Al iniciar este año, me reí al pensar que soy la «eterna dama de la novia». Me di cuenta de que estoy a punto de iniciar una colección de tarjetas «Save the date»[1] e invitaciones de boda. Tengo varios pequeños recortes de tela que me recuerdan que aún no tengo los vestidos para las tres bodas en las que seré dama esta primera mitad del año. En verdad, disfruto tener amigas que se preparan para caminar hasta el altar. Disfruto ver sus caras al contar su «historia de amor»; me alegra ver el alivio que transmiten al encontrar, por fin, su vestido; y me encanta poder animarlas cuando la fecha se acerca y los pendientes parecen interminables.

Sin embargo, un día esa alegría se apagó mientras escuchaba otra fresca «historia de amor» —que siempre me han gustado escuchar—. Una amiga cercana me estaba contando cómo Dios ha estado guiando su amistad con un hermano en Cristo muy ejemplar, y, de repente, una pregunta saltó a mi mente: “¿Por qué no me pasa a mí?”

Quizás te has preguntado esto mismo en algún momento de tu vida —aunque no haya estado conectado con relaciones sentimentales—. Interesantemente, la pregunta no viene sola, sino que la acompañan ciertas emociones desagradables como la tristeza, la envidia, el descontento y la autocompasión. Nuestro corazón es engañoso. Es una fábrica de ídolos y de deseos opuestos a la santidad de Dios (Jer. 17:9; Mr. 7:21). Todo creyente debe amar a Dios con todo su corazón Mr. 12:30), pero lucha contra estos sutiles enemigos. Seguramente, has escuchado el proverbio que dice “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). La traducción Dios Habla Hoy lo dice así: “Cuida tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida”. Guardar nuestra mente es amar a Dios con todo nuestro corazón.

Esa noche, al escuchar la historia de mi amiga, mis sentimientos fueron una simple consecuencia de mis pensamientos. Mi mente se llenó de pensamientos como “¿No merezco yo también experimentar algo romántico?”, “¿Qué me falta para tener un amigo así?”, “¿Por qué la vida será tan injusta?”, “¿Ella qué hizo para disfrutar eso que yo no tengo?”. Todos estos pensamientos revelaron lo que escogía creer de Dios en ese momento, y los deseos de mi corazón salieron a flote: «merezco algo mejor», «Dios es injusto», “Dios no me ama porque no me da lo que quiero». No recuerdo haber pensado exactamente eso aquella noche, pero, al meditar en las preguntas que me hice, me di cuenta de que estaban basadas en esos pensamientos. Me posicioné en el lugar en el que el enemigo de mi alma anhela que esté. Acepté la mentira de que el mundo gira alrededor de mí y que tener un chico desviviéndose por mí es lo mejor en la vida y es todo lo que me falta para ser feliz.

Al día siguiente, sin notar aún lo que mi corazón albergaba, me encontraba triste —sentada en la banca de mi iglesia—, cuando indicaron el siguiente himno a cantar: «Cristo, mi íntimo Amigo». En la letra de ese himno, Dios me confrontó hasta las lágrimas.

«Cristo, mi íntimo Amigo, a mi lado siempre va. Cristo jamás me abandona. Mis temores quitará. Cristo, mi íntimo Amigo, mi confianza está en Él. Mi gran Rey, mi Señor, Salvador, pero es más: es mi Amigo más fiel». 

Por estar enfocada en mí misma esas horas, olvidé que sí tengo un Amigo, muy íntimo, y lo he tenido por más de diez años. No había descansado en Su sabiduría y soberanía, que controla cada día de cada mes de mis años en la tierra (Sal. 115: 3; Luc. 12: 6-7) y no había traído a mi mente la verdad de que Dios, el Rey de gloria y Salvador de mi alma, ha decidido entablar una amistad cercana conmigo (Jn. 15:15). Eso sí es lo mejor en esta vida y por la eternidad. Por supuesto, los sentimientos que acompañaron a esos pensamientos fueron muy diferentes: alegría, agradecimiento, y el hermoso sentimiento de ser amada.

Hoy es 14 de febrero, el clásico día en que la mayoría de las chicas solteras se sienten insatisfechas con la vida, y deseosas de experimentar una relación romántica “para que valga la pena levantarse de la cama por la mañana”. Sé que soy propensa a caer nuevamente en tales pensamientos egocéntricos y autocompasivos. ¿Cómo debo prepararme para el día que regresen? ¿Qué haré en las bodas de mis amigas? Y ¿qué haré cuando escuche otra nueva y fascinante “historia de amor”? Recordar cuál es el verdadero problema. El problema no es si tengo un pretendiente o no, ni si me voy a casar algún día o no. El problema es olvidarme de mi verdadero Amigo. El asunto es si hoy estoy viviendo para Él, deleitándome en Su presencia (Sal. 16:11). La solución es guardar su Palabra y creer lo que dice sobre quién es Él, cualquiera que sea mi situación.

Además, quisiera compartirte tres prácticas que me han ayudado a combatir y prevenir ese estado triste y pecaminoso.

  1. Examina tu corazón: ¿Qué entra? ¿Qué sale? ¿Estoy guardando mi corazón? ¿Evalúo mis pensamientos? ¿Estoy creciendo en discernimiento? La Palabra de Dios es el arma definitiva contra los engaños y las vacías filosofías sobre el amor que este mundo egoísta promueve. (Fil. 1:9-10; Fil. 4:8-9) También, como David, pide al Señor que te examine (Sal. 139:23-24).
  2. Cultiva el agradecimiento: Las comparaciones entre nosotras nos destruyen y apagan nuestro gozo. El agradecimiento es un mandato (1 Ts. 5:18), y es la solución que alegra al espíritu, espantando los malos pensamientos y los deseos envidiosos y de autocompasión. Ser agradecida te recuerda lo bendecida que eres a pesar de no merecer nada. Agradece a Dios por lo que es y por lo que ha hecho por ti; por su obra en tu vida y en la de tus amigas (¡incluyendo las próximas a casarse!).
  3. Empieza a amar: En el plan hermoso de Dios, la soledad como estilo de vida no encaja. Muchas chicas —en un intento por apagar sus deseos de noviazgo, o por excusarse de no estar en una relación— aparentan ser felices al vivir de forma “independiente”, menospreciando el diseño divino del matrimonio. Pero Dios nos ha colocado dentro de una familia de sangre, y dentro de una gran y duradera familia espiritual. Amar a tus hermanos —no solo en palabras, sino también en hechos— mantiene tu mente y manos ocupadas. En vez de estar esperando y deseando recibir algo de un chico, piensa en formas de mostrar amor a otros. No obstante, recuerda que amar a otros fluye de tu amor a Dios. 1 Juan 4:7-21 es una buena porción para reflexionar y poner en práctica. ¡Ama a tu Amigo! Crece en intimidad con Él y disfruta de su plan perfecto en esta etapa de tu vida.

Es hermoso encontrar que lo que nuestro corazón anhele fervientemente, en cualquier estación del año y de la vida, lo hallaremos siempre en Cristo. Rey, Señor, Salvador, Padre, Esposo y también Amigo.


[1] “Save the date” es un aviso informal a una boda (previo a la invitación formal).


Oriana Boyde nació en Puerto Ordaz, Venezuela. En el 2012, viajó a México para estudiar la licenciatura en Pedagogía en la Universidad Cristiana de las Américas, y, desde entonces, reside en el estado de Nuevo León. Actualmente, disfruta servir en el dormitorio de señoritas de la UCLA. Su padre, Eduardo Boyde, pastorea la Iglesia Bautista Central de Puerto Ordaz.