Hoy en día, vemos iglesias con estructuras asombrosas, edificios hermosos, grupos de alabanza formidables, asistencias numerosas, entre otras cosas. Y la mayoría de los pastores sentimos admiración por estas iglesias, siendo atraídos e inclusive cautivados por ellas. Pero, hay algunas preguntas que deberíamos hacernos: ¿Cómo comenzó esa congregación? ¿Cuánto les costó llegar ahí? ¿Cuáles son los desafíos que enfrentaron para estar donde están y tener lo que tienen? Estas preguntas nos ayudan a ver más allá de lo exterior al considerar el arduo trabajo de años de estas iglesias.

Hace poco más de un año, un par de amigos y mi familia tomamos la decisión de responder al llamado del Señor de “ir y hacer discípulos” mediante la plantación de una iglesia. Yo también me he dejado cautivar y he soñado con tener una de esas congregaciones hermosas. Y, aunque lo disfruto, estoy viviendo una de las etapas más difíciles que enfrenta toda iglesia local. No se ve un crecimiento exponencial. Aún estamos refinando nuestra teología. Y nos falta devoción para servir mejor a la Iglesia de Cristo. Esta etapa está llena de obstáculos financieros, de organización y de tiempo. Son los retos que todo plantador atraviesa en los comienzos de la iglesia local.

No quiero ser presuntuoso escribiendo acerca del tema. Me encuentro en un proceso de aprendizaje que durará toda mi vida. Pero me gustaría compartirte tres cosas que he aprendido durante este tiempo de plantación, que me han servido demasiado para tener un balance en medio del excesivo trabajo que esto requiere; tres verdades prácticas que te ayudarán a encaminarte hacia esa Iglesia gloriosa por la que Cristo viene, de la cual tú estás siendo parte en una comunidad local.

  1. Ama la gloria de Dios más que a las almas

Sé que parece una tremenda herejía. Pudiera sonar contradictorio al llamado de “ir y hacer discípulos”. Pero con esto no quiero decir que no debamos amar a las almas. Ni sugiero que no debamos hacer un trabajo arduo por alcanzarlas. Mucho menos estoy diciendo que no debe arder un deseo en nuestro corazón por ir y predicar a toda la comunidad en la que Dios nos ha plantado. Lo que quiero decir es que ese deseo jamás debe estar por encima de nuestro amor por Dios y su gloria.

Uno de los errores más grandes de la iglesia moderna es motivar a personas a ser misioneros usando la persuasión de que muchas almas se están perdiendo. Esto ha desencadenado muchas estrategias para alcanzar a los perdidos a cualquier costo. Entonces, bastantes misioneros han respondido al llamado de ir a otras naciones con un enfoque incorrecto: en lugar de buscar la gloria de Cristo, solo buscan acumular números y confesiones de fe para sus reportes. Lo más preocupante de esto es que ya no hay un amor por la predicación fiel del Evangelio; ya no existe una confianza en la obra del Espíritu Santo para alcanzar a las personas. Toda la responsabilidad recae en el plantador, y su trabajo se vuelve más frustrante, cansado y desgastante de lo que ya es.

Retumban en mi ser las palabras de Paul Washer: “¿Cuántos han llorado y gemido por las almas que se están perdiendo?”, a lo que muchos respondieron con amenes y júbilo. Inmediatamente, preguntó: “¿Cuántos han llorado y gemido para que la gloria de Cristo sea conocida?”, a lo que un silencio inundó el lugar de manera impresionante.

Pastor plantador, no quiero desanimarte en tu esfuerzo por alcanzar a la mayor cantidad de personas que puedas. Pero sí quiero recordarte que la gloria de Dios radica en amar celosamente su Palabra, pues a Dios le plació alcanzar al pecador por medio de la predicación del Evangelio (1 Co. 1:21). Dios es más glorificado cuando confiamos en que su Espíritu Santo convence a los hombres de justicia, de pecado y de juicio (Jn. 16:8). No son los métodos, no es el esfuerzo, no es la elocuencia de la predicación, ni todos los eventos y programas que podamos hacer. Es Cristo y nada más que Cristo obrando a favor de los suyos. ¡A Él sea la gloria!

  1. Ama las almas más que a los libros

Un plantador debe leer. Libros acerca de liderazgo, de gobierno eclesiástico, de cómo llevar una restauración bíblica, de membresía, de predicación expositiva, de teología sistemática, de teología bíblica, de apologética y demás… deben estar en nuestras bibliotecas. Son herramientas que nos ayudan a ser mejores pastores. Es nuestro deber dedicar tiempo y esfuerzo para la lectura. De hecho, más que cualquier otro libro, somos llamados a devorar la Palabra de Dios sin medida.

Sin embargo, ¿de qué serviría estar 10 horas leyendo la Palabra de Dios sin ponerla en práctica? ¿Cuál sería el beneficio para la iglesia si todo el conocimiento solo se queda en la mente y nunca baja al corazón? Debemos ser conscientes de que hay un mundo real que nos está esperando para poner en práctica todo lo que estamos aprendiendo. Hay un grupo de personas que asisten a nuestras congregaciones y nos buscan durante la semana con el deseo de ser amados, perdonados, escuchados, abrazados… mientras nosotros estamos encerrados en nuestro mundo de libros.

Sin darnos cuenta, el estudio y la biblioteca se pueden convertir en nuestro lugar de refugio, y esto no debe ser así. Los plantadores debemos ser el lugar de refugio de las personas que el Señor nos está dando. Y, no me malentiendas, por favor. Nuestro refugio es Cristo y el refugio de las ovejas también debe ser el Señor. Pero Dios nos ha llamado a nosotros para encaminarlas hacia ese refugio, y esto no se logra solo leyendo libros. Esto emana del amor y la pasión que solo su Espíritu pone en nuestro interior por las personas con el fin de guiarlas a la persona de Jesús. Hermano mío, ama la Palabra y léela con fervor. Lee todos los libros que puedas. Pero, cuando tengas que decidir entre leer un libro y hablarle del Evangelio a una persona, elige el llamado que Dios te ha dado —pastorear a su rebaño—.

  1. Ama los libros más que al entretenimiento

Como plantador bivocacional, el desafío más grande que enfrento es mantener un balance bíblico entre mi familia (pues ella es el ministerio más importante de mi vida), el trabajo secular y la plantación. Esto suele llevarme a tener cansancio excesivo y a estar buscando cualquier momento para “desconectarme” de todas las labores y aprovecharlo para tener un tiempo “para mí”. Aunque sé que es bíblico y recomendable tomar tiempo para descansar, muchas veces podemos caer en la tentación de no usar el tiempo libre con diligencia; lo desaprovechamos en cosas tan efímeras como estar en el celular (redes sociales, por lo general), en la televisión o simplemente de ociosos.

Aunque esto cueste trabajo, debemos invertir la mayor cantidad de tiempo en orar, leer más la Biblia y estudiar todas las herramientas que nos ayuden a ser mejores esposos y padres, mejores empleados o jefes, mejores pastores. Por otro lado, no estoy hablando de robarle ese tiempo a nuestra familia, que debe ser muy importante para cualquier hombre de Dios. Tampoco debemos llegar al otro extremo antibíblico de personas que encuentran su identidad en el trabajo exhaustivo, mejor conocidos como “workaholic” o “trabajólico”.

Lo que sí trato de decir es que los primeros años de la plantación nos van a demandar “tiempo extra”. Hablo de que, cuando respondimos al llamado de plantar una iglesia, estábamos diciendo al Señor: “Mi tiempo es tuyo. Voy a dedicar mis recursos, mis fuerzas y mis pensamientos a este llamado. Sé que tú me darás las fuerzas que necesito para ser un padre de familia ejemplar, un empleado diligente y un pastor servicial que te dé gloria”.

Todos los días tenemos que elegir entre un libro que edifique nuestra alma o tomar un tiempo de “relax” que normalmente no lleva a ningún propósito bueno y edificante. Oremos que el Señor, en su gracia, nos dé la disposición para aprovechar mejor el tiempo, que podamos tener un balance que glorifique a Cristo en todas nuestras actividades. Pidamos que el Espíritu Santo nos ayude en nuestras debilidades para amar el estudio de su Palabra y de otros buenos libros más que ese tiempo egoísta que reclamamos para nosotros.

CONCLUSIÓN

Pastor, el trabajo de un plantador es desgastante. Es mal pagado. Es demandante. Pero también es gratificante. No hay mayor satisfacción que poder servir al reino de nuestro Salvador. Y no hay mejor paga que ver personas siendo salvadas y santificadas hasta el día de la glorificación de sus almas. Bendito sea el Señor que, habiendo tantos creyentes, decidió llamarnos a nosotros para su servicio. Bendito sea el Señor que nos ha confiado su rebaño y nos ha dado recursos y dones para presentarle una novia sin mancha y sin arruga.

Tal vez, algún día tengas ese edificio grande y hermoso lleno de personas, o tal vez siempre estarás en la cochera de tu casa. Pero cualquiera que sea tu situación, ama la gloria de Dios más que a las almas; ama las almas más que a los libros; y ama los libros más que al entretenimiento. ¡Entrégate por completo a este hermoso ministerio y vive para la gloria de Cristo!


Armando Ortiz es esposo de Gaby y papá de dos niños, Sofía y Matías. Desde hace un año y medio, comenzaron a plantar la Iglesia Familia de Fe en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Inicia su Maestría en Predicación Expositiva en la Universidad Cristiana de las Américas.