En nuestro México, hemos sido sacudidos por noticias horrorosas sobre el maltrato y las injusticias hacia niñas y mujeres. Estas situaciones no son únicas de México, pero la cultura y el trasfondo machista de este país expone a sus mujeres a una terrible realidad: si eres una mujer creciendo aquí, vas a ser un objeto a los ojos de muchos hombres, y vas a estar expuesta al peligro de ser manoseada en el transporte público, abusada como niña o adolescente (60% del tiempo por un familiar cercano), usada por tu cuerpo, y posiblemente, como en los casos recientes, secuestrada, maltratada y asesinada.

Han surgido diferentes movimientos y llamados al público a través de los años para intentar despertar conciencia entre los líderes del país. Este año, principalmente en respuesta al secuestro de una niña de siete años (cuya madre se tardó en pasar por ella a la escuela, lo cual resultó en su secuestro, tortura y una muerte horrible para ella) se les ha llamado a las mujeres a un paro completo de sus actividades para este día, el 9 de marzo.

No hay nada nuevo

Como mujeres creyentes, reconocemos que el sufrimiento de niñas y mujeres a mano de hombres injustos y perversos no es nada nuevo. Desde unos pocos capítulos después de la caída de Eva y su esposo en pecado, vemos que sucede exactamente lo que Dios predijo en Génesis 3. El hombre pecaminoso abusa de su autoridad y de su mayor fuerza física para aprovecharse de las mujeres. Algunas de las historias bíblicas más difíciles de entender narran situaciones terribles que les sucedieron a mujeres.

La respuesta natural que sentimos al saber del maltrato de mujeres es indignación, enojo, profunda tristeza, y a veces desesperanza. Estos sentimientos son naturales, y no son pecaminosos en sí, aunque pudieran llevarnos hacia acciones pecaminosas. Uno de los problemas más grandes en estas situaciones es que nos encontramos frecuentemente dudando de Dios: dudamos de su bondad, de su soberanía, y de su justicia. No comprendemos cómo un Dios que asegura ser bueno, soberano y justo pueda permitir atrocidades e injusticias tan horribles.

No estamos solas en nuestro dilema teológico. Muchos han pasado por este tipo de dilema, y en las Escrituras tenemos a un hombre que pudo llevar su dilema a Dios y recibir directamente una respuesta a su queja.

Un modelo para reclamar a Dios en un dilema teológico

Habacuc está viendo al pueblo de Israel, un pueblo que debía servir y amar a Dios, vivir en injusticia total. La ley está siendo torcida y mal aplicada, los ricos se están aprovechando de los pobres, y los fuertes de los débiles. Habacuc no entiende por qué Dios permite que esta situación continúe. Dios siempre ha estado a favor del maltratado y débil; siempre ha mostrado su misericordia al pobre y al necesitado; siempre ha dicho que es un Dios de justicia. Habacuc conoce el carácter de Dios, pero en su mente, no cuadra con lo que está sucediendo.

La respuesta que Dios le da a la primera queja de Habacuc no le ayuda en nada. Dios está de acuerdo con la evaluación de Habacuc sobre la situación actual, pero presenta una solución impensable. Va a utilizar a un pueblo aún más injusto que los injustos de Israel como herramienta para destruir a Judá y llevar a su pueblo a un país pagano. Esta solución que Dios presenta deja a Habacuc en un dilema teológico más profundo todavía. Lo que él sabe sobre el carácter justo de Dios choca frontalmente con el plan “injusto” de Dios. Habacuc vuelve a reclamarle a Dios y pedirle tajantemente una respuesta.

La solución de Dios para sobrellevar la injusticia

En su misericordia, Dios vuelve a contestarle a Habacuc en su confusión y dolor. La respuesta que le da es como una luz que brilla en la oscuridad de siglos y siglos de injusticia sufrida por incontables hombres y mujeres. Es la única solución para poder continuar en un mundo lleno de maldad.

“Pues la visión se realizará en el tiempo señalado;
marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de cumplirse.
Aunque parezca tardar, espérala;
porque sin falta vendrá.
El insolente no tiene el alma recta,
pero el justo vivirá por su fe”. (Hab. 2:3-4 NVI)

Los tiempos de Dios no son los nuestros, así que nos toca esperar, caminando por fe. Esta es la única manera de enfrentar las injusticias atroces que sufrimos en este mundo quebrantado. Este mundo pasará, y pronto. Sin falta vendrá el momento cuando Dios juzgará para siempre al injusto. Ningún agresor, abusador, u homicida escapará de la justicia de Dios. Es contundente y final. Puedo depositar mi fe en esa verdad, y escoger perseverar día tras día confiando en el carácter inmutable de un Dios justo.

Perseveremos en fe

¿Cómo luce una mujer en el siglo 21 que vive por fe en medio de la injusticia hacia las mujeres? ¿Participa en protestas y paros? ¿Ofrece su tiempo en un centro de apoyo para víctimas? ¿Publica noticias en sus redes sociales para hacer conciencia? ¿Organiza campañas para exponer y castigar a abusadores?

Posiblemente.

Pero, creo que tenemos que retroceder primero y considerar lo que la Biblia dice acerca del andar por fe. Vivir en fe es primeramente una relación personal e íntima con el Dios justo y santo. Cada mujer (y hombre) merece ser castigada y condenada al infierno eternamente. Pero el mismo Dios justo que castigará al impío proveyó una manera en la cual mujeres injustas pudiéramos ser limpiadas y perdonadas, y entrar en una relación íntima con Él por medio del sacrificio de su Hijo en la cruz. Ninguna mujer va a luchar de manera apropiada contra la injusticia si no anda primero en comunión íntima, en fe paciente día a día, con su Salvador.

Como resultado de haber sido salvas y transformadas, tenemos que andar en obediencia. Santiago dice que no existe fe verdadera sin obras (Stg. 2:17). Pero, no nos brinquemos a las obras públicas y sensacionales como paros y protestas. ¿Qué tal las obras de justicia a las cuales Dios ha llamado a las mujeres en su Palabra? ¿Estamos cuidando de nuestras familias y hogares como Él nos lo pide? ¿Estamos asistiendo fielmente a una iglesia bíblica, y sirviendo a los hermanos ahí y a la comunidad que la rodea? ¿Amamos la Palabra y pasamos tiempo en ella y en oración ferviente? ¿Estamos siendo vecinas compasivas con corazones evangelistas? ¿Estamos cumpliendo con las obligaciones que tenemos?

Si así estamos andando por fe, quizá Dios nos va a guiar a participar en alguna actividad externa. Pero la mayor diferencia la haremos desde nuestras rodillas en oración ferviente, desde nuestros hogares al entrenar la siguiente generación de creyentes que vivan vidas justas, y desde nuestras iglesias al servir a los necesitados y evangelizar a los perdidos. La inversión más grande que podemos hacer es diaria en las vidas de las personas que Dios ha puesto a nuestro alrededor. Modelemos el sacrificio y la compasión de nuestro Salvador que brota de una relación de fe perseverante en Él, y en que Él cumplirá su promesa de rectificar todas las injusticias en el día final.

Otra vez, Habacuc nos sirve de ejemplo. La respuesta que recibió del Señor no fue la que él esperaba. La justicia que él deseaba ver todavía estaba lejana. Pero lo que le resolvió a Habacuc su dilema teológico y le permitió descansar en el Señor fue su decisión de creer, de andar en la fe como cada hombre y mujer fiel que ha ido delante de nosotras. Habacuc no vio una resolución en sus días, pero en capítulo 3, vemos que recordó las obras pasadas de Dios, se estremeció con tristeza y confusión, y luego llegó a ese último paso tan crucial: decidió que esperaría con paciencia para ver la justicia de Dios (Hab. 3:16). Y de este proceso doloroso e iluminante de Habacuc, recibimos esta conclusión tan hermosa que hasta el día de hoy puede llenar nuestros corazones redimidos con la verdad que nos urge:

“Aunque la higuera no florezca,
ni haya frutos en las vides;
aunque falle la cosecha del olivo,
y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas
ni ganado alguno en los establos;
aun así, yo me regocijaré en el Señor,
¡me alegraré en Dios, mi libertador!
El Señor omnipotente es mi fuerza;
da a mis pies la ligereza de una gacela
y me hace caminar por las alturas”. (Hab. 3:17-19 NVI)

Mis hermanas, ¡caminemos en las alturas por fe en nuestro omnipotente y justo Dios!