El abuso sexual es una realidad en mi vida.

Desde que tuve seis hasta mis diez años, fui abusada por mi papá.

Antes que nada, te advierto que seré algo específica. La razón por la que lo haré es para ayudarte a comprender qué siente y cómo procesa la mente de alguien que sufrió abuso sexual.

Mi papá nunca me violó en toda la extensión de la palabra, pero me tocaba frecuentemente. Me masturbaba, y me ponía sobre sus partes. Él me explicaba que eso eran las relaciones sexuales. Como niña, no comprendía todo. Por un tiempo pensé que era algo totalmente normal. Pensaba que todos los papás les hacían esto a sus hijas.

Cuando cumplí 10 años, mi salud se vio afectada. No podía hablar en público porque lloraba. Empezaron a aparecer manchas blancas en mi cuerpo. ¿El diagnóstico? “Está enferma de nervios”. Nunca entendí realmente esa explicación. Mi mamá habló conmigo. Me preguntó si algo pasaba. Le dije que no… Mi papá me había dejado muy en claro que era un secreto entre nosotros. Por lo tanto, no podía confesárselo a mamá. Después de eso, mi papá habló conmigo y me dijo que si me sentía mal por lo que me hacía. Le dije que sí. Nunca más pasó.

El abuso terminó en ese momento, pero los efectos no. Quiero compartirte los estragos, las mentiras y los temores que el abuso me provocó:

  • No podía entender por qué alguien que supuestamente me amaba y que yo amaba me podía hacer algo así.
  • Me sentía sucia y sin ningún valor.
  • Siempre me sentía culpable, como si yo hubiera provocado esa situación.
  • Nunca pude ver a los hombres de una manera normal, siempre pensé que me veían como un objeto sexual.
  • Cuando veía a alguien que tenía los rasgos físicos de mi papá, por mi mente pasaban escenas iguales a las cosas que pasé con él.

Como puedes leer, el abuso sexual destruye totalmente el diseño original de Dios en cuanto al sexo, su identidad y la forma de relacionarnos con otros. Una persona que sufre el abuso sexual tiene que vivir con esto día a día. Así que, ¿cómo puedes ayudar a una persona que fue abusada?

Primero, pídele que escriba los pensamientos que le agobian. Una vez que alguien te ha confesado su lucha, no solamente escuches la historia. Necesitas profundizar en sus pensamientos, luchas y estragos. Sin presionar, anímale a expresarse con honestidad y asegúrale que no vas a juzgarle sin importar cuáles sean sus pensamientos.

Segundo, pídele que reemplace estos pensamientos con verdades bíblicas. Explícale que estos pensamientos son mentiras y temores que surgieron debido al pecado. Quizá deban detenerse un poco para analizar los pensamientos que escribió. Está bien si le ayudas a pensar bíblicamente. El punto es encontrar la mentira que está detrás de cada pensamiento.

Tercero, pídele que confiese y ore para eliminar estos pensamientos, reemplazándolos con el Evangelio. No tiene que confesar el hecho de ser víctima, pero necesita confesar los pensamientos antibíblicos posteriores y reemplazarlos con la Biblia. No creas que será tan sencillo como orar una sola vez y ya. Es un proceso largo. Para transformar la mente, la persona debe exponerse constantemente a la Palabra de Dios. Es una dependencia constante de Cristo. Cuando lleguen los pensamientos y recuerdos, debe hacer oraciones cortas en la lucha por pensar la verdad (1 Ts. 5:17). En ocasiones, será cansado y desgastante. Esto debe quedar en claro para el aconsejado. Muchas veces queremos resultados inmediatos, pero la santificación es un proceso.

Cuarto, adviértele que el abuso no se borra de la mente, no desaparece. Esto debemos dejarlo muy en claro. No es simplemente un “ya pasó”. Toda víctima de abuso sexual tiene que aprender a vivir con esa realidad. ¿Cuál esperanza hay? Enseñarle que la fuente de su gozo y satisfacción es Dios. Aunque será difícil y nunca desaparecerá del todo, Dios puede transformar su mente y corazón con la Palabra. Cuando sus ánimos decaigan, anímale a pensar en el amor inagotable de Jesús que es lo único que puede sanarle del abuso que sufrió. Recuérdale que el objetivo no es superar todo. El objetivo es aprender a voltear hacia Dios, sometiéndonos a su voluntad y gozándonos en Él en medio del sufrimiento.

Por último, compartiré cómo fue el proceso en mi vida. Uno por uno, indicaré los pensamientos y las mentiras que escribí al principio y la verdad que Dios me mostró para reemplazarla mediante la oración constante.

Pensamiento: ¿Cómo pudo mi papá hacerme eso?

Mentira: El amor de mi papá puede ser perfecto.

Verdad bíblica: Dios me ama de verdad. ¡Wow! Alguien me amaba incondicionalmente. Fue una verdad maravillosa. Con todo mi sentir de suciedad, era algo increíble. Dios mandó a su hijo a morir por mí (Jn. 3:16). Cristo había muerto por mí y me aceptaba con todo mi pasado, quitando todo mi pecado.

Pensamiento: ¿Cómo pudo mi papá hacerme eso?

Mentira: Mi papá no es un pecador.

Verdad bíblica: El pecado es real y destruye. Mi papá me había hecho esto porque su mente estaba atada totalmente al pecado. Como dice Romanos 1, tenía una mente reprobada. Pude perdonar a mi papá porque entendía el poder del pecado. Sentía compasión por su condición.

Pensamiento: Me sentía sucia y sin valor.

Mentira: Mi valor depende de mí.

Verdad bíblica: Dios me da una identidad. Soy de un linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido porque fui llamada por Él de las tinieblas a su luz admirable. ¡Y existo para anunciar sus virtudes! (1 P. 2:9). Ser la hija de un rey y saber el propósito por el cual fui creada le dio sentido a todo.

Pensamiento: Siempre me sentía culpable, como si yo hubiera provocado esa situación.

Mentira: Yo controlo todo lo que pasa en mi vida.

Verdad bíblica: Dios es soberano. Lo entendí leyendo Génesis; específicamente, la historia de José. Me pregunté por años por qué Dios permitió que sufriera así. Y, como dicen las escrituras, Dios todo lo usa para mi bien. Entonces, de alguna forma, ¡Dios usaría esto! Yo no era la culpable.

Las siguientes dos mentiras han sido las más difíciles de procesar. El Evangelio fue un bálsamo para mi corazón destrozado. Pero realmente fue un reto creer la verdad. Mi mente seguía atrapada en las mentiras que creí por años.

Pensamiento: Todos los hombres me ven como un objeto sexual.

Para aliviar mi pensamiento, tuve muchas relaciones de noviazgo o amistades cercanas con creyentes e inconversos sin llegar a nada físico. Me sentía segura si tenía a alguien, pero yo lo tenía que controlar. Básicamente, usaba a las personas para sentirme apreciada (por lo que había vivido, tenía una necesidad de siempre tener personas a mi alrededor para sentirme valorada). Mi seguridad e identidad estaban basadas en lo que las personas pensaban de mí. Pero ellos no me podían usar a mí. Nunca dejé que me hirieran e inclusive yo les causaba daño a ellos.

Mentira: Mi seguridad depende de lo que otros piensan de mí.

Verdad bíblica:

  • Cada persona fue diseñada a imagen de Dios.
  • Ninguna persona me puede proteger como Dios lo hace.
  • Tú no eres víctima, Dios te ha dado todo para tener vida en abundancia.
  • Tu satisfacción debe estar en Cristo.

Pensamiento: Cuando veía a alguien que tenía los rasgos físicos de mi papá, por mi mente pasaban escenas iguales a las cosas que pasé con él.

Mentira: No puedo pensar con pureza por mis experiencias pasadas.

Verdad bíblica: Dios creó a cada hombre a su imagen. No debo imaginar a mi prójimo de esa manera. Memoricé versículos como Filipenses 4:8, Mateo 5:8 y cualquier pasaje que fuese útil. Tenía que enseñar a mi mente a cambiarlo. El Espíritu Santo estaba allí redarguyéndome, y la verdad de las Escrituras era lo único que podía liberarme.

CONCLUSIÓN

Si aconsejas a alguien que ha sufrido abuso sexual, vas a escuchar mucho sobre la versión distorsionada del sexo. Vas a tener que orar y pedirle al Espíritu Santo que te ayude a recordar verdades, pasajes para poder aconsejar. Por supuesto, no siempre tendrás todas las respuestas. Seguramente habrá cosas que no sabrás. Lee libros sobre el tema (¡puedes hacerlo desde ahora!). Sé honesto con la persona aconsejada y busca ayuda con algún hermano con mayor experiencia. Al hacerlo, mantén el anonimato de tu aconsejado, a menos que él haya expresado su consentimiento de revelar su identidad.

Sobre todo, no te desesperes. Cada persona pasa por un diferente proceso, a algunos le toman años y a otros meses. Recuerda: Dios está haciendo la obra y no nosotros. Muéstrale paciencia y amor a tu aconsejado. No minimices el problema. El abuso sexual no es un asunto que pueda superarse con facilidad. Aunque no hayas pasado por ello, intenta ponerte en su lugar y acompáñale todo el tiempo que sea necesario hasta que la Palabra obre en su corazón. Confía en Dios y en su Palabra. Si la persona es fiel en aferrarse a la Palabra, Dios obrará en su corazón y podrá gozarse en Él a pesar de lo sucedido.


Por la delicadeza del tema, la autora de este artículo prefiere permanecer en el anonimato.