Un patrón literario muy común en el Antiguo Testamento es comenzar con un resumen y luego desglosar los detalles. Así comienza la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). Es un resumen. Significa que Dios creó todo —materia, tiempo, espacio y energía—. La frase siguiente comienza el desglose de los detalles: “y la tierra…”. Desde esa frase, la Biblia continúa relatando la obra divina en el universo enfocándose en la tierra, hasta los últimos dos capítulos de la Biblia (Ap. 21 y 22).

Este tema es de los más importantes de la teología bíblica. Tanto así que podemos decir que la Biblia es la historia de cómo Dios, por medio del Hijo, establece un lugar (una patria, un santuario) donde el hombre puede estar en su presencia.

ADÁN Y LA TIERRA

La creación

La frase “y la tierra…” inicia un segundo resumen, que describe lo que sucede los siete días de la primera semana (Gn. 1:1–2:3).[1] En pocas palabras, Dios ordena y llena. ¿Por qué? Porque la tierra estaba desordenada y vacía (Gn. 1:2). Los primeros tres días ordena lo desordenado y los siguientes tres días llena aquello que estaba vacío. El tercer día la tierra seca se descubre (¡el primer día en que la Tierra tiene tierra!). A partir de Génesis 2:4, hay una tercera sección sobre lo que Dios hizo en un sector especial de la Tierra (el huerto del Edén). Dios forma al hombre (Adam o Adán) de la tierra (adamah). La existencia del hombre está conectada con la tierra. Adán, literalmente, es “el terrestre”, comisionado por Dios para llenar la Tierra de portadores de la imagen divina (Gn. 1:28).

El Edén

Edén era un santuario (literalmente, un lugar santo). Era el lugar que Dios proveyó para que el hombre pudiera disfrutar de su presencia. El huerto de Edén era un lugar de acceso exclusivo, un lugar privilegiado, porque ahí estaba Dios (Gn. 2:8). Es un lugar donde el hombre podía escuchar, adorar, platicar y convivir con su Creador. Adán funcionaba en este santuario como los levitas y sacerdotes lo harían después en el tabernáculo. Y, como en los futuros santuarios, el Edén era donde Dios le daba al hombre su revelación.

La caída

Como todas estas historias son Toráh (instrucción) para Israel, debemos observar la enseñanza para ellos sobre el santuario. Adán no lo guardó (Gn. 2:15). Fue incrédulo (Gn. 3:1, 4) y desobediente (Gn. 3:6), trayendo maldición sobre la tierra (Gn. 3:17-19). Por eso, es expulsado del santuario (Gn. 3:22–23). Había sido formado fuera del huerto y puesto en él, pero no quiso “servir y guardarlo” (Gn 2:15). Al pecar, Dios “lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado” (Gn. 3:23). Estar en el santuario requiere santidad, y violar la santidad del santuario resulta en el exilio del lugar privilegiado.

El hombre fue hecho del polvo y, por su pecado, al polvo regresaría. La tierra cayó bajo maldición, pero Dios prometió uno que vendría a quitar la maldición de la tierra, restaurando el santuario (Gn. 3:15). Su título es “la simiente de la mujer”. Parece que Eva, la mujer, pensaba que su primer hijo era este Salvador prometido. Cuando nace, lo llama Adquirido (“Caín” en hebreo) y era un labrador de la tierra. Pero ¿trajo bendición a la tierra? Todo lo contrario. Dios dijo: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gn. 4:10). Su castigo es: “Maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano” (Gn. 4:11). Caín mismo provocó más maldición, sobre sí mismo y sobre la tierra: “Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra” (Gn. 4:12). Adán perdió el lugar santo. Caín perdió su lugar. Es exiliado aún más que Adán.

Con el tiempo, los hijos del Sustituto (“Set” en hebreo), quienes por un tiempo buscaban a Dios, contaminan la tierra. Un creyente es esta época deseaba un descanso (“noé”en hebreo) “de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la tierra que Jehová maldijo” (Gn. 5:29). 

NOÉ Y LA TIERRA

Entonces, la tarea de Noé fue traer descanso a la tierra. Y, en parte, lo hizo. Este descanso encuentra su origen en la gracia de Dios (Gn. 6:8). El instrumento fue un hombre justo e íntegro quien caminaba con Dios (Gn. 6:9). El método era la fe obediente (He. 11:7). Dios regresó la tierra a su condición anterior al tercer día de la creación. Volvió a cubrir la tierra entera con agua para hacer una segunda creación con un segundo agente, o Adam (hombre; Gn. 8:13). Cuando la tierra se secó (Gn. 8:13), el escenario corresponde directamente con Génesis 1:9-12. Entonces, Noé recibe la misma comisión de llenar la tierra (Gn. 9:1; comparar con Gn. 1:28). Es un nuevo comienzo.

Babel como un anti-santuario

Pero nuestro segundo agente no lo hizo mejor que el primero. Noé terminó borracho, desnudo, y maldiciendo a su nieto en una viña que él mismo plantó. ¿Este es el gran agente del “segundo intento” con la “segunda creación”? Los hijos de Noé (Gn. 11) son iguales que el hijo de Adán (Gn. 4): en cuanto a la tierra, desobedecen a Dios. Ellos mismos lo dicen abiertamente. Construyen la torre “por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Gn. 11:4). Es rebelión declarada. Pero, en su misericordia, Dios los juzga. Limita el avance del pecado limitando la comunicación entre los pecadores.

Pero ahora, ¿qué esperanza hay para la tierra? La esperanza vendrá por un hombre que deja su propia tierra para recibir una tierra que Dios mismo le dará.

LOS PATRIARCAS Y LA TIERRA

Abraham

Dios llama a Abraham para hacer de él la nación para bendecir a las naciones. Pero hay dos cosas que tiene que dejar: familia y tierra (Gn. 12:1). Por fe obedece, esperando recibir familia y tierra (Gn. 12:2–3). Al principio, Dios le dice que salga sin saber a dónde iba. Al llegar a Canaán, Dios le revela que esta sería su herencia (Gn. 12:7). Abraham, de inmediato, edifica un altar (Gn. 12:8), entendiendo que Dios le dio al hombre la tierra para adorarlo y estar en su presencia.

Pero su fe flaqueó en la primera prueba. Abraham huye de la tierra por el hambre y se apoya en Egipto. La “simiente de la mujer” cae en peligro en Egipto, pero Dios preserva la simiente en tierra ajena. Abraham se salva por el juicio divino sobre los egipcios y sale de Egipto con gran botín. Esto presagia las trayectorias de Jacob en Parán, Israel en Egipto, y alguien más que dejó “tierra” y familia, yendo a una tierra lejana por causa del pecado (¡no el suyo!).

De regreso, Abraham parece perder mucha tierra (de hecho, lo mejor de ella). Su sobrino Lot escoge lo que parecía el “huerto de Dios” (Gn. 13:10). Pero hay un avance: Dios le da revelación precisa sobre las fronteras de su futura tierra (Gn. 13:14–18). Expresándolo en términos modernos, ¡le dio mapas, planos, y hasta códigos postales! El asunto de la tierra parece resuelto. Curiosamente, Abraham no echa raíces profundas en Canaán. Vive como “forastero y extranjero” (Gn. 23:4) porque “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (He. 11:10). Ahora bien, “los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (He 11:14–15). Abraham entendía que Canaán no era la verdadera tierra santa. Entendía que ninguna ciudad era el santuario verdadero. No compró tierra hasta que tuvo que sepultar a su esposa. Veía la vanidad de la tierra temporal.

Sodoma como un anti-santuario

Dos detalles merecen nuestra atención. El primero es notar la ciudad del rey Melquisedec, Salem (Gn 14:18). Si no fuera por eventos posteriores no pondríamos importancia en este lugar. Pero el Salmo 76:2 dice: “En Salem está su tabernáculo, y su habitación en Sion”. El lugar donde Melquisedec reinaba más tarde se llamaba Jerusalén (Jeru-¡Salem!). Es el mismo lugar. En Génesis 14, Abraham platica con dos reyes después de su victoria: el de Salem y el de Sodoma. Es obvio que Salem es un lugar donde personas adoran al “Dios Altísimo”, mientras que Sodoma es un lugar de perversión.

El segundo detalle que debemos observar es el lugar donde Abraham sacrificó a Isaac. Vivían en Hebrón (la futura capital de Judá). Pero Dios le dijo que fuera “a tierra de Moriah (…) [a] uno de los montes que yo te diré” (Gn. 22:2). Fueron tres días de camino e hicieron unos noventa kilómetros. Nunca explica por qué no podría hacerlo en Hebrón u otro lugar cercano. Pero 2 Crónicas 3:1 dice: “Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah”. Entonces, Dios escoge poner su santuario en el mismo lugar donde Abraham tuvo dos de los momentos más claves de su vida. ¿Será casualidad, o plan divino?

Isaac

Llegó otra hambruna e Isaac también pensaba abandonar la tierra. Dios le dice que habite en la tierra (Gn. 26:2). Luego, le confirma la promesa sobre la tierra (Gn. 26:3). También, le anima a seguir el ejemplo de su padre en cuanto a su actitud hacia la tierra: “Habita como forastero en esta tierra” (Gn. 26:3). Por último, le asegura que la tierra será un santuario: disfrutará de su presencia (Gn. 26:3). Después de las disputas con el rey de los filisteos, Isaac regresa a Beerseba y construye su único altar. Isaac hace de la tierra un santuario.[2]

Jacob

Jacob, el heredero de la promesa de heredar la tierra, al igual que su abuelo Abraham, abandona la tierra (porque Esaú quiere matarlo en venganza). Pero, en su salida (Gn. 28:11-17) y en su regreso (Gn. 32:22-32) a Canaán, Dios se le aparece. ¿Es coincidencia que, años después, Dios también se le aparezca en su última parada, saliendo de la tierra rumbo a Egipto? No creo. Claro que Dios está en todos lugares, pero con Jacob Dios marca la tierra como un lugar especial en cuanto a su morada.

Jacob también hizo de la tierra un santuario, levantando altares en sus moradas de regreso en Canaán, Siquem (Gn. 33:18–20), Betel (Gn. 33:1–7) y Beerseba (Gn. 46:1). Dios les dio a los patriarcas tierra para que la convirtiesen en un santuario.

Al final de su vida, Jacob salió de la tierra por segunda vez. Esta vez, lo hizo conforme a la palabra divina. Dios le dijo: “No temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación” (Gn. 46:2-3). Pero Israel, el hijo especial de Dios (Éx. 4:22), no estaría en Egipto para siempre. Regresaría de la tierra para ser sepultado (Gn. 50:5–13). Estos eventos también prefiguran los del verdadero Hijo, quien, en cumplimiento de texto en Oseas 11:1 y el presagio histórico, salió de Egipto para regresar a la tierra (Mt. 2:15).

MOISÉS Y LA TIERRA

Éxodo

La nación de Israel se convirtió en el nuevo agente para establecer el reino de Dios sobre la tierra. De hecho, el agua en Éxodo 1-15 conecta a Israel y a su líder Moisés con Noé y Adán. Con Adán y Noé Dios trajo su lugar del agua. Faraón intentó acabar con la nación en el agua del río Nilo, pero Dios usa esa misma agua para preservar la vida de su salvador: Moisés (cuyo significado es “salvado del agua”). La primera plaga es convertir el agua en sangre, y al final Dios ahoga en las aguas del mar Rojo a los mejores soldados de Faraón. Israel es una nueva creación, y su rescate de la tierra enemiga para ir a la tierra santa es mediante agua.

Israel es el primer agente que se cumple con la comisión dada a Adán (Gn. 1:28) y Noé (Gn. 9:1). Se fructificó y se multiplicó, y fue aumentado y fortalecido en extremo, tanto que “se llenó de ellos la tierra” (Éx. 1:7). Pero todo ¡eso pasa en Egipto, no en Canaán! En Egipto, uno de la simiente de la serpiente, Faraón, desea exterminarlos y lucha contra ellos. Entonces, Israel no sirve a Dios (Éx. 7:16) porque está en Egipto sirviendo a Faraón (Éx. 1:13–14). Dios libera a su pueblo por medio de las plagas contra los dioses egipcios y sus adoradores para que le sirva en su santuario.[3] El fin es llevarlos a una tierra donde pueden servirlo conforme a su palabra. Esa tierra será una tierra santa, un santuario.

El himno en Éxodo 15 lo dice de manera clara e indubitable. Nota las referencias a la tierra como un santuario:

“Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste;
Lo llevaste con tu poder a tu santa morada
(Éx. 15:13-14).

“Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad,
En el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová,
En el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado.
Jehová reinará eternamente y para siempre”
(Éx. 15:17-18).

Canaán será la santa morada, el santuario desde el cual Jehová reina.

Pero, dentro de esa tierra santa, habrá un lugar especial. Dios lleva Israel a Sinaí para darles un lugar en el cual su misma presencia morará. Las instrucciones sobre el tabernáculo comienzan y terminan con esta afirmación: “Harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éx. 25:8). Hacia el final dice: “Habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios” (Éx. 29:45).[4] La tierra santa tendrá un santuario. La convivencia con Dios (Éx. 24) no se queda atrás en Sinaí. Dios le da a Israel dónde disfrutar de su presencia. Levítico 26:11–12 dice: “Pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo”. Israel construye la morada divina y Dios viene a morar con su pueblo (Éx. 40).

La distribución del tabernáculo es digna de notarse. Hay tres niveles de santidad. Primero está el área afuera del tabernáculo mismo, pero adentro de la pared. Allí todos los que traen sacrificios tienen cierto acceso. Aun “el atrio del tabernáculo” es un “lugar santo” (Lv. 6:16). Luego, adentro del tabernáculo está el lugar santo, donde levitas entran para realizar la logística de la adoración, como el aseo, y los sacerdotes entran para los ritos de adoración, como ofrecer incienso y orar. Pero el lugar de acceso más exclusivo está detrás de un segundo velo que hacía “separación entre el lugar santo y el santísimo” (Éx. 26:33). Y su conexión con Edén es explícita:[5]

  1. La presencia divina (Gn. 3:8; Éx. 25:8)
  2. Los sacerdotes sirven y guardan (Gn. 2:15; Nm. 3:7–8)
  3. Los querubines (Gn. 3:24; Éx. 25:18–22)
  4. La orientación hacia el este (Gn. 3:24; Nm. 3:38)
  5. Los elementos de un huerto (árboles, fruto, flores)
  6. El oro (Gn. 2:11–12; Éx. 25:11)
  7. El estar encerrado (huerto quiere decir lugar encerrado)
  8. El candelabro con su base, tronco, ramas, manzanas, y flores (un eco del árbol de la vida)
  9. Siete segmentos de creación (Éx. 25:1; 30:11, 17, 34: 31:1, 12)
  10. La obra del Espíritu Santo (Gn. 1:2; Éx. 31:1)

Pero el tabernáculo es mayor que el Edén porque Dios viene a morar con su pueblo. El tabernáculo es un eco del santuario pasado, pero también es un patrón para el futuro. Su lugar santísimo es de forma cúbica, diez codos de anchura, longitud, y altura. Salomón haría el templo de veinte codos en cada dirección, y cuando baje la Nueva Jerusalén del cielo —el santuario definitivo— sus dimensiones serán de “doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales” (Ap. 21:16). El lugar santísimo tenía la forma geométrica de la ciudad celestial.

Levítico

El libro de Levítico explica cómo acercarse al Dios santo (Lv. 1-16) y cómo caminar con él (Lv. 17–27). También promete que, al servirle a Dios y guardar el santuario, Israel disfrutará de bendiciones terrenales. Su tierra será bendecida (Lv. 26:1-13). Si el pueblo santo anda en santidad, la tierra santa será un verdadero santuario.

El libro de Levítico también advierte sobre las consecuencias de no caminar en santidad. Ahora considera los paralelos con Adán. En vez de prosperar en la tierra (Lv. 26:14-45). Dios maldecirá la tierra por causa del hombre, Israel. La nación puede traer más bendición sobre la tierra, o puede aumentar la maldición. La maldición final es ser expulsado del santuario.

Números

Números es un ejemplo vivo de este principio. El lugar sagrado está en medio de Israel y las tiendas de los levitas están a su alrededor para tener “la guarda del tabernáculo del testimonio” (Nm. 1:53). Ellos no tienen tierra propia, pero heredan ciudades entre los territorios de las demás tribus (Nm. 3-4) porque los sacerdotes debían ser los maestros y jueces, enseñando y aplicando la ley de Dios. Efectivamente, llevan a cabo la función de la autoridad civil. Entonces, Dios puso en su tierra ciudades donde los sacerdotes reinaban.

Números también explica cómo el pueblo no entró en la tierra. Por su incredulidad desobedecieron. En un sentido, fueron expulsados de la tierra antes de entrar (Nm. 13-14). Moisés mismo es el ejemplo por excelencia. Por su incredulidad no entró (Nm. 20:12). Disfrutar del santuario es para creyentes. No quiero decir que Moisés no es creyente o que no entrará al cielo. Pero, en este momento clave, este creyente no creyó (y su castigo fue no tener entrada en la tierra de Canaán). Hasta que llegó Jesús. En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo con él, en la tierra de Canaán. Los Evangelios nos explican no solamente cómo Moisés llegó a la presencia de Dios en el cielo, sino también cómo pudo al fin llegar a la tierra de Canaán.

Deuteronomio

Deuteronomio 12, 14 y 16 son capítulos que hablan de un lugar especial en la tierra, un lugar para un santuario central. Sería su centro de adoración. Sería un lugar escogido por Dios. Israel tendría que imitar la fe de Abraham, quien emprendió dos viajes sin saber exactamente el destino final (Gn. 12 y 22). Y una vez establecido el lugar especial para el santuario central, no se debía hacer ningún rito en otro lugar.

En su tercer sermón, Deuteronomio 28-30, Moisés predicó a la segunda generación las mismas bendiciones y maldiciones de Levítico 26. Repite la amenaza de maldición sobre la tierra y la maldición final, el exilio (Dt. 28:63–64). Pero después del exilio, el cual considera inevitable (Dt. 31), Dios traería a su pueblo de “las partes más lejanas que hay debajo del cielo” (Dt. 30:4) y, le dice: “Circuncidará Jehová tu Dios tu corazón” (Dt. 30:6). Moisés espera que, de regreso en la tierra después del exilio, Dios haga la obra interna en el corazón de Israel para que pueda cumplir con el pacto que tiene con Dios.

ISRAEL Y LA TIERRA DESPUÉS DE MOISÉS

Bajo la dirección de Josué, Dios le entrega a Israel la tierra que había prometido a sus patriarcas. Ahora, como Adán, Israel tiene dónde estar seguro, dónde descansar. Es en la tierra santa. Josué deja el tabernáculo en Silo (Jos. 18:1) e Israel tiene dónde estar con su Dios.

Pero el pueblo no vive en santidad y las maldiciones profetizadas vienen pronto (como lo muestra el libro de Jueces). Los levitas y sacerdotes no cumplen su función de guardar el santuario. Dios, entonces, levanta a los jueces para darles descanso. Pero cuatro siglos de este sistema muestran que los jueces tampoco sirven para guardar la tierra santa como un santuario. Para los tiempos de Samuel, el sumo sacerdote Elí, el juez supremo quien sirve en el tabernáculo en Silo, no guarda la santidad ni en su propia familia, ni en el tabernáculo, ni en la nación. Israel usa el arca del pacto, el único mueble del lugar santísimo, como talismán en su batalla contra los filisteos. Cuando traen las noticias de que el arca fue capturada, la esposa de Finees, la nuera de Elí (1 S. 4:9) entiende que, si los filisteos capturaron el arca, es porque la gloria de Dios había abandonado ya el tabernáculo (1 S. 4:21–22). En Silo había una tienda donde Israel hacía ritos, pero ya no era un santuario. “Dejó (…) el tabernáculo de Silo, la tienda en que habitó entre los hombres” (Sal. 78:60). Como Adán, Israel perdió el santuario.

DAVID/SALOMÓN Y “EL LUGAR”

Después de siete años de guerra civil, David estableció el centro político en Jerusalén, una ciudad “neutral”, una que estaba justo en la frontera entre la heredad de Judá, su tribu, y Benjamín, la tribu del rey Saúl. Como no pertenecía a nadie, sería ciudad de todos, el centro de una nación unida. David tenía gran deseo de traer el arca a la nueva capital. Por primera vez, Israel tendría su centro político-civil (la sede de los reyes) y su centro religioso (la sede de los sacerdotes) en un solo lugar. Reyes y sacerdotes trabajarían juntos en Jerusalén. Ni los sacerdotes solos, ni los sacerdotes con los jueces sirvieron para guardar el santuario. ¿Podrían los reyes y los sacerdotes juntos?

¿Pero no estuvo el santuario en Silo más de cuatro siglos? ¿Qué pasó con el lugar único, el santuario central, del cual habló Dios por Moisés (Dt. 12, 14, 16)? La respuesta no se da hasta los tiempos del hijo de David, pero David mismo hizo algo clave para avanzar en el tema. Primero, David provocó a Dios a ira por un censo. Dios castigó al pueblo con una plaga. El profeta Gad le dijo a David que levantara un altar a Jehová en la era de Arauna el jebuseo (2 S. 24:18). David intercedió —cual sacerdote— por el pueblo en la plaga que su propio pecado había provocado. 2 Samuel termina con el rey de Jerusalén haciendo la función sacerdotal, detieniendo una plaga que estaba sobre el pueblo. David compró el lugar de este sacrificio para hacerlo un templo, una casa para la morada divina. Este monte es el mismo monte donde Abraham llevó a Isaac, el montey Moriah, y donde también más tarde su hijo pondría el templo.

Pero, con David, la nación escogida para ser reyes y sacerdotes por fin tiene un rey interesado en altares, sacrificios, intercesión, y un santuario.[6] Y, por medio de él, Dios promete: “Yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más” (2 S. 7:10). La dinastía de David sería el medio para que Israel tuviese un lugar seguro, descansando de sus enemigos.  Pero David mismo fue exiliado de la tierra un tiempo (2 S. 15-19) a causa de sus pecados (2 S. 12:10). Por sus fracasos, no disfrutó de un lugar estable y fijo. Al final, David nos deja esperando quién dé tal lugar seguro para el pueblo de Dios.

El hijo de David, Salomón, sí estableció el lugar… hasta cierto grado. Salomón realizó los sueños de su padre: un lugar de adoración que comunicara la grandeza de Dios (2 S. 7:1–2; Como el tabernáculo, el templo era un eco del Edén). Pero su lugar santísimo era más grande. Tenía veinte codos en cada dirección, no diez (1 R. 6:16), aunque aún tenía forma cúbica. Y, cuando metieron el arca en el lugar santísimo, vino la gloria divina. El hijo de David restauró el santuario. En su oración dedicatoria, su petición era muy específica: “Estén tus ojos abiertos de noche y de día sobre esta casa, sobre este lugar” (1 R. 8:29). Y Dios le dijo que sí (1 R. 9:3). El hijo de David le dio a la nación no solo un lugar de adoración, sino el lugar. Con Salomón, hubo ya un pueblo, un rey, y por fin, un lugar donde el hombre podía adorar a Dios. El lugar anticipado por Moisés en Deuteronomio 12, 14 y 16 queda identificado: es Jerusalén. La tierra santa (Canaán) tiene una ciudad santa (Jerusalén) con un monte santo (Moriah) con un templo encima, con un lugar santo y un lugar santísimo. Este momento es la cima del Antiguo Testamento. El pueblo de Dios tiene su lugar.

La amenaza de perder el santuario

Pero algunos de los detalles de la oración dedicatoria de Salomón nos dan que pensar. Él pide que Dios escuche a quien venga a orar en el templo. Aunque suena bien bonito, es en referencia ¡a la confesión de pecado (1 R. 8:31–32)! Y luego, en caso de una derrota militar (1 R. 8:33–34), sequía (1 R. 8:35-36), o en hambres y pestilencias (1 R. 8:37–40). ¡Para eso está el templo! ¿Se da cuenta? Salomón da por hecho que Israel va a caer bajo la maldición de Dios y que tendrá que arrepentirse. Salomón sigue exactamente el flujo de Levítico 26 y Deuteronomio 28-30, los juicios de maldición por la desobediencia. ¡Su templo es para pecadores (arrepentidos)! Salomón también pide por el caso de batallas militares (1 R. 8:44–45), que implica que aun con este templo, Israel no tiene el descanso definitivo. Y, sin ningún tartamudeo, Salomón dice qué hacer en el cautiveriofuturo (1 R. 8:46–53). Esta realidad es explícita en la plena dedicación del templo. Su disfrute no será permanente. Israel se alejará de Dios. Parece que este hijo de David no puede garantizar completa victoria militar él solo, ni sirve él mismo para guardar el santuario. La respuesta divina a su oración en 1 Reyes 9:2–9 termina con dos palabras hebreas “todo” y “el mal este”. Queda la amenaza de la maldición sobre la tierra.

El alcance global del templo

¿Pero no era la comisión del hombre “llenar la tierra”, hacer que la voluntad de Dios se hiciera en la tierra entera (tal como se hace en el cielo)? Sí. Increíblemente, aun antes de comenzar el proyecto de construcción, la influencia de Salomón causó que el mundo gentil bendijera a Jehová Dios de Israel. Salomón le pidió a Hiram, rey de Tiro y amigo de su padre David, madera y carpinteros para la construcción. Hiram dijo: “Bendito sea hoy Jehová…” (1 R. 5:7). El templo de Israel no era solo para Israel, era el lugar único en la tierra donde el hombre —todo hombre— podía estar en la presencia de Dios. Antes de construir el templo, los gentiles bendicen a Dios por el proyecto del templo. Y la misma oración dedicatoria del templo tiene una cláusula en cuanto a la misión global de Israel y su templo. 1 Reyes 8:41 dice: “Asimismo el extranjero, que no es de tu pueblo Israel, que viniere de lejanas tierras a causa de tu nombre (pues oirán de tu gran nombre…)”. El templo es para gentiles. Siempre lo fue. Y el hijo de David pidió que Dios escuchara la oración del gentil. Después de terminar el templo, llega la reina de Sabá quien también dijo: “Jehová tu Dios sea bendito” (1 R. 10:9). Salomón mismo lo anticipó en su oración dedicatoria. Parece que Salomón entendió la función del templo dentro del reino de Israel: extender el reino espiritual de Dios más allá que las divisiones étnicas.

ISRAEL Y LA TIERRA DESPUÉS DE DAVID

Después de David, los hijos de Israel no solamente tenían a los hijos de Aarón (los sacerdotes) para guardar el santuario, tenían también a los hijos de David (los reyes) para apoyarlos. Pero el primer hijo de David, el que restauró el santuario, fue también el primero en comenzar la pérdida de este. Por la apostasía de Salomón y por la necedad de su hijo Roboam, la nación fue dividida (1 R. 11-12). El primer rey del norte, Jeroboam, establece dos santuarios rivales a Jerusalén (1 R. 12:25-33). Dios mandó a los reyes muchos profetas, pero casi ningún rey los escuchaba. La tierra santa cae bajo maldición por los reyes que no establecían el reino espiritual de Dios en la tierra. Y Dios sí mandó derrotas, sequía, hambre, pestilencia, canibalismo y, al final, el exilio. El pueblo de Jerusalén confiaba en el templo (Jer. 7), pero no hacía caso al Dios del templo. Ezequiel vio la maldad de Jerusalén, la supuesta ciudad santa. Siete veces se queja con Dios porque Israel “profana su nombre” entre las naciones en vez de santificarlo. En Ezequiel 10 y 11, el profeta ve que la gloria divina abandona el templo.

Reyes y sacerdotes trabajaron juntos en Jerusalén ¡para pecar! A pesar de los profetas fieles, los reyes y sacerdotes juntos tampoco sirvieron para guardar el santuario. Al final, los reyes no fueron mejores que los jueces. Los sacerdotes se corrompieron, y la mayoría de los profetas eran falsos. Israel, el agente de Dios para establecer su voluntad sobre la tierra fracasó. Perdieron la tierra.

Esperanza en el exilio

Judá fue al exilio, pero tenía cierta esperanza. Oseas, profeta que vivió casi doscientos años antes de la destrucción de Jerusalén, anticipó no solamente que “muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines” (Os. 3:4), sino también que “después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días” (Os. 3:5). Habría un regreso, un segundo éxodo, en el cual no solamente Juda, sino también Israel, la nación que abandonó la dinastía de David más de un siglo antes del tiempo de Oseas, regresaría a estar bajo su gobierno. Lo harían de manera voluntaria, evidencia de tener corazones nuevos. Israel y Judá reunidos bajo la dinastía de David. ¡Qué esperanzador!

Los profetas durante la caída de Jerusalén, Jeremías, Ezequiel y Daniel, y los profetas después del exilio, Hageo, Zacarías y Malaquías, dieron esperanza sobre el proyecto de la tierra. Dios aún cumpliría con su promesa y plan con Israel.

Jeremías dijo: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:5–6). El Dios del éxodo mosaico (Jer. 23:7) haría un segundo éxodo para que Israel regresase “de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra” (Jer. 23:7). ¡Qué curioso! Para los tiempos de Jeremías, Judá e Israel no habían estado unidos desde hace dos siglos. Pero en el futuro lejano (“He aquí que vienen días” se refiera al futuro lejano) habría la reunificación de la nación, como Ezequiel también dice (Ez. 36 y 37). Este segundo y verdadero éxodo vendría con un pacto nuevo (Jer. 31 y Ez. 36, 37), y entonces Israel tendría por fin el corazón circuncidado como Moisés les dijo, después del exilio (Dt. 30:6). La tierra se repartirá de nuevo: “Éstos son los límites en que repartiréis la tierra por heredad entre las doce tribus de Israel. José tendrá dos partes. Y la heredaréis así los unos como los otros; por ella alcé mi mano jurando que la había de dar a vuestros padres; por tanto, ésta será la tierra de vuestra heredad” (Ez. 47:13–14). Daniel también recibió promesas sobre “tu pueblo y sobre tu santa ciudad” en el exilio. El pueblo de Daniel se refiere a los judíos, y para él, la santa ciudad es Jerusalén. Por las instrucciones de Salomón —qué hacer en el exilio— Daniel estaba orando (Dn. 9) hacia Jerusalén (Dn. 6). Y la respuesta en Daniel 9 es también en cuanto a Jerusalén.

Decepción en el regreso

El hijo de David, Zorobabel, llevó al pueblo de Israel de nuevo a la tierra. Lideró un segundo éxodo. Hizo un segundo templo. Buscó primero el reino de Dios y su justicia. Pero no todo cumplió las expectativas. Primero, Ciro no le dio permiso de erigirse como rey, sino como gobernador. Y, cuando hicieron los cimientos del templo, no se pudo distinguir “el clamor de los gritos de alegría de la voz del lloro” (Esd. 3:13). A los que habían visto el templo de Salomón les parecía insignificante el proyecto. Luego, dejaron de construir el templo por veinte años. Cuando por fin iban a terminar, Esdras no menciona nada del arca. Dedicaron el templo, pero no vino la gloria divina. ¡Qué culto más anticlimático!  Dios tampoco circuncidó el corazón de Israel (Dt. 30:6) dándoles el nuevo pacto prometido (Jer 31:31-36).

El segundo éxodo es futuro

Los regresos de Zorobabel, Esdras y Nehemías no cumplieron con todas promesas del segundo éxodo. Ciertas promesas sí se cumplieron. Por Jeremías, Dios había dicho: “Aún se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra” (Jer. 32:15). Esto pasó de manera literal. Vino Ciro (Is. 45:1–2), un Ciro literal quien literalmente proclamó libertad literal para que los cautivos literales regresaran a su tierra literal. Estas y muchas otras profecías que sí se cumplieron, se cumplieron de manera literal.

Pero no era el verdadero segundo éxodo. El hijo de David, Zorobabel, no lo hizo. Pero Hageo los anima diciendo: “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos” (Hag. 2:9).  Al escribir la última palabra del Antiguo Testamento, la tierra santa todavía se encuentra bajo la amenaza de la “maldición” (Mal. 4:6).

Numerosos pasajes describen el segundo éxodo. Unos son Isaías 6:11–13; 11:11–15; Jeremías 31:7–9; 50:4–5; Ezequiel 5:1–3, 11–13; 20:33–36; 36:24–28; Amós 5:1–3; Zacarías 10:6–11. Al leer profecías y promesas así, recuerde que el significado del texto es lo que las palabras, y las estructuras gramaticales, y el contexto histórico y literario de ese texto revelan sobre la intención probable del escritor y el entendimiento probable del texto por sus lectores originales. ¿Qué escuchó Israel en esas promesas? Escuchó promesas literales que se cumplirían literalmente algún día (y todavía esperamos que se cumplan literalmente).

CONCLUSIÓN

Así termina el Antiguo Testamento. Un pueblo que, por más que lo intentó, no pudo vivir en la presencia de Dios en la tierra santa. Su pecado salía a flote vez tras vez, apartándoles de la tierra y de la presencia divina. El siguiente artículo narrará cómo el Nuevo Testamento culmina la historia: cómo Dios, por medio de su Hijo, por fin establece un lugar donde el hombre puede coexistir por siempre con Él.


El tema de la tierra puede identificarse en la Biblia al leer términos como tierra, lugar, el huerto en el Edén, santuario, tabernáculo, templo, lugar santo y santísimo, Canaán, Jerusalén, Sinaí (Horeb), el cielo, los cielos nuevos, la tierra nueva, y la nueva Jerusalén.


[1] El relato en los inicios de Génesis es como acercarse cada vez más a una imagen digital. Al hacer “zoom” puedes acercarte y ver los detalles. En Génesis 1:1, tienes el cuadro completo: “los cielos y la tierra”. Conforme avanzas, haces “zoom” en la tierra (Gn. 1:2), en la tierra seca (Gn. 1:9-12) y en el Edén (Gn. 2:8-15).

[2] Las dos veces que Dios le confirma el pacto a Isaac están relacionados con su vivir en la tierra (Gn. 26:1-5; 23-25).

[3] Tema de Éxodo.

[4] Véase también Éxodo 29:46; 30:13, 24; y 31:11.

[5] Un recurso principal es, por G. K. Beale, The Temple and the Church´s Mission: A Biblical Theology of the Dwelling Place of God, (Downers Grove, IL, IVP Academic, 2004).

[6] Nota el eco de Melquisedec. David es también el autor del Salmo 110 que contiene la primera mención del antiguo rey de Salem desde Génesis. Será la última mención de él hasta el libro de Hebreos.