“¿Qué hacemos con nuestros hijos?”. Un grupo de padres se sentó en conjunto en mi oficina, secando sus lágrimas. Soy un pastor de secundaria, pero en esta ocasión no estaban hablando sobre jóvenes de 16 años bebiendo y fiesteando/parrandeando. Cada uno tenía una historia que contar sobre un  “buen chico cristiano”, criado en su casa y en nuestra iglesia, que se había alejado de la fe durante su universidad. Estos chicos habían venido a la reunión de jóvenes de nuestra iglesia, fueron a viajes misioneros y sirvieron en muchos ministerios durante su juventud. Ahora, no querían tener nada que ver con ello. Y, por alguna razón, las sugerencias que daban estas madres de que nuestra iglesia enviara cajas con galletas a los estudiantes universitarios en su primer año, para ayudarlos a sentirse conectados con la iglesia, no me parecieron una solución lo suficientemente robusta.

Las desalentadoras estadísticas[1] sobre los jóvenes que asisten a la iglesia siguen llegando. Cunde el pánico. ¿Qué estamos haciendo mal en nuestras iglesias? ¿En nuestros ministerios juveniles?

Es difícil analizar los diferentes relatos y hallar la historia real. Y no hay una solución fácil para traer todos los jóvenes “perdidos” de regreso a la iglesia —otra además de continuar orando por ellos y llenar sus vidas con el Evangelio—. De cualquier forma, todos podemos mirar a los veinteañeros en nuestras iglesias que están acoplados y envueltos en el ministerio. ¿Qué es lo que separa a los que se quedan en la iglesia? Aquí están unas cuantas observaciones que he hecho sobre tales jóvenes, con unas cuantas aplicaciones para los que servimos en el ministerio juvenil.

  1. Son convertidos

El apóstol Pablo, interesantemente, no usa frases como “cristiano nominal” o “buen chico cristiano”. La Biblia no se anda con rodeos con trivialidades como: “Sí, es una lástima que haya hecho eso, pero tiene un buen corazón”. Cuando escuchamos el testimonio de la Escritura, particularmente hablando de la conversión, encontramos que no hay mucho margen de maniobra. Escucha estas palabras: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Nosotros, como pastores de jóvenes, necesitamos regresar al entendimiento de la salvación tal cual es: un milagro que viene del glorioso poder de Dios a través de la obra del Espíritu Santo.

Debemos parar de hablar sobre “buenos chicos cristianos”. Necesitamos dejar de sentirnos satisfechos con la asistencia al grupo de jóvenes y retiros divertidos. Necesitamos comenzar a ponernos de rodillas y orar que el Espíritu Santo, por medio de la Palabra de Dios, haga su milagrosa obra de salvación en los corazones de los jóvenes. En definitiva, debemos volver a centrarnos en la conversión.  ¿Cuántos de nosotros estamos predicando a “evangélicos inconversos”? Pastores de jóvenes, debemos predicar, enseñar y hablar, ¡todo mientras oramos fervientemente para que ocurra la milagrosa obra de regeneración en los corazones y las almas de nuestros estudiantes por el poder del Espíritu Santo! Cuando eso pase —cuando “se vaya lo viejo” y “venga lo nuevo”— no será difícil. No estaremos lidiando con un grupo de “cristianos nominales”. Estaremos listos para enseñar, discipular y equipar a la futura generación de líderes de la iglesia —¡“nuevas creaciones”!— que está hambrienta por conocer y hablar de la Palabra de Dios. Son los jóvenes convertidos los que seguirán adelante amando a Jesús y sirviendo en su iglesia.

  1. Han sido equipados, no entretenidos

Recientemente, tuvimos un “día de hombres” con algunos chicos de nuestra reunión de jóvenes. Comenzamos con una hora de baloncesto en el parque local, seguimos con un intenso juego de softball (al estilo Chicago), y terminamos con la tarde atascándonos de pizza grasosa y dos litros de refresco. No estoy en contra de la diversión (o brutalidad, dependiendo de tu opinión sobre la tarde que acabo de describir) en el ministerio juvenil. Pero los pastores de jóvenes necesitan, especialmente, repetirse constantemente las palabras de Efesios 4:11-12: “[Cristo] constituyó (…) maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Cristo nos constituye como maestros para la iglesia, no principalmente para entretenerla, animarla, poner el ejemplo o incluso para la amistad. Él constituyó maestros en la iglesia a fin de “equipar” a los santos para hacer el ministerio del Evangelio con el fin de que la iglesia de Cristo sea edificada.

Si no he equipado a los estudiantes en mi ministerio para compartir el Evangelio, discipular a creyentes menores que ellos y dirigir un estudio bíblico, entonces no he cumplido mi llamado hacia ellos, sin importar cuán buenos hayan sido mis sermones. Oramos por conversiones; eso es todo lo que podemos hacer, porque es completamente un don gratuito de Dios. Pero después de la conversión, Cristo nos manda que avivemos una fe que sirve, lidera, enseña y crece. Si nuestros jóvenes dejan la secundaria sin hábitos de lectura bíblica, sin destreza en el estudio bíblico, y sin fuertes ejemplos de discipulado y oración, los hemos perdido. Los hemos entretenido, no equipado… ¡y tal vez sea hora de entrar en pánico!

Olvídate de tus programas juveniles por un segundo. ¿Están saliendo de nuestros ministerios la clase de estudiantes que entrarán a alguna universidad en otro estado, se unirán a una iglesia y comenzarán a hacer la obra del ministerio evangélico en ese lugar sin la necesidad de andar detrás de ellos? ¿Estamos equipándolos para ese fin, o solo estamos dándoles un buen tiempo mientras están con nosotros? No necesitamos jóvenes adictos a las reuniones de jóvenes; necesitamos estar cultivando siervos y siervas que estén equipados para enseñar, liderar y servir. Al mirar a ese joven de 16 años, haz a un lado tus estrategias para ministerios juveniles y pregúntate: “¿Cómo puedo invertir cuatro años con este chico para que en 10 años sea el mejor diácono y el mejor maestro de escuela dominical que puede ser?

  1. Sus padres les han predicado el Evangelio

Como pastor de jóvenes, no lo puedo hacer todo. Todo el equipamiento del que hablo está completamente más allá de mis limitadas capacidades. Es imposible para mí traer conversión, por supuesto, pero también es imposible para mí tener un ministerio formativo que envía siervos y siervas vibrantes si mi ministerio no está siendo reforzado diez veces más en los hogares de los jóvenes. El hilo que une a todos los veinteañeros con mentalidad de servicio que yo conozco es abundantemente claro: un hogar donde el Evangelio no era periférico sino absolutamente central. Los veinteañeros que están sirviendo, liderando y manejando los ministerios de nuestra iglesia son jóvenes cuyos padres los obligaron a ir a la iglesia. Son chicos cuyos padres les castigaron y los hicieron responsables cuando fueron rebeldes. Son jóvenes cuyos padres leían la Biblia alrededor de la mesa en la cena cada noche. Y son chicos cuyos padres fueron duros, pero que finalmente operaron en un marco de gracia que apuntaba a la cruz de Jesús como la base de la paz con Dios y el perdón mutuo.

¡Esta no es una formula! Jóvenes provenientes de hogares asombrosamente centrados en el Evangelio dejan la iglesia; gente proveniente de una familia con fundamentos desordenados encuentra la vida eterna en Jesús y tienen hermosos matrimonios y familias. Pero tampoco es algo impredecible. En general, niños cuyos padres aman a Jesús vibrantemente y guían a sus hijos en la fe durante sus años de crianza, sirven activamente en sus iglesias, saturan sus hogares con el Evangelio, y crecen en su amor a Jesús y a la iglesia. Las palabras de Proverbios 22:6 no constituyen una fórmula que es cierta el cien por ciento de las veces, pero nos proveen con un principio que viene del misericordioso plan de Dios, el Dios que se deleita en ver su Palabra de gracia pasar de generación a generación: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

Pastores de jóvenes, oren con todas sus fuerzas por conversiones verdaderas; que son obra de Dios. Equipen a los santos para la obra del ministerio; que es su trabajo. Padres, prediquen el Evangelio y vivan el Evangelio para sus hijos; nuestro trabajo depende de ustedes.


[1] http://www.conversantlife.com/theology/how-many-youth-are-leaving-the-church

En el 2002, un estudio de la Southern Baptist Convention’s Family Life Council encontró que el 88% de los jóvenes que crecen en la iglesia dejan de asistir al entrar a la universidad.

En el 2007, un estudio de LifeWay Research afirmó que el 70% de los jóvenes se van de la iglesia. De los cuales, únicamente el 35% regresa en algún momento.

Otro estudio, por la Assembly of God, encontró que el 66% de jóvenes sale de la iglesia.

En el 2006, un estudio por Barna halló que el 61% de los jóvenes dejan de congregarse.


Jon Nielson es el pastor de universidad en College Church, Wheaton, Illinois. Jon está cursando su doctorado en Ministerio en Trinity Evangelical Divinity School. Es autor de dos libros: Bible Study: A Student’s Guide (P&R, 2013) y The Story: The Bible’s Grand Narrative of Redemption (P&R, 2014).


Publicado originalmente en www.churchleaders.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.