Desde mi pobre perspectiva, las horas más dolorosas ya habían pasado. La muerte de mis amados suegros había causado una herida que apenas iniciaba a cicatrizar. Mi suegro. Mi pastor. Mi mentor. Todo era dolor. Pero ese mismo día hubo otra profunda incisión que duraría mucho más tiempo de lo que hubiera imaginado.

Era un poco antes de mediodía, cuando alguien que me amaba fue usado por Dios para insertar el bisturí de la humillación. Sus palabras eran los instrumentos quirúrgicos que abrían mi ser. “Tú no eres la persona para cumplir una tarea como esta. Tú eres muy pequeño. A ti te falta experiencia”. Me dijeron la verdad, pero mi corazón pecaminoso se agitaba y luchaba haciéndome creer que eso no era cierto. Allí descubrí la gran infección que había en mi ser entero. Dios sabía que ya había una metástasis que tenía que ser extirpada antes de cualquier otra cosa. Mientras estaba en ese proceso, me preguntaba si era la manera en la que Dios debía tratarme después de una pérdida tan sensible, ya que no hubo tiempo de respiro, no hubo preparación prequirúrgica, la anestesia no surtió efecto, el tacto del cirujano divino se sentía como si fuera una operación a corazón abierto, pero sin anestesia.

El tiempo pasó y la operación continuó, y, después de algunos años, me parece que continuará.

Quisiera compartir en este breve artículo tres razones por las cuales debemos enfrentar la humillación.

I. Porque es un mandato de Dios.

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 P. 5:6).

Cuando pienso en el contexto de los receptores de esta carta, que enfrentaban una persecución física que ponía en riesgo la vida de cada uno de ellos, me parece que el apóstol Pedro dice a sus oyentes algo que no necesitaban oír. ¡Ya estaban siendo bastante humillados por medio de todo lo que sufrían! Aun así, el apóstol Pedro les manda que se humillen. No es una sugerencia. Es un imperativo. humillaos.

Así que la humillación no se trata de tus circunstancias, sino de una actitud de tu corazón. No importa cuánto hayas sufrido, no importa si el sufrimiento se ha prolongado. Si tu corazón aún no se ha doblegado, es necesaria la humillación.

II. Porque esta actitud te identifica con Cristo.

La humillación más grande jamás será una humillación humana. La humillación más grande es la que encontramos descrita en Filipenses 2:8. En este capítulo, Pablo describe el sentir de Cristo al venir a la tierra y, al llegar al verso ocho, dice: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Cuando analizo mi vida desde este ángulo, me doy cuenta de que en cada momento que Dios me permite pasar tengo que clamar a Él para que me dé el valor de humillar mi corazón, de no demandar mis derechos, de no exigir mi bienestar. Posiblemente, Dios me está permitiendo pasar por una enfermedad, una crisis económica o un problema familiar para que mi corazón se humille delante de su gloria.

Así que la humillación no es solo un sentimiento que surge por tu sufrimiento, sino una decisión que tomas en medio de tu sufrimiento.

III. Porque te permite reconocer la raíz de tu pecado.

A lo largo de la historia bíblica, Dios ha usado el sufrimiento para llevar al hombre a reconocer el orgullo y la soberbia que le impiden humillarse delante de Él. El hombre se resiste a colocar su vida bajo la poderosa mano de Dios, pero Dios usa sus medios de gracia para poner a sus hijos bajo su poderosa mano.

En este proceso, observarás que lo que te impide humillarte es tu pecado. Y no me refiero a alguna práctica, sino a la tendencia de tu corazón, a esa tendencia de resistir la humillación. Por eso, aunque tu corazón lo resista, Dios te llevará al desierto para humillarte. El sufrimiento llegará como un siervo de Dios para llevarte a la humillación, aun cuando tú te aferres al piso como un infante para no ir a donde tu Padre te quiere conducir.

Así que la humillación es un lugar a donde nuestro pecado nos impide ir, pero la gracia de Dios nos lleva con sus agentes hasta ser humillados.

Hoy, después de aquel momento donde pude aprender estas verdades, me doy cuenta de lo necesaria que es la humillación. Confío que Dios seguirá usando sus agentes para llevarme a donde debo estar siempre: bajo la poderosa mano de Dios.