Yo sí.

Y tú también.

Nunca he entendido por qué muchos de mis compañeros creyentes en automático argumentan con aquellos que dicen haber nacido con una inclinación que mis amigos consideran inmoral. ¿Por qué no podría ser el caso?

Ahora, acepto que es difícil imaginar que cualquier orientación sexual pudiera estar presente desde el nacimiento, ya que parece tomar algún tiempo para cualquier niño desarrollar cualquier orientación sexual de cualquier modo. Pero para mí no es problema en aceptar que mis (p. ej.) amigos gays sintieron una inclinación hacia la atracción homosexual desde sus memorias más tempranas.

Dos razones para ello. En orden inverso de importancia.

EXPERIENCIA PERSONAL

No, yo no he luchado con atracción homosexual, y nunca me he sentido como una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Pero, desde mis días más tempranos, supe que había algo seriamente mal conmigo.

Mis hermanas mayores podrían decirte que era un niño difícil. Gritón, odioso, indisciplinado, generalmente un dolor en varias partes de la anatomía. Las hice llorar, más de una vez.

Y este es el punto. Yo no quería hacerlo. Yo quería ser bueno. Yo quería aumentar la alegría más que la tristeza cualquiera que fuera el evento. Yo quería, como mi madre solía amonestarme, “ser una ayuda, no un estorbo”. Cada año, justo después de comprar mis útiles escolares, me decía a mí mismo que este año iba a ser bueno.

Pero no podía hacerlo. Simplemente no podía. Cosas saltaban solas de mi boca, y veía el dolor en la cara de un ser querido, o la frustración en la cara de un maestro, y sentía surgir mi frustración conmigo mismo.

No podía hacer el bien al que aspiraba.

Yo nací así.

ESCRITURA

Como esperaríamos, la Escritura respalda mi experiencia. Me dice que no debería sorprenderme por lo que encuentro en mi corazón.

  • Me dice que toda persona es pecadora (Ro. 3:23).
  • Me dice que todos nosotros comenzamos como pecadores, desde el principio; es naturaleza, no crianza (Sal. 58:3). Mis hijos podían mentir (con sus expresiones) antes de que pudieran hablar, y yo también.
  • Me dice que incluso el apóstol Pablo sintió el mismo doble-ánimo de corazón que yo (Ro. 7).

Pero la Escritura me dice algo que mi experiencia no.

Me dice que hay una solución.

  • La solución no está en buenas intenciones. Pedro negó a Jesús incluso cuando aseguró que no lo haría (Mt. 26:33).
  • No está en apretar mis dientes y echarle más ganas. Pablo demuestra eso (Ro. 7).

La solución no está en mí para nada. Soy totalmente incapaz.

La solución está en Cristo. Mi justo Padre, me dice la Escritura, ha puesto mi voluminoso pecado en su justo Hijo: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6).

¿Cómo sucede? Por fe.

¿Qué significa?

Creo en Cristo; confío en la eficacia de su acción a mi favor, y confío que Él me perdonará como me prometió. Desde que hemos sido justificados por fe, tenemos paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5:10).

Yo nací así. Pero estoy perdonado. Nada de esa basura cuenta en mi contra. “Jesús, mis pecados clavó a su cruz, (…) y ya no los llevo, oh ¡gloria a Jesús!”.

Y, cabe destacar, ese no es el final de la historia.

La Escritura me dice 3 cosas más que son realmente esperanzadoras, incluso cuando mi lucha con mi oscuro corazón continúa.

  • Dios no solo perdonó mi deuda de pecado, sino que depositó a mi cuenta toda la justicia de Cristo mismo (2 Co. 5:21). Él me ve no solo sin pecado, sino que también me ve como el productor de todo tipo de bien. Él me ve a través de unos lentes “color de Cristo”.
  • Dios ha puesto en mí su Santo Espíritu, quien me capacita para ser mejor; como creyente, ahora tengo la habilidad, si estoy dispuesto a usarla, de hacer estas cosas a las que aspiro (Ro. 6). No tengo que perder nada más. Él, quien vive en mí, es más fuerte que mis propios impulsos malvados (1 Jn. 4:4). Todavía sigo luchando, como todas las personas que conozco; pero tenemos fuerza con la que no nacimos, y esas son muy buenas noticias.
  • La lucha presente no durará por siempre; mi frustración actual es temporal. El día viene cuando Dios, tal como lo prometió, me hará como su Hijo (1 Jn. 3:2). Realmente hay luz —gran luz— al final de este muy oscuro túnel.

Sí, yo nací así. Y tú también. Y no hay solo una “esperanza” amorfa, sino que existe una respuesta. Una solución.

Por fe.


Dan Olinger enseña en Bob Jones University desde el 2000. Antes, sirvió 19 años como escritor, editor y supervisor de BJU Press. Cada verano, lidera un grupo misionero a África. Está casado con Pam, y son miembros de Heritage Bible Church, Greer, SC, donde Dan es anciano y maestro de escuela dominical.