El maravilloso estudio de la teología nos muestra que existen muchos temas interconectados y difíciles de separar. Hace unos meses, vimos la historia de un reino, demostrando la importancia del “reino” en la Biblia. Pero ¿cómo gobierna Dios su reino? Dios reina por medio de su Palabra.

Por ello, es importante que veamos el desarrollo de la Palabra de Dios a través de la historia del reino. 

La Biblia es la historia de cómo Dios, por medio de su Hijo, cumple con su Palabra dada a los hombres que se rebelaron contra ella. Cristo, el logos (el Verbo o la Palabra), es tanto el Mensajero como el Mensaje. Por medio de Él, Dios se revela al hombre. Por Él Dios asegura que su voluntad sea realizada aquí en la tierra, tal como se hace en los cielos.

Veamos cómo se desarrolla el tema de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento.

ADÁN Y LA PALABRA DE DIOS

En la creación, vemos la Palabra de Dios actuar:

“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Gn. 1:3).

“Luego dijo Dios (…) y fue así” (Gn. 1:6-7).

Dijo también Dios (…) y fue así” (Gn. 1:9).

“Después dijo Dios (…) y fue así” (Gn. 1:10-11).

Dijo luego Dios (…) y fue así” (Gn. 14-15).

Dijo Dios (…) y creó Dios” (Gn. 1:20-21).

“Luego dijo Dios (…) y fue así” (Gn. 1:24).

En la creación, se muestran varios aspectos de la Palabra de Dios:

  • La Palabra es poderosa. De la nada, trae a la existencia el universo entero.
  • La Palabra es veraz. Todo lo que Dios dice es verdad. Siempre se cumple.
  • La Palabra es buena. Todo lo creado fue bueno (Gn. 1:31). Además, es buena porque bendice a sus criaturas: “Dios los bendijo, diciendo” (Gn. 1:22) y “los bendijo Dios, y les dijo” (Gn. 1:28).
  • La Palabra es autoritaria. Dios mandó a su creación: “fructificad y multiplicaos” (1:22, 28). Además, delegó su autoridad sobre la creación al hombre por medio de su Palabra: “sojuzgadla, y señoread” (Gn. 1:28).

En la caída, el punto decisivo de la tentación tiene que ver con la Palabra de Dios:

“… la serpiente (…) dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn. 3:1).

Se presenta una palabra rival. El hombre tiene que escoger entre la Palabra divina y la palabra diabólica, entre la verdad y la mentira, entre “ciertamente morirás” y “ciertamente no morirás” (traducción literal), entre someterse o rebelarse.

Cuando el hombre cree en la palabra equivocada, Dios da más Palabra de bendición. En medio de pronunciar maldición sobre Satanás, Dios promete un Vencedor (Gn. 3:15) que quitará el pecado y la maldición. Sin embargo, por ahora, la Palabra de Dios para la tierra es una maldición (Gn. 3:17).[1]

NOÉ Y LA PALABRA DE DIOS

Los hijos de Adán, al igual que su padre, se rebelaron contra la Palabra de Dios. Cuando el pecado aumentó, Dios vuelve a dar Palabra de maldición: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre (…) raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres” (Gn. 6:3, 6).

Pero Dios da su Palabra a Noé: instrucciones para sobrevivir al juicio (Gn. 6:13-21). Cuando la tierra es lavada de los pecadores (menos ocho), es tiempo para el reinicio. Dios le da a Noé la misma Palabra que había dado a Adán: “vayan por la tierra y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra” (Gn. 8:17; 9:1, 7). Además, en cada dispensación hay un avance en la administración del reino. Dios estable el gobierno humano (Gn. 9:6) cuya autoridad, al igual que la del hombre, se deriva de la divina y está sujeta a ella.

Tristemente, Noé y sus hijos hacen lo mismo que Adán y sus hijos: se rebelan contra la Palabra divina. Noé no sojuzga la tierra, sino que el fruto de la vid se enseñorea sobre él (Gn. 9:18-27). Sus hijos se portaron peor. Fueron rebeldes declarados: “Edifiquemos una ciudad (…) por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Gn. 11:4).

LOS PATRIARCAS Y LA PALABRA DE DIOS

Dios da más de su Palabra, con muchas promesas,  a los patriarcas, tanto así que en el sistema dispensacional esta época se llama “promesa”. Y se conectan más temas, como simiente/descendencia y tierra/santuario. Dios le promete a Abraham una tierra para su descendencia con el fin de restaurar la bendición divina. Por un lado, los patriarcas logran algo porque creen en la Palabra (Gn. 15:6). Pero la historia también relata cómo su fe vacila, sufriendo las consecuencias de su desobediencia (Ir a Egipto: Gn. 12; Hagar e Ismael: Gn. 16; Abimelec: Gn. 20; Gn 26; Jacob roba la bendición: Gn 27). Incluso, Moisés enfatiza que el milagroso nacimiento de Isaac —de una mujer estéril y con menopausia, casada con un viejo impotente— fue por la Palabra de Dios. Fue “como Jehová había dicho” (Gn. 21:2). La Palabra nunca falla. Y los patriarcas disfrutan de la Palabra en revelación personal, en comunión única con Dios.

MOISÉS Y LA PALABRA DE DIOS

Éxodo comienza mostrando la veracidad de la Palabra divina. Pasa exactamente lo que Dios dijo:

“… los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra” (Éx. 1:7).

Entonces, Dios levanta a Moisés para dar a su pueblo mucha Palabra de Dios (dos libros enteros dados en Sinaí; Éx. 19, Nm. 10). Un nombre técnico para los diez mandamientos es el decálogo (literalmente, las diez palabras).[2] Con su Palabra, Dios revela (Éx. 3), comisiona (Éx. 3, 6) y promete (Éx. 7-12). Con todo, la Palabra divina aumenta y se escribe en la época de Moisés. Por primera vez Dios deja sus Palabra escrita.[3]

Lamentablemente, al igual que los hijos de Adán y los de Noé, los hijos de Israel no escucharon —no obedecieron— la Palabra de Dios. Esa es la historia desde Moisés hasta Saúl (desde Génesis hasta 1 Samuel 15).

DAVID Y LA PALABRA DE DIOS

Toda la Palabra previa —las promesas desde Adán hasta Saúl— se une a la nueva Palabra que Dios le da al rey de Israel (2 S. 7). David recibe la promesa de un trono eterno para su dinastía. Además, él junto con su hijo Salomón son un medio para dar mucha más Palabra (David escribe 73 salmos; y Salomón escribe Proverbios, Eclesiastés y Cantares). La Palabra poética y sapiencial —de sabiduría— es revelada por medio de David y su hijo.

A partir de eso, los reyes reemplazan a los jueces para que la nación escuchara la Palabra de Dios y la pusiera en práctica. David pone la pauta que los reyes debían seguir. Él ama la Palabra. Es su delicia día y noche (Sal. 1). Normalmente… excepto cuando está con Betsabé, o… cuando está dando órdenes de matar a Urías, o… cuando censa al pueblo en contra de la voluntad de Dios. ¿Y su hijo? Ni hablar. Hace todo lo que un rey no debía hacer. Y, aunque David es considerado el héroedel Antiguo Testamento, él y sus hijos fallan. No establecen la Palabra divina sobre la tierra.

LOS NEVI´IM Y LA PALABRA DE DIOS

En respuesta al declive de los hijos de David, Dios levanta a los profetas como los nuevos agentes de la Palabra divina. No hay ninguna frase más típica de los profetas que “así ha dicho Jehová”. Son voceros de Dios. Denuncian a los hijos de Israel y a los hijos de David por violar el pacto. Anuncian que las maldiciones dadas por Moisés se cumplirán pronto.

Sin embargo, cada libro profético termina con una Palabra de esperanza. Israel ha sido infiel y sufrirá la maldición, pero el Dios de Israel es fiel a su Palabra y los bendecirá después del castigo. Dios revela más sobre el reino, el Mesías, el Nuevo Pacto, el derramamiento del Espíritu Santo, la restauración de Israel y el cielo nuevo y la tierra nueva. Israel tiene promesas mayores y más gloriosas en medio del anuncio del juicio inminente.

EL KETHUBIM Y LA PALABRA DE DIOS

Al Igual que en la Torá —el Pentateuco— y el Nevi´im, el Kethubim —la última división del canon judío— inicia con un énfasis claro en la Palabra de Dios (Sal. 1). Pero de todos los libros del Kethubim,[4] tal vez Daniel es el que más muestra la veracidad y autoridad de la Palabra divina. Dios revela a Nabucodonosor y a Daniel los imperios venideros (Dn. 2, 7), el desastre en la vida personal del rey (Dn. 4), y el fin de la dinastía (Dn. 5). La Palabra de Dios siempre se cumple.

Asimismo, Esdras explica que Ciro proclamó libertad a los judíos “para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías” (Ez. 1:1). Él mismo es un sacerdote que “había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Ez. 7:10). La Palabra divina debe ser puesta en alto. En el libro de Ester, que no contiene las palabras “Dios”, “Jehová” o “Torah”, los acontecimientos confirman la veracidad de la Palabra divina. Dios preserva la simiente del gran ataque por Amán porque su Palabra rige todos los detalles de su vida.

Estos libros del Kethubim muestran la supremacía de la Palabra de Dios en la historia de su pueblo.

CONCLUSIÓN

El Antiguo Testamento muestra a un Rey, cuya Palabra es la última autoridad sobre su creación. Sin embargo, no vemos a un cruel tirano que usa su Palabra para aprovecharse de los demás. En su lugar, vemos a un Rey bondadoso que desea bendecir a su creación —usar su Palabra para el bien de sus criaturas—. El próximo artículo continuará con lo que el Nuevo Testamento aporta a la teología bíblica sobre la Palabra de Dios. Veremos cómo Dios, por medio de su Hijo, cumple con su Palabra dada a los hombres que se rebelaron contra ella.


[1] En orden, comenzamos con (1) reino, después (2) la Palabra de Dios, y luego la lucha entre (3) la bendición y la maldición. Someterse al reino de Dios, es decir, a su Palabra, trae la bendición. Violar la Palabra trae la maldición. Los temas están interconectados.

[2] Deuteronomio 4:12 y 33 indican que la nación entera escuchó “la voz de sus palabras”; es decir, la voz audible de Dios.

[3] A menos que Job sea el primer libro bíblico escrito.

[4] Salmos, Job, Proverbios, Rut, Eclesiastés, Cantares, Lamentaciones, Daniel, Ester, Esdras-Nehemías y Crónicas.