En la iglesia existe un peligro real de algo que pocas veces se menciona, pero que puede paralizar un cuerpo de creyentes. Jesús lo enfrenta consistentemente.

Es lo que llamo el “simbolismo sobre sustancia”.

En su Evangelio, Mateo nos narra su conversión en Mateo 9:9–10. Es una historia fascinante de cómo Jesús trata con el corazón hipócrita del simbolismo sobre sustancia. Jesús va directo al lugar de empleo de Mateo y le dice una simple palabra: “Sígueme”. Aunque es una palabra simple, las implicaciones para Mateo eran enormes y ¡cambiarían su vida para siempre! Mateo salió de allí y celebró un banquete con todos sus amigos y “co-pecadores”, digo, compañeros. Jesús se sentó y celebró con ellos y sin duda habló del Padre, tal y como siempre hacía. ¡Seguramente fue un banquete diferente a cualquiera que habían experimentado!

¡Pero los fariseos explotaron! ¿Por qué? ¡Por el “simbolismo sobre sustancia”! Reaccionaron contra la apariencia (el simbolismo) en vez de ver lo que realmente estaba sucediendo (la sustancia). ¡Se veía tan mal que Jesús se sentara con tales pecadores! Para los fariseos, parecía que estaba aprobando sus vidas pecaminosas. ¡Jesús no hacía tal cosa! Este grupo de pecadores pudo experimentar en primera persona el poder y la autoridad del Dios-Hombre que había transformado a uno de sus “co-pecadores”, digo, compañeros. Pero los fariseos estaban enojados por las apariencias. Ellos habían trabajado mucho por librarse de estos pecadores que estaban corrompiendo su sociedad. Pero ahora Jesús comía con ellos.

Las iglesias pueden entrar en este modo, donde sus ojos ya no están sobre la misión real de la iglesia. Jesús les recordó su misión a los fariseos en Mateo 9:13: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. La misión de Jesús fue la sustancia de todo lo que Él era y todo lo que hizo para los pecadores. Por naturaleza, el Evangelio es sustancia. Es una verdad que debe ser creída. ¡Nos entregamos a la verdad de lo que Jesús es y lo que Jesús ha hecho por nosotros! Cuando el simbolismo (las apariencias) llegan a ser más importantes que la sustancia de Evangelio, el valor se pierde, el amor por los demás mengua, la humildad se marchita y la justicia propia llega a ser la medida de la vida de la iglesia.

La iglesia no puede seguir el “cómo se ve”. ¡Tiene que perseguir la sustancia! Tiene que encontrar lo que es verdad. Al amar a los demás, mira más allá de cómo se ven sus vidas y cómo te parecen a tus ojos. A menudo cargamos estándares de justicia propia que depositamos sobre las demás personas sin que ellos lo sepan. Esto paraliza a las personas que desesperadamente necesitan la misericordia y compasión generosa del Evangelio.

Frecuentemente inicia como una microfractura en los cimientos. Una persona decide cómo se ve la obediencia a Dios en cierta situación. Esta “forma” lentamente encuentra el apruebo de los demás. Al pasar el tiempo se convierte en “ley”. Esta ley se convierte en “tradición” y las personas aprueban su tradición. Al pasar más tiempo, se vuelve “tradición sagrada”. Hasta en las reuniones de liderazgo, se toma en cuenta esta tradición sagrada y alcanza el nivel de ser incuestionable. Los ancianos toman decisiones siguiendo esta tradición, en vez de seguir la Palabra de Dios. Luego se convierte en un debate sobre “quién tiene la razón” en vez de “qué es lo correcto”. Es como una gran bola de nieve que rueda por la ladera de una colina nevada, creciendo con el paso del tiempo. Si nadie la detiene, golpeará violentamente contra la estructura y la microfractura en los cimientos explotará. La iglesia quedará destrozada y las personas quedarán aplastadas bajo el enorme peso de algo que nunca debió llegar a ser de tal tamaño. Para ser claros, quizá la manera en que la primera persona quiso obedecer a Dios no tenía nada de malo. El problema llegó cuando erróneamente lo elevaron a otro nivel —incuestionable, ignorado y, lo peor, defendido—.

¿Cuándo sabes si estás escuchado el ruido de la gran bola de nieve? Jesús les dice a los fariseos: “Id, pues, y aprended lo que significa” (Mt. 9:13), que era una fórmula rabínica de animarlos a arrepentirse humildemente por su falta de conocimiento de las cosas que deberían conocer bien. Luego dirige sus corazones a un pasaje en Oseas que habla de la dulce misericordia de Dios a la nación de Israel, pintado en el cuadro de la esposa errante, Gomer. Dios les persiguió con misericordia y fiel amor. Este remedio por la auto-justicia es simplemente la gracia de Cristo trabajando en sus corazones a través de la Palabra de Dios. Esta gracia produce en el pueblo de Dios un corazón humilde que aprende, una voluntad llena de misericordia, y emociones que son gobernadas por la verdad.

¡Que Dios guarde a su iglesia del simbolismo sobre la sustancia!


Eric Sipe es pastor de Calvary Bible Church en Columbus, Ohio. Dios le ha permitido servir en el ministerio por 30 años, plantando dos iglesias, una en Alemania. Disfruta pastorear al pueblo de Dios y aprender a caminar con Cristo cada día. Escribe con el deseo de que los demás puedan amar al Señor y servirle solo a Él todos sus días. Lleva más de 30 años casado con Cindy Lin Hamilton Sipe y tiene tres hijos: Carissa, Quientin y Hunter.


Publicado originalmente en www.graceisflowing.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.