Hace un tiempo fui a una conferencia para mujeres en otro estado con algunos conocidos. Escuchamos a dos maestras de la Biblia. Ambas han escrito libros. Ambas son muy conocidas. Ahí es donde se acaban las similitudes. Una mujer era anciana. De hecho, estaba en sus “ochentas”. Ella habló primero. Compartió su corazón para nosotras como mujeres jóvenes. Compartió de la Palabra. Habló de mujeres, a quienes ha ministrado, que viven en países donde los creyentes son perseguidos. Su voz se quebró mientras hablaba de sus hermanas en Cristo que viven bajo la constante amenaza de encarcelamiento y muerte. Podías notar el amor que les tenía. Habló de Cristo y del Evangelio. Su conocimiento de la Palabra era muy evidente, y su plática estaba tan llena de la Escritura que parecía que solo le salía de los poros. Salí de esa sesión con un corazón deseoso de conocer más a Cristo. Salí con una clara imagen de cómo me gustaría ser si Dios me permite llegar a una edad avanzada. Décadas de caminar con Jesús le han hecho una de las mujeres más sabias y gentiles que jamás he visto.

La siguiente expositora era una mujer joven. Se puso de pie e inmediatamente empezó a contar historias graciosas sobre sí misma. Habló de viajes que ha hecho. Dejó caer algunos nombres de personas famosas con quienes ha compartido el escenario. Contó más historias sobre sí misma. En algún punto, decidió hablar un poco de la Biblia. Entonces, incrustó en la plática una historia sobre Noé y el arca, y “¿Cómo debe haberse sentido al ver todo lo que había conocido flotando en el agua? ‘Ahí va la casa. Ahí va el tabernáculo…’”. Dejó eso suspendido en el aire, como si estuviera dando tiempo para que generara más impacto. Mientras, yo estaba sentada en mi silla, pensando en cómo el tabernáculo podría haber estado flotando en ese entonces, si el tabernáculo no se construiría sino hasta más de mil años después del diluvio. Traté de pasarlo por alto y darle el beneficio de la duda, pero me di por vencida después del receso. Después de la charla, un par de nosotras tenía boletos para ir a un almuerzo personal con ella y participar en su sesión de preguntas y respuestas. Durante la sesión, tuve que escuchar mucho más acerca de todas las personas famosas que ha conocido. Compartió sobre los diferentes programas de televisión en los que ha estado o en los que participaría. Nos dijo que es normal que mujeres vengan con ella y le digan: “¡Me encantó tu libro!”. A lo cual, ella responde: “¿Cuál de todos, chica? ¡He escrito once!”. Desearía profundamente estar inventando esto. Cuanto más hablaba, más difícil se me hacía tragar la comida que estaba en mi plato. El colmo fue cuando nos dijo que quería tener su propio canal de televisión algún día y ser más grande que Oprah.

Cuando terminó el evento, habían colocadas dos mesas. La mujer mayor estaba en una mesa, esperando para hablar y orar con mujeres que venían saliendo de sus sesiones. La mujer joven estaba en una mesa con todos sus libros, firmando autógrafos y tomándose “selfies” con mujeres que habían comprado un libro. Estaba de pie frente a una lona gigantesca con una enorme imagen de su propio rostro. Aquí está la parte que más me entristeció. La fila en su mesa tenía tres o cuatro personas de ancho y se extendía hasta la puerta hasta la acera de afuera.  En la mesa de la mujer mayor, no había fila.

Mientras observaba la escena, tuve el pensamiento de que este es el problema. Este es el porqué nosotras las mujeres estamos muriéndonos de hambre por la Palabra. Este es el porqué somos espiritualmente débiles y no podemos discernir cuando una cara bonita nos miente con Biblia en mano. Es porque amamos las cosas incorrectas.

Exaltamos la juventud y la belleza. Queremos diversión más de lo que queremos sabiduría. Queremos que nuestros maestros nos cuenten un chiste del cual podamos reírnos. “El corazón de los sabios está en la casa del luto, mientras que el corazón de los necios está en la casa del placer” (Ec. 7:4 LBLA).

Queremos empoderamiento más de lo que queremos humildad. “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Mi. 6:8).

No queremos la verdad. Queremos que nos mientan. Nunca admitiríamos eso en voz alta, pero en el fondo se siente mejor que te mientan a que te digan la verdad. “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos” (2 Ti. 4:3–4).

La verdad es que, aparte de Jesús, no tenemos nada (Sal. 16:2). Nosotras no somos la esperanza del mundo. Jesús lo es. Fuera de Él, somos “de corazón duro, mente entenebrecida, enemigos de Dios”. Contrario a lo que nos dicen las maestras de Biblia porristas, que promueven el empoderamiento femenino, no somos nosotras las que cambiaremos al mundo. Jesús lo hará. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). En otras palabras, Dios nos pide que permanezcamos en Él. De esa unión, esa cercanía, crecerá fruto verdadero crecerá, se dará impacto verdadero, pero, incluso entonces, todo es de Él. Incluso eso no se trata de nosotros. Nunca hay un punto donde esté bien exaltar nuestro propio nombre. Exaltamos Su nombre, como un estandarte. Debemos ir detrás de Su gloria, no la nuestra. Llamamos a la gente a seguir a Cristo, no a nosotros.

El libro de Oseas describe un tiempo cuando los sacerdotes se negaron a enseñar la verdad a la gente. Me recuerda mucho a nuestra cultura actual. Dios reprendió a los sacerdotes y dijo: “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Os. 4:6 LBLA). ¿Estamos siendo destruidos? Otras versiones en inglés usan la palabra que traduciríamos como “perecer”. ¿Estamos pereciendo por falta de conocimiento de la verdad? Pienso que lo estamos haciendo. Hemos cambiado la humillante verdad de Dios por una auto-exaltante mentira. ¿Te suena familiar? Lee Romanos capítulo 2. Mujeres de Dios, les suplico que persigan la sabiduría. Les ruego que hagan a un lado el libro sobre el empoderamiento femenino y tomen su Biblia. Su vida depende de ello. Tus hijos no necesitan una mujer empoderada. Necesitan una mamá humilde y temerosa de Dios. Nuestro mundo necesita mujeres que se ven no como fieles a sí mismas, sino como Jesucristo. Esto no pasará hasta que tomemos la decisión de afirmar nuestros pies, dibujar una línea en la arena y declarar que iremos tras Dios. Vamos a consumir Su Palabra como la comida espiritual que es, y vamos a dejar que Él nos conforme a Su propia imagen, sin importar cuán difícil sea, sin importar cuánto tiempo lleve. Y si eso requiere que tomemos una postura en contra de la ola de enseñanzas narcisistas que se extienden en la cultura cristiana, entonces firmemente nos pondremos de pie y lo enfrentaremos de lleno, porque la Roca bajo nuestros pies no se moverá.


Escrito por Amber Lee.


Publicado originalmente en www.willnotbetaken.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.