¿Cómo puede un hombre pecador disfrutar de la presencia de un Dios santo? Hay una horrenda expectación de juicio en el corazón del ser humano que le hace temer a Dios y huir su presencia. Sin embargo, a la misma vez, anhela recuperar su acceso a la presencia de Dios porque sabe que solamente allí encontrará la plenitud de gozo. ¿Cómo lo puede recuperar? A través de las Escrituras, vemos que la presencia de Dios es uno de los temas más importantes de la historia de la redención.

ADÁN Y LA PRESENCIA DIVINA

La creación

Cuando Dios creó a Adán, lo creó para llevar la imagen de Dios mismo. Era su agente para ejecutar la voluntad divina sobre la tierra (Gn. 1:26). Entre todas las muchas bendiciones que Adán disfrutaba, conocer a su Dios y tener comunión con Él era la más grande. Representaba a Dios, y comulgaba[1] con Dios. Dios lo puso en el huerto en el Edén (Gn. 2:15) y Dios “se paseaba…al aire del día” con el hombre (Gn. 3:8). ¿Se imagina? ¿Cómo fueron esas conversaciones? ¿Qué dudas habrán aclarado? ¡Hablaba “cara a cara” con Dios! ¡Seguramente era la hora más placentera de cada día![2]

La caída

Cuando Adán pecó, “se escondió de la presencia de Jehová Dios” (Gn. 3:8). ¡Qué trágico! El mismo versículo que revela que Dios comulgaba con el hombre también revela que el hombre ya no deseaba comulgar con Él. Sí, escuchaba su voz, pero ahora tenía miedo de estar en la presencia de Dios (Gn. 3:10). De hecho, por su pecado Dios expulsó al hombre del santuario (Gn. 3:23), vigilando la entrada al huerto con “querubines y una espada encendida que giraba en todas direcciones” (Gn. 3:24). Aunque el hombre siempre está delante del Dios omnipresente, el hombre pecador perdió su privilegio de estar en su presencia, de convivir con Él. Pero, en ese mismo instante, Dios prometió que la simiente de la mujer vencería a la simiente de la serpiente. Como parte de esa victoria, la Simiente restauraría el acceso a la presencia divina.

Las consecuencias

Adán y Eva sintieron vergüenza por su desnudez, la primera consecuencia de su pecado, e intentaron cubrirla. Sin embargo, Dios rechazó el intento humano de cubrir esas consecuencias. Dios mismo proveyó cubierto, tomando pieles animales. Aparentemente, este sacrificio inicial hecho por Dios enseñó a Adán y Eva un principio que enseñaron a sus hijos. Caín y Abel trajeron sacrificios a Dios (Gn. 4:2-3). Aunque Dios ve todas las cosas, “miró” [traducción literal] con agrado el sacrificio de Abel y “no miró” [traducción literal] con agrado el de Caín. Este sacrificio agradable restauraba cierto aspecto de acceso a Dios. En su paciencia, Dios amonestó a Caín, preguntándole: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido [aceptado]?” (Gn. 4:7). Dios deseaba aceptar a Caín. Pero Caín no respondió bien, y la historia termina así: Salió, pues, Caín de la presencia del SEÑOR” (Gn. 4:16 LBLA).

Abel murió. Caín salió de la presencia de Dios. ¿Cómo se acercaría el hombre a Dios? Dios mismo levantó un sustituto (significado del nombre Set en hebreo).

NOÉ Y LA PRESENCIA DIVINA

Tristemente, los hijos de Adán y Set siguieron los pasos de sus padres pecadores. La maldad aumentó tanto que la obra principal del Espíritu divino fue “contender” en vez de “convivir” con el hombre (Gn. 6:3). Durante este período de declive espiritual, dos hombres sobresalieron. Enoc (Gn. 5:22) y Noé (Gn. 6:9) caminaron con Dios. Parece que ambos conversaron con Dios. A Enoc le fue revelada la victoria final sobre los impíos (Jud. 14-16) y Noé supo de un juicio inminente (Gn. 6:13). En comparación con la revelación que recibieron creyentes posteriores, puede parecer poco. Pero fueron la gran excepción en su época. Aún en los tiempos más oscuros, el creyente puede disfrutar de la presencia divina en su vida.

Después del diluvio Dios estableció un pacto con Noé (Gn. 6:18; 9:9-17), quien disfrutó de cierto aspecto de la presencia divina. Pero el pecado regresó de inmediato. Cuando Cam vio la desnudez de su padre, Noé maldijo a su hijo Canaán. Bendijo a Sem y dio una profecía fascinante: «Habite en las tiendas de Sem”. (Gn. 9:27). No todos están de acuerdo con la siguiente interpretación, pero creo que la mejor traducción sería así: “Engrandezca Dios a Jafet, Y [que Dios] habite[4] en las tiendas de Sem” (Gn. 9:27).[5] ¿Te parece difícil pensar que Dios pudiera habitar en las tiendas de Sem? ¡Veamos cómo sucede!

LOS PATRIARCAS Y LA PRESENCIA DIVINA

Siglos después, “apareció Jehová a Abram” (Gn. 12:7). En una ocasión, Abram hospedó a Dios en su tienda y le dio de comer (Gn. 18:1-8). Durante su vida, tuvo mucha comunicación con Dios y estuvo en la presencia divina en por lo menos tres ocasiones (Gn. 12:7; 17:1; 18:1). Intercedió directamente en su presencia y Dios mismo lo llamó profeta (Gn. 20:7). Abraham disfrutó de la presencia divina más que cualquier otra persona desde la caída hasta ese momento.

Dios se le apareció a Isaac dos veces (Gn. 26:2, 24), y sus vecinos, los filisteos, testificaron: “Hemos visto que Jehová está contigo” (Gn. 26:28). Dios también se le apareció a Jacob cuando huía de Esaú (Gn. 28:10-22), cuando regresó a la Tierra Prometida (Gn. 32:22-32), y después de que sus hijos mataran a los cananeos (Gn. 34; 35:1, 7-9). Dios también le habló en otras ocasiones, como cuando salió de la tierra para emigrar a Egipto (Gn. 46:1-2). Dios se reveló a José por medio de dos sueños. Después de ser vendido por sus hermanos, la frase que mejor explica su éxito es que “Jehová estaba con José” (Gn. 39:2, 3, 21, 23).

La presencia divina explica “lo especial” de los patriarcas. No eran los únicos que tenían conocimiento de Dios, pero Dios tenía una relación especial con ellos. La presencia divina les distinguió de los demás.

Notemos que Dios manifestó su presencia con los patriarcas de manera mayor que con Enoc y Noé. A los antiguos les dio revelación. A los patriarcas se les aparece. En cada época aumenta la restauración de la presencia divina. Pero, aunque Dios visitaba a los patriarcas, no moraba con ellos. Los patriarcas no restauraron la presencia divina de manera permanente.

MOISÉS Y LA PRESENCIA DIVINA

Dios deseaba establecer su presencia con el hombre sobre la tierra, pero su pueblo estaba esclavizado en Egipto (Éx. 1). Entonces, se le apareció a Moisés en el desierto a donde había huido (Éx. 3). Dios escogió a Israel y los salvó de Egipto para hacerles su “especial tesoro sobre todos los pueblos” (Éx. 19:5), su “reino de sacerdotes y gente santa” (Éx. 19:6). Los iba a llevar a Canaán, lugar que Moisés describe como la “santa morada” (Éx. 15:13), “el monte de tu heredad…, el lugar de tu morada…, el santuario” (Éx. 15:17). Entonces, ¿sería Canaán el lugar de la morada divina?

El monte de Sinaí es clave en esta historia.

Estando en el camino entre Egipto y Canaán, Dios se le apareció a la nación entera. Vieron en Sinaí el fuego, el humo, los relámpagos, y la nube. Sintieron la tierra estremecerse (Éx. 19:18). Escucharon “el sonido de la bocina…aumentando en extremo. Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante” (Éx. 19:19). Dios estaba presente de manera visible, palpable y audible en el Sinaí. Y era temible. Ahí, Dios les dio los diez mandamientos (Éx. 20:1-18) y el libro del pacto (Éx. 20:21-23:33). Al ratificar el pacto con Dios, “Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel…vieron al Dios de Israel, y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno” (Éx. 24:9-10). “Vieron a Dios, y comieron y bebieron” (Éx. 24:11). ¡Dios estuvo presente al ratificar el pacto!

Entonces, Dios le dijo a Moisés: “Harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éx. 25:8). Dios pensaba morar con el hombre, cosa que no había pasado desde el Edén. Pero durante los 40 días cuando Moisés recibía los planos para dicho tabernáculo, Israel pecó, adorando un becerro de oro. Dios los amenazó de la siguiente manera: “Pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino” (Éx. 33:3). En menos de dos meses, Israel estuvo a punto de perder el gran privilegio de tener a Dios morando entre ellos. Sin embargo, Moisés abogó por el pueblo: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”. (Éx. 33:15). Emprender el viaje no tenía sentido si la presencia de Dios no los acompañaba. Dios escuchó la intercesión de Moisés, dándole una manifestación incluso más gloriosa de su presencia (Éx. 33:18; Éx. 34:1-8), que motivó a Moisés a pedir que “vaya ahora el Señor en medio de nosotros”. (Éx. 34:9). Moisés entendía que, aunque el pueblo pecador no merecía la presencia divina, era esencial para su vida.

Dios concedió su petición e iniciaron la construcción del tabernáculo (Éx. 40). Mientras la construían, había una pequeña tienda llamada el “tabernáculo de reunión” (Éx. 33:7) que Moisés puso “lejos, fuera del campamento…Y cualquiera que buscaba a Jehová salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera de campamento” (Éx.33:7). Había acceso a la presencia divina, pero Dios no moraba con el pueblo. Bajaba y subía. “Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo” (Éx. 33:9). Tampoco moraba “en medio de Israel”, sino fuera de la congregación. Todavía no se había establecido la morada de Dios con el hombre.

Al construir el tabernáculo central, una nube, símbolo de la gloria y presencia divina, descendió y llenó el santuario (Éx. 40:1-34). Esta última manifestación de la presencia divina fue superior a todo lo que había pasado, porque Moisés pudo estar en la presencia de Dios en las ocasiones previas. Pero ahora no. Ya “no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba”. (Éx. 40:35). Dios visitó a la nación al iniciar el año que estuvieron en Sinaí (Éx. 19; 20; 24; 33), pero al final vino a morar en el tabernáculo.

CONCLUSIÓN

Por fin, ¡se había logrado! Lo que no sucedía desde el Edén ahora se volvía a cumplir: Dios moraba de nuevo con el hombre. Dios era el Dios de ellos y ellos eran el pueblo de Dios. Sin embargo, la historia no terminaría allí de manera tan armoniosa. La rebeldía del hombre todavía erguiría su desastrosa cabeza. Este pueblo perdería la presencia de Dios. Sin embargo, la esperanza no se perdería del todo, porque todavía quedaba una manifestación más gloriosa de la presencia de Dios. ¡Pero esa maravillosa historia la contaremos en el siguiente artículo!


[1] En este artículo, uso comulgar para expresar el concepto de “tener comunión con” o “coincidir en ideas o sentimientos con otra persona” (www.rae.es). No la uso en el sentido eclesiástico de “dar la sagrada comunión a alguien”. Expresa convivencia.

[2] La Biblia no nos informa sobre la frecuencia ni el tiempo del día. De hecho, la frase “el aire del día”, normalmente se entiende como “en la tarde”, pero ni eso es seguro.

[3] Dios no solo deseaba recibir el sacrificio sino deseaba recibir a Caín mismo.

[4] La fuerza del verbo imperfecto en esta construcción hebrea se entiendo como un subjuntivo (que habite) o futuro (habitará). El verbo previo, engrandecer, también está en el imperfecto y se traduce como futuro. Se puede traducir “(Dios) habitará”.

[5] El verbo habitar no se refiere a Jafet. El pasaje no expresa lo siguiente: “Engrandezca Dios a Jafet, Y [que Jafet] habite en las tiendas de Sem”. Esto requiere cambiar el sujeto gramatical de la frase. Creo que el sujeto gramatical sigue siendo Dios.