No recuerdo los detalles de la conversación. Mi esposa y yo estábamos sentados juntos. Era de noche. En donde vivíamos, teníamos un lugar que llamábamos “el rincón”. Estaba entre el comedor y la cocina, y tenía suficiente espacio para dos sillones, una mesa entre ellos y una lámpara. Pasábamos mucho tiempo juntos allí, conversando sobre muchas cosas. Pero recuerdo esta conversación porque fue la primera conversación significativa que tuvimos sobre mi depresión.

Mi esposa mencionó que notaba una desconexión emocional en mí. Intenté explicarlo comparándolo con lo que pasa cuando te duermes sobre tu brazo y este se duerme. Te levantas y tratas de tomar un vaso de agua con ese brazo. Miras el vaso y miras tu brazo, pero por mucho que te esfuerces en tomarlo, hay una desconexión entre tu intención de tomarlo y la habilidad de tu brazo para hacerlo. Así me sentía en mi vida emocional. Había querido abrirme y conectar emocionalmente, pero algo dentro de mí estaba dormido o desconectado. Algo había cambiado.

No era sorprendente para mi esposa que estuviera triste. Había circunstancias difíciles en la iglesia. Había conflicto, confusión, y por primera vez en mi vida, experimenté ser difamado y que mintiesen sobre mí, por lo cual perdí mi reputación ante personas que me importaban. Estaba exhausto. Regularmente, estaba en reuniones hasta la media noche, tratando de resolver dinámicas relacionales complicadas. Perdí mucha confianza en mí mismo. Estuve totalmente norteado durante gran parte de ese período de tiempo. Duró aproximadamente 18 meses.

Pero comencé a notar que no estaba triste o desanimado solo por mis circunstancias. Algo había cambiado. Existía una oscuridad que se había arraigado. Mi tristeza y desánimo comenzaron a envolverme y oprimirme. Era difícil no experimentar toda mi realidad (mi familia, trabajo, descanso, oraciones) mediante el filtro de tristeza y lamento. “La carne puede soportar solo un determinado número de heridas y no más”, decía Charles Spurgeon, “pero el alma puede sangrar en diez mil maneras, y morir una y otra vez cada hora”.[1] En otras palabras, mientras que las circunstancias pueden provocar la depresión, no solo eran las circunstancias las que me mantenían en ella.

La depresión fue algo que nunca había experimentado. Siempre tuve la habilidad de ver a la vuelta de la esquina; de aplicar la verdad a las circunstancias y confiar en Dios o, pecaminosamente, en mí mismo para sacarlo adelante. Pero ahora era como si tuviera una ceguera emocional que no me permitía ver o sentir más que mi tristeza. Mi vida interior parecía rechazar una palabra de ánimo como un cuerpo vomita su medicina. Podía sostener la esperanza como uno puede sostener humo en sus manos.

Pero cuanto más me abría y hablaba sobre ello, más escuchaba de otros pastores y colegas que ellos nunca habían experimentado la depresión hasta que entraron al ministerio pastoral, tuvieron algún conflicto significativo o desánimo en su ministerio. No estaba solo. Lo que destacaba era que mientras las palabras de verdad y ánimo regularmente se sentían tan efectivas como un jarabe para el cáncer de garganta, la permanente presencia de un compañero en el sufrimiento era como la mano de Dios sobre mis heridas. Eso ayudó a ampliar mi entendimiento de la realidad. La depresión era como estar en una confusa, cegadora y oscura caverna, pero la presencia de otras personas que pudieran dar fe de mi sufrimiento fue como una voz en la oscuridad, despertando alguna esperanza de que tal vez había alguna manera de salir.

Era un pastor deprimido. Por supuesto, la depresión no solo azota a pastores y no todos los pastores experimentarán la depresión. Pero hubieron algunos desafíos únicos al ser un líder y guía espiritual, mientras también sentía debilidad por mi vida emocional, que no sabía cómo explicarlos. ¿Cómo podía ayudar a otros si yo me sentía desamparado? ¿Cómo podía predicar el fruto del cristiano gozoso mientras yo pasé, literalmente, meses sin experimentarlo por mí mismo? Parecía que la vergüenza, la culpa, y el miedo tomaban turnos para azotarme.

NO ES EXTRAÑO ESTAR TRISTE

Esta es la verdad completa: buenos pastores se colocan regularmente en el camino de la crítica y del dolor de otras personas. Entonces, no te debe sorprender, pastor, que puedas experimentar depresión, aun si nunca la has experimentado antes. Cargar el peso emocional de los múltiples dolores, temores, ataques, sufrimientos y cambios de una congregación (sea pequeña o grande) es un llamado retador. Te sorprenderá lo que puede causar en tu interior. Pero, aunque pudiera sorprenderte, debes saber que no es extraño. Incluso sin la carga pastoral, el sufrimiento es una experiencia cristiana normal. “El camino de la tristeza es muy transitado, es el habitual sendero al cielo de la oveja, y todo el rebaño de Dios ha tenido que pasar por él”, nos dice Charles Spurgeon.

Sé que en algunos círculos se critica que un pastor busque consejería, pero es algo bueno, aun en momentos cuando no sienten que están en crisis. La consejería y el tener a alguien que dé dirección a tu vida interna es un patrón sano para líderes espirituales en cualquier etapa.

Busca ayuda en la iglesia local. No todos serán de ayuda. No todos comprenderán. Pero no temas hablar abiertamente del tema con los ancianos, si existen en tu iglesia. Una iglesia puede ser (y debe ser) un lugar de gracia para las personas, incluyendo líderes, que se están desmoronando. Pero muchas veces, las complejidades de la depresión pueden ser un reto para líderes laicos. Pudiera ser sabio buscar consejería profesional.

ENCONTRANDO EL LENGUAJE

En mi experiencia, encontrar la terminología y las categorías con el fin de hablar de mi depresión fueron un gran primer paso hacia la sanidad. Hay poder en nombrar tus dolencias. No me refiero meramente a poder usa la palabra “depresión”. Aun más, el poder usar metáforas que otros compañeros usaban para describir su sufrimiento me abrió el entendimiento acerca de la tormenta en mi interior. Las palabras clínicas te pueden ayudar a categorizar y analizar, pero las metáforas hacían que mi corazón gritara “Sí, ¡eso es!”.

Zack Eswine explica que las metáforas pueden ayudar a desenvolver los misterios del alma mucho más que la terminología clínica porque no explican con frialdad sino que dejan espacio para los matices y las diferencias; requieren mayor exploración y elaboración. [2] Encontrar buenos libros (Spurgeon’s Sorrow [El dolor de Spurgeon] por Zack Eswine o Lincoln´s Melancholy [La melancolía de Lincoln] por Joshua Wolf Shenk) es una tremenda ayuda para descubrir un nuevo vocabulario. Pero el aprender a hallarte en casa en los Salmos es la mejor medicina.

Empecé a darme cuenta de que los Salmos están llenos de palabras de creyentes desesperados, tristes, desesperanzados, y confundidos. Tenían palabras para mí que ni sabía que necesitaba. Qué consuelo tan sorprendente y profundo fue el saber que fueron inspirados por Dios, quien conoce lo que hombres y mujeres necesitan decir cuando no sabemos qué decir. Dios sabe cuán desesperados podemos llegar a estar y nos ha provisto de palabras que podemos decir en esos momentos. “Toma”, nos dice, “usa estas palabras. Te ayudarán”. Sí, el Espíritu gime por nosotros cuando sin palabras caemos como una frágil hoja, pero los Salmos nos proveen palabras, un lenguaje para cuando nuestras almas necesitan expresarse. “De angustia se derrite mi alma” (Sal. 119:28). “Cansado estoy de sollozar” (Sal. 6:6). “La vida se me va en angustias, y los años en lamentos; la tristeza está acabando con mis fuerzas, y mis huesos se van debilitando” (Sal. 31:10). “No permitas que me trague el abismo” (Sal. 69:15). “Tan colmado estoy de calamidades que mi vida está al borde del sepulcro” (Sal. 88:3).

Estas palabras son como manubrios emocionales que nos ayudan a entender y a luchar con nuestras experiencias.

BUSQUE MEJORES HÁBITOS

Muchos de nosotros dormimos menos horas de las que deberíamos y comemos más de lo que deberíamos. No hacemos ejercicio y trabajamos demasiado. Esto no solamente trae una mala salud, sino que nos lleva a estar emocionalmente enfermizos. Desarrollar hábitos saludables te da armas esenciales contra la depresión.

Toma un día de reposo habitual. Lucha por tener un día libre a la semana. Resiste el justificar el saltarse los días de descanso. Come saludablemente y haz ejercicio. Te sorprenderá cómo eso puede ayudar tus pensamientos. Ora los Salmos. Desarrolla amistades saludables, aunque requiera que hagas ciertos sacrificios. A menudo los pastores conocen a todos superficialmente y a nadie profundamente. Apaga tu teléfono desde la cena hasta el desayuno. Toma constantes descansos de las redes sociales. Estos ritmos y hábitos no curan la depresión, pero sí realzan tu vida emocional.

Después de varios meses de depresión, la nube se esfumó. Fui sanado. ¿Te puedo decir algo maravilloso? El gozo que ahora experimento con mis amigos, mi cónyuge, mis hijos, mi iglesia, es de alguna manera más profundo. Soy un mejor pastor, creo. Personas que han experimentado la depresión o la melancolía me han dicho que ahora se sienten seguros al compartirme sus luchas. Eso es un regalo. ¿Puedes creerlo? El Señor restauró lo que había comido la langosta y mucho más. ¡Alabado sea Dios! No hubiera escogido experimentar la oscuridad; pero la oscuridad fue transformada en gracia, y eso no lo cambiaría por nada.


[1] Spurgeon, “Honey in the Mouth”, MTP, Vol. 37, p. 485.

[2] Zack Eswine, Spurgeon’s Sorrow: Realistic Hope for Those Who Suffer from Depression, Focus Books, 2014. 70-72.


John Starke es el pastor de predicación en la Iglesia de los Apóstoles, Manhattan, NYC.


Publicado originalmente en www.9marks.org. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.