En el Antiguo Testamento, Dios escoge a una secuencia de agentes para llevar a cabo su voluntad, su reino sobre la tierra. Ocasionalmente, algunos de sus virreyes logran imponer la voluntad divina (como David, Salomón, Josafat, Ezequías y Josías), pero cada uno de ellos también sufre su propia caída. Con el tiempo, la dinastía entera apostata, abandona al Rey. Desde 586 a.C., ningún hijo de David reina. Entonces, parece que ningún ser humano establecerá el reino de Dios en la Tierra ni cumplirá con la gran comisión del hombre (Gn 1:28).

El nacimiento del Rey

Sin embargo, una noche, en un pueblito en Galilea, lejos de la ciudad capitalina (Jerusalén), un ángel despierta a un carpintero pobre, llamándole con el título de realeza: “José, hijo de David…” (Mt. 1:20).[1] Unos tres meses antes, el ángel Gabriel había visitado ese mismo pueblo para anunciarle a María que iba a concebir un hijo (Lc. 1:26-31), quien sería “grande…, llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre David” (Lc. 1:32). Zacarías, padre de Juan el Bautista, también profetiza sobre Jesús, describiéndole como “un poderoso Salvador en la casa de David” (Lc. 1:69), quien da “salvación de enemigos” (Lc. 1:70). Por fin, llega el Agente perfecto, la simiente de la mujer, quien cumple con las promesas divinas que Dios “habló por sus santos profetas” (Lc. 1:70) y en el “juramento que hizo a Abraham” (Lc. 1:73).

Unos meses después, José y María van a Belén, “la ciudad de David” (Lc. 2:4), porque allá tiene que nacer “el rey de los judíos” (Mt. 2:4-6). Tomando el papel de la simiente de la serpiente, como muchos antes (Caín, Esaú, Faraón, Amalec, Balak, Amán, etc.), el rey Herodes no tolera al Rey rival e intenta matarlo (Mt. 2:7-8, Mt. 2:15-16). Desde su nacimiento, Jesús protagoniza la historia de la lucha de las simientes para reinar.

El ministerio del Rey

Juan llama al pueblo al arrepentimiento porque “el reino de Dios se ha acercado” (Mt. 3:1-2). El Rey ha llegado. Jesús, el Rey mismo, también predica así: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17).

Donde todos fracasan, Cristo triunfa.El reino de Dios se acerca en la persona del Rey. Él ofrece perdón a los rebeldes arrepentidos y les hace ciudadanos del reino de los cielos (Mt. 5:3; Mt. 5:10). Su sermón, el sermón del monte (Mt. 5-7),[2] ha sido nombrado “el manifiesto del reino”. Jesús internaliza e intensifica las demandas de la ley mosaica (Mt. 5:21-47), porque el Padre perfecto requiere perfección (Mt. 5:48). Como el Tanak muestra, nadie ha podido cumplir la ley. Entonces, el Rey mismo provee justicia perfecta para sus súbditos a través de su cumplimiento de la ley y de los profetas (Mt. 5:17). Pero, también, describe la justicia práctica (Mt. 5:21-7:12) que Él espera de los que Él salva. Entre estas cosas, enseña a pedir que el reino venga (Mt. 6:10).

El verdadero Rey, el verdadero Adán,  gobierna perfectamente la naturaleza (Lc. 5:1-11; la pesca milagrosa), el reino vegetal (Lc. 9:10-17; multiplicación de los panes y peces), las sustancias físicas (Jn. 2:1-12; conversión del agua en vino) y el tiempo (Lc. 8:22-25; calma la tempestad). Gobierna al cuerpo humano (Lc. 6:17; enfermedades) y a la muerte misma (Lc. 8:49-56; Jn. 11:38-44; Lc. 17:11-17; múltiples resurrecciones). Sujeta al reino de las tinieblas al echar fuera a los demonios (Lc. 8:26-39). Incluso perdona el pecado (Mt. 9:2). He aquí, por fin, el Agente que establece la voluntad de Dios sobre la Tierra.

Pero no todos entran en el reino. El pueblo que quiere hacerle rey político (Jn. 6:15) no quiere ser parte del reino espiritual (Mt. 23:13). En su juicio Jesús explica: “Mi reino no es [proveniente] de este mundo” (Jn. 18:36). Por ser el verdadero Rey (Jn. 18:37), le crucifican, condenando al “rey de los judíos” (Lc. 23:38).

La comisión del Rey

Al final, Jesús comisiona a sus discípulos a “fructificarse, multiplicarse y llenar la tierra”, o, si usted prefiere las palabras del Nuevo Testamento, “hacer discípulos a todas las naciones, […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19-20). Él puede mandar así porque el Padre le ha dado autoridad suprema (Mt 28:18). No solamente oramos que su reino venga, somos un ejército espiritual (Ef. 6:10-20) que debe extender el reino espiritual de Dios[3] hasta que Él venga a establecerlo de forma definitiva (terrenal).

La iglesia, entonces, es el nuevo agente del Rey para establecer el reino espiritual de Dios. Felipe (Hch. 8:12) y Pablo (Hch. 14:22; Hch. 19:8; Hch. 20:25; Hch. 28:23) anuncian el reino. Las epístolas y Apocalipsis nos identifican como reyes (1 P. 2:9-10; Ap. 1:6; Ap. 5:9) y explican la naturaleza del reino (Ro. 14:17; 1 Co. 4:20; Col. 4:11; 2 Ts. 2:12; 2 Ti. 4:18; He. 12:28).[4]

El regreso del Rey

Ahora mismo, Cristo reina (1 Co. 15:25); ya está “coronado de honra y de gloria” (He. 2:9). Pero en el futuro regresará del cielo (Hch. 1:9-11; Ap. 19:11-16) a reinar sobre la tierra con sus virreyes “mil años” (Ap. 20:4; Ap. 20:6). Entonces, la dinastía de David sí se establecerá (2 S. 7:13). El cetro no se ha apartado de Judá (Gn. 49:10). Sí “saldrá estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel, y herirá las sienes” (Nm. 24:17) de la serpiente (Gn. 3:15). Cristo cumple con la comisión de Adán, de Abraham, de Israel, de David –de todos los agentes previos–: establece el reino de Dios. Donde todos fracasan, Él triunfa. Por su victoria, “los reinos del mundo [vienen] a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11:15). Al final, Cristo le entrega el reino al Padre (1 Co. 15:24) y reina con Él eternamente. Entonces, los pobres de espíritu (Mt. 5:3) heredan el reino eterno.

Aplicaciones: ¿Cómo responder al reino de Dios?

  1. Sumisión: Cristo, el Rey, ofrece perdón a los pecadores arrepentidos. Sea súbdito voluntario y reciba la justicia que solo Él logró. Le perdonará y le hará coheredero.
  2. Gratitud: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud” (He. 12:28).
  3. Servicio: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia (He. 12:28, énfasis agregado).
  4. Confianza: El Rey siempre gana, la victoria es segura en Jesús.

La historia de la Biblia es cómo Dios, por medio de su Hijo, restaura su reino.[5] Cristo hizo la voluntad de su Padre. Cristo asegura que todos, al final, también la harán.


[1] El uso de este título debe de haber impactado, incluso asustado, a José. “¿Quién, yo?” El ángel le recuerda de su derecho al trono. En parte, por eso él debe levantarse y adoptar al Hijo de María como suyo.

[2] Lucas 6:20-49 es una ocasión muy similar, pero distinta. Allí, Jesús “descendió con ellos y se detuvo en un lugar llano” (Lc 6:17). No es el sermón “del monte”. Si quieres, puedes llamarlo el sermón “de la llanura”. Sin embargo, al mismo tiempo, ¡es el mismo sermón! También es un manifiesto del reino. Cualquier predicador itinerante suele predicar el mismo sermón en distintos lugares.

[3] Es importante entender que “extender el reino” se refiere al reino espiritual. El aspecto terrenal solo lo establece Jesús en el milenio (Ap. 20). Ahora, la iglesia es parte del reino espiritual (Col. 1:13) esperando el reino terrenal de Jesús. “Venga tu reino” se puede entender en referencia al reino espiritual hasta consumirse en el terrenal, es decir, en ambos aspectos. (Véase la introducción para una explicación de los significados del reino universal, terrenal y espiritual).

[4] Note que Pablo trabaja ya en el reino (Col. 4:11), pero hay aspectos futuros (2 Ti. 4:18), de los cuales somos herederos (2 Ti. 4:1, Stg. 2:5, Ef. 5:5).

[5] Esta oración es un resumen de la historia de la Biblia. No es el único resumen posible. Algunos lo resumen de otras maneras correctas, reflejando la infinita variedad de la sabia obra de Dios.