restauraría la bendición que Dios siempre quiso darle al hombre?

Jesús y la bendición

El único que en verdad merece la bendición de Dios es Cristo. Él es el único que cumplió la ley que Israel no pudo. Nació “bajo la ley” (Gá. 4:4) y la cumplió (Mt. 5:17). En el sermón del monte (Mt. 5-7), comienza identificando quiénes serán los bendecidos —bienaventurados— de su reino. Jesús, siendo Dios, es el único que siempre busca bendecir a otros. Él fue el único que bendijo en verdad a quienes le maldecían (Mt. 5:44). Como dijo Pedro: “Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hch. 3:26). En
Él, todas las naciones encuentran su bendición (Hch. 3:25).

Sin embargo, la manera en que Cristo bendice es inesperada: toma sobre sí mismo la maldición. Pablo lo expresa con claridad diciendo que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gá. 3:13). Cambió lugar con la humanidad. El Bendito de Dios en el lugar de los malditos por Dios. Tomó la maldición que nosotros merecemos para darnos la bendición que solo Él merece.

iglesia y la bendición

Ahora, gracias a la obra de Cristo, la iglesia disfruta de “toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Pedro dice que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3). ¡No hay bendición alguna que nos haga falta!

Pero ¿qué pasa, entonces, con todo el sufrimiento que existe hoy en día? Jesús mismo dijo: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33). Pablo igual: “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). Cristo vivió en pobreza. Pedro dijo: “No tengo plata ni oro” (Hch. 3:6). ¿Realmente podemos decir que Cristo nos ganó la bendición, cuando vivimos en condiciones tan deplorables?

La Biblia enseña que, ahora, tenemos “toda bendición espiritual en Cristo (Ef. 1:3). Los elementos de bendición físicos, como los de Levítico 26 y Deuteronomio 28 y 29, serán nuestros cuando Cristo regrese y tome su trono definitivamente. Entonces, en el sentido espiritual, “todas la naciones” tenemos la bendición prometida a Abraham por su Hijo (Mt. 1:1). Pero, en el sentido entero y completo, aún esperamos que las bendiciones del Hijo de Abraham vengan para bendecir al mundo entero.

EL FINAL y la bendición

El milenio es el comienzo del fin de la maldición terrenal. Durante el milenio, Cristo asegurará que la voluntad del cielo se haga en la tierra. Los redimidos seremos sus agentes para ejecutarla (Ap. 20:6; 5:10). Justicia, paz, prosperidad, seguridad, la presencia divina… ¡todas las bendiciones que uno podría desear! Pero, aparentemente, el pecado aún mora en los corazones de los nacidos en este tiempo, porque al final hay una última gran rebelión contra Jesús (Ap. 20:8-9). Así que, aunque la bendición aumenta considerablemente en el milenio, todavía existirá la maldición.

Pero, en la nueva creación, viene el glorioso anuncio: “No habrá más maldición” (Ap. 22:3). Por fin y para siempre. En Cristo y por Cristo, la maldición ha sido reemplazada. La bendición universal de Cristo reinará eternamente. Será una gran bendición tener “parte en la primera resurrección” (Ap. 20:6).

El fin de todo es que ¡Dios mismo será bendecido eternamente (Ap. 5:12-13)! Los que merecían la maldición y fueron rescatados por Cristo, hablarán bendiciones a Dios por la eternidad. Alabarán al Dios que, por medio de su Hijo, restauró la bendición que siempre quiso darle al hombre.

Aplicaciones

  1. Recibe la bendición. Tú, como yo, mereces la maldición. Pero, en Cristo, podemos recibir toda bendición existente por pura gracia. Solo necesitas creerlo. Puedes depositar tu fe en Él y convertirte en uno de los que “mueren en el Señor” quienes realmente “descansarán de sus trabajos” (Ap. 14:11-13).
  2. Entiende la bendición. Si crees en Jesús, hoy ya tienes toda bendición espiritual en Cristo. No hay ninguna “segunda obra” o “segunda gracia” posterior a la salvación. Continúa confiando en que has recibido toda bendición por gracia, y sirve al Padre en agradecimiento por restaurar la bendición en tu vida.
  3. Valora la bendición. Muchas veces, podemos perder el enfoque, corriendo tras las falsas bendiciones que el mundo nos ofrece. Las bendiciones espirituales valen mucho más que las cosas de este mundo. No vivas para ganar la basura del mundo, cuando tu realidad está en el mundo venidero y sus verdaderas bendiciones.
  4. Comparte la bendición. Como cristianos, debemos identificarnos también con su sentir: bendecir a los demás. ¡Y podemos hacerlo! Ya que en Cristo tenemos todo, podemos usar todo lo que tenemos para bendecir a otros. Debemos ser los agentes bendecidos por Dios para bendecir a otros, con la finalidad de que ellos también bendigan a Dios.