Si nuestros hijos van a seguir a Dios, tienen que conocer a Dios y amarle. Tristemente, muchos hijos abandonan la fe de sus padres porque sus padres no les han dado un testimonio vibrante de un Dios alucinante.

Otros padres sí enseñaron a sus hijos sobre Dios, y, aun así, no siguieron a Dios. Esto puede suceder por muchas razones, pero en este artículo quisiera considerar la siguiente:

Algunos padres sinceros podemos contagiar a nuestros hijos con una perspectiva egoísta en su relación con Dios.

¿Cómo lo hacemos? Cuando hablamos a nuestros hijos solamente de las obras de Dios. Les contamos las maravillas que Dios ha hecho al contestar nuestras oraciones y al darnos bendiciones. Es bueno compartir estas cosas con nuestros hijos, pero, si no tenemos cuidado, podríamos presentarles a Dios como nuestro siervo, alguien que existe solo para suplir mis necesidades y saciar mis deseos.

Intercambiamos papeles. En vez de servir a Dios, hacemos que Dios sea nuestro siervo. En vez de que nosotros existamos para agradar a Dios, parece como si Dios existiera para hacernos felices a nosotros. Así que, debe darnos todo lo que deseamos. Debe cumplir nuestros sueños. Tiene que contestar nuestras peticiones.

Para evitar este error, debemos hablarles a nuestros hijos de las maravillosas obras de Dios y también de su excelso carácter. 

Esta perspectiva es evidente cuando leemos los salmos, ya que notamos que los salmistas frecuentemente hablan de estas dos áreas. Por ejemplo, el Salmo 71:19 dice: “Y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; Oh Dios, ¿quién como tú?” Noten cómo este versículo enfoca dos cosas: su justicia (el carácter de Dios) y las grandes cosas que Dios ha hecho (sus obras).

Muchos padres cometemos el error de no enseñarles a nuestros hijos sobre el excelso carácter de Dios. No les hablamos de su hermosa santidad, de su auto-existencia, de su perfecta justicia, o eminente majestad. Al cometer este error, Dios se hace pequeño y nuestra relación con Dios se vuelve egoísta. Al analizar detenidamente esta situación, nos damos cuenta de que amamos a Dios solo por las cosas que Él hace y por lo que nos da. Pero antes de amar a Dios por lo que nos da, debemos amar a Dios por lo que es, por su excelso carácter.

Si amamos a Dios solo por lo que hace o por lo que nos da y no le amamos por lo que es (su carácter), no amamos a Dios.  Amar así no es amar. Es interés. Es beneficio personal. Es usar a otra persona para nuestro propio provecho.

Imagínate si se diera esta conversación con mi esposa.

Mi esposa: ¿Qué amas de mí?

Mateo Bixby: Me gusta cómo limpias la casa. Me encanta esa comida especial que preparas. Me gusta cómo planchas mis camisas. Me gusta que laves mi ropa.

Mi esposa: Pero, ¿qué te gusta de mí, o sea, de mi persona?

Mateo Bixby: Me gustan tus brazos fuertes que te ayudan a cargar la ropa sucia. Me gusta tu energía que te permite trabajar duro en la casa…

Si así amo a mi esposa, algo anda mal en mi amor hacia mi esposa. Eso es interés y beneficio personal, no es amor.

Cuando no les enseñamos a nuestros hijos sobre el excelso carácter de Dios, y solamente les hablamos de sus bendiciones terrenales, reforzamos su instinto natural al egoísmo.

En ese caso, ¿qué pasará con su relación con Dios? En algún momento de su vida, Dios no les dará lo que ellos desean y se enfadarán con Dios. Pensarán que Dios no cumple sus promesas y, con amargura, se alejarán de Él. Pero, si les enseñamos a amar a Dios por su excelso carácter, podrán amar a Dios aun cuando no hay bendiciones materiales o respuestas a oraciones egoístas.

El profeta Habacuc aprendió esta lección. Al concluir su libro dijo: Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17-18).

O sea, si Dios no me da nada y me quita todo, me gozaré en Dios. Eso es amarle.

Si realmente amamos a Dios, primero tenemos que amarlo por lo que es (su carácter). Luego, lo amamos por lo que ha hecho (sus obras).

Asegúrate de hablarles a tus hijos no solamente de las bendiciones maravillosas que Dios te ha dado. Muéstrales el excelso carácter de Dios.