Hace algunos años, Chris Anderson compuso un himno que dice: “Quien pronunció la maldición sufrió, mas la venció”. Y es curioso. En nuestra vida diaria, no hablamos mucho sobre bendiciones o maldiciones. Pero, en la Biblia, estos son temas trascendentales. Hasta ahora, hemos visto que la Biblia es la historia de un reino, cuyo Rey ha hablado. Y, debido a que es el Rey, su Palabra es sumamente importante. De su Palabra depende si le va bien o le va mal a los demás. De hecho, se puede decir que la Biblia es la historia de cómo Dios restaura la bendición que siempre quiso darle al hombre por medio de su Hijo, quien sufre la maldición que el hombre merece.

¿Cómo es que la bendición y la maldición se desarrollan a lo largo de la Biblia?

ADÁN Y LA BENDICIÓN

El término bendición resume la disposición fundamental de Dios hacia el hombre: Él es bueno y desea el bien para la humanidad. El patrón diario en la creación es “y Dios dijo” o “y dijo Dios”. Pero, eso solo era en los días iniciales. En cuanto a los habitantes del quinto y sexto día, no dice meramente “Dios dijo”, sino “los bendijo Dios, y les dijo” (Gn. 1:22, 28). De hecho, el “primer día de trabajo” para Adán fue parcial, puesto que ocurrió su boda. ¿El día siguiente? ¡Era festivo! Dios bendijo uno de los siete días para que el hombre descansara en su presencia.[1]

En los primeros días de vida del hombre, Dios se encargó de mostrarle lo que era el bien. Incluso, Dios le permitió al hombre ser partícipe del bien, mostrando amor por medio de la obediencia a un solo mandamiento: no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.[2] El hombre ya conocía el bien. Y hubiera sido un bien no conocer el mal. Pero Satanás engañó al hombre: ¡le hizo creer que Dios era malo al prohibirles conocer el mal! Los convenció de que el mal era un bien. Adán, por primera vez, llamó al mal un bien. Adán pecó.

Como resultado, entró la maldición. Dios maldijo a Satanás. La tierra también fue maldecida. Adán perdió muchas de las bendiciones que Dios tenía para él. Sobre todo, perdió el acceso a su buena presencia en el Edén. Sin embargo, cuando Adán pecó, Dios solo maldijo a la serpiente y a la tierra. Aunque las consecuencias sí afectaron a Adán y a Eva, la maldición en sí no cayó sobre ellos, sino sobre su reino: la tierra.

De hecho, en medio de la maldición, Dios hizo una promesa: Él restauraría la bendición al hombre. La simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Ganaría la bendición al final. Pero, al vencer a la serpiente, la simiente sufriría daño (una herida en el calcañar, Gn. 3:15). Un hijo de Eva restauraría la bendición al hombre. Entonces, nació Caín. Tristemente, el primer hijo de Adán no fue un agente de bendición. Tanto así que llamar “maldición” a lo que hizo con su hermano Abel es poco. Fue fratricidio. Y, por su pecado, Caín trajo sobre sí la maldición (Gn. 4:11).

Adán trajo la maldición sobre la tierra. Su hijo Caín la aumenta. ¿Cuándo vendría el hijo que restaure la bendición? El primer “buen” candidato es Noé.

Noé y la bendición

Al nacer Noé, su padre expresó su esperanza: “Este nos aliviará de nuestras obras (…) a causa de la tierra que Jehová maldijo (Gn. 5:29). Y, hasta cierto nivel, sí lo hizo. Al ver el sacrificio que Noé hizo después del diluvio, Dios dijo: “No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre” (Gn. 8:21). Noé salvó a la tierra de recibir más maldición por parte de Dios, pero no quitó la maldición que ya existía. Al contrario, ¡él terminó maldiciendo a su propio nieto (Gn. 9:25)! Esta es la primera vez en la Biblia en que un hombre pronuncia maldición sobre otro. Noé, entonces, termina acrecentando la maldición.

¿Quién restauraría la bendición si no fue Noé? La pista es “Bendito por Jehová mi Dios sea Sem” (Gn. 9:26). El Pentateuco traza la línea genealógica de los agentes que Dios usa para bendecir: desde Adán hasta Sem. Y, finalmente, nos presenta a Abraham.

ABRAHAM y la bendición

Cuando los hijos de Noé se rebelaron en Babel, Dios los castigó esparciéndolos por toda la tierra y se formaron las naciones. A partir de este momento, se habla de una nación que comenzó con un hombre: Abraham. Dios escogió a Abraham para crear una nación que bendijese a las naciones. “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). Tanto así que, de allí en adelante, Abraham viene a ser el punto de referencia para Dios. Si alguien trata bien a Abraham, recibe bendición. Si alguien trata mal a Abraham, es maldecido. Por ejemplo, Abraham es de bendición a los cinco reyes capturados por Quedolaomer (Gn. 14).

Isaac y la bendición

Después, Dios transfiere la bendición de Abraham a su hijo: Isaac. Esto lo anuncia cuando le dijo sobre Sara: “la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella” (Gn. 17:16; Gn. 25:11; Gn. 26:3-4, 24). Y, aunque Isaac desea bendecir a Esaú, Jacob se roba la bendición (Gn. 27). Esto nos revela una verdad: la lucha entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente es la lucha entre la bendición y la maldición.

Jacob y la bendición

Más tarde, Isaac le confiere la bendición a Jacob y le manda a buscar esposa en Padan-aram (Gn. 28:1-4). En Betel, Dios mismo confirma que sí, bendecirá a Jacob para que él sea de bendición a las naciones (Gn. 28:13-14). La bendición divina es tan patente en la vida de Jacob que resulta en celos de su suegro y de sus cuñados. Labán le hubiera “maldecido” —matado— si no fuera por la protección divina. Y, porque Dios interviene, Labán termina bendiciendo a Jacob (Gn. 30:30).

Al morir, Jacob bendice a sus hijos, especialmente a José. Sin embargo, profetiza que Judá llevará la preeminencia (Gn. 49:10). El que quite la maldición para establecer la bendición será un hijo de Israel (Jacob; Gn. 35:10).

Moisés y la bendición

Moisés es el instrumento que Dios usa para unir a la nación en Egipto. Faraón, protagonista de la simiente de la serpiente, maldice a la nación de Israel. Pero, como Dios había dicho a Abraham, maldecir al pueblo de Dios te trae maldición. Las diez plagas de Egipto muestran esta verdad. Después de tanta confrontación entre Moisés y Faraón, la última cosa que Faraón le dice a su rival es fantástica: “bendecidme también a mí” (Éx. 12:32). Faraón reconoce que necesita la bendición de Dios y que Israel es el medio para obtenerla.

Tomando en cuenta la lucha entre la bendición y la maldición, se entienden mucho mejor las historias entre el Mar Rojo (Éx. 15) y Sinaí (Éx. 19). En las primeras dos, Israel murmura. Es decir, ¡maldice a Dios! (Éx. 16). En Éxodo 17, el rey Amalec sale a “maldecir” —exterminar— a Israel y termina recibiendo su propia maldición. En Éxodo 18, el sacerdote Jetro bendice el nombre de Dios por lo que ve en Israel. Más tarde, Balak quiere maldecir a Israel por el falso profeta Balaam, pero resulta más bien en siete profecías de mayor bendición. Esto demuestra que Dios va a bendecir a Israel sin importar los muchos intentos del diablo para maldecirlo.

Entonces, ¿la bendición está asegurada? Aunque no hay ningún enemigo externo que pueda contra Israel, sí hay un enemigo interno: el pecado. Este enemigo sí traerá la maldición sobre Israel repetidas veces.

En Sinaí, Dios le da su ley a Israel. Dios desea colmar con bendición a su pueblo: lluvia y cultivo (Lv. 26:4), seguridad (Lv. 26:5-6), victoria militar (Lv. 26:7-8), población (Lv. 26:9), prosperidad económica (Lv. 26:10), y la presencia divina (Lv. 26:11-12). Pero su desobediencia a Dios traería maldición sobre ellos (Lv. 26:14-43). El hecho de que solo 13 versículos describan las bendiciones de la obediencia y 30 describan las maldiciones de la desobediencia apunta hacia el problema interno —el pecado— de Israel. Al final, Dios les hizo verbalizar su acuerdo en un culto único sobre los montes Gerezim y Ebal (Dt. 11:29; 27:4; Jos. 8:30-33). Todo el pueblo dijo “Amén” a las bendiciones y maldiciones de la ley.

David y la bendición

De aquí en adelante, Israel entra a la tierra prometida, luchando contra las naciones alrededor que quieren maldecirle y contra su enemigo interno: el pecado. Cuando caía en pecado, recibía maldición. Al serle fiel a Dios, disfrutaba de su bendición. Pero ni los sacerdotes (el Pentateuco y Josué) ni los jueces (libro de Jueces) pudieron quitar la maldición de manera definitiva. ¿Podría un rey quitar la maldición?

El nuevo agente de Dios para bendecir a otros es David. Dios le prometió que uno de su dinastía tendría el reino eterno. David pide a Dios esto mismo diciendo: “Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre” (2 S. 7:29).

Su hijo Salomón trae la bendición más grande al construir el templo: la presencia divina. La bendición está sobre el hijo de David en todas las maneras que Levítico 26:1-13 dice. 1 Reyes 4 describe su riqueza, fama, sabiduría, dominio militar y poder. Pero dos ocasiones especiales son únicas en todo el Antiguo Testamento.

Cuando Salomón pidió ayuda con la carpintería, el rey de Tiro exclamó: “Bendito sea hoy Jehová, que dio hijo sabio a David sobre este pueblo tan grande” (1 R. 5:7). Más tarde, la reina de Sabá, al ver la grandeza de su reino, dijo: “Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel” (1 R. 10:9). Reyes y reinas gentiles bendecían el nombre de Jehová porque Israel disfrutaba de su bendición (tal como se pide en el Salmo 67). Pero, tanto David como su hijo, desobedecieron la Palabra de Dios y trajeron la maldición sobre sus propias vidas. ¿Podría algún hijo de David traer la bendición para siempre?

CONCLUSIÓN

Cuando Israel disfruta de la bendición divina, la nación rebosa y salpica a todos con la bendición divina (Sal. 67). Esa parece ser la idea con Israel en el Antiguo Testamento. ¡Pero pasó tan pocas veces! La época de David y de Salomón fue la gran excepción, no la regla. Normalmente, Israel traía sobre sí la maldición divina, tanto que Dios los mandó al exilio por haber profanado su santo nombre (Ez. 36:20-23).

Curiosamente, la última palabra del Antiguo Testamento es “maldición” (Mal. 4:6). Después de 39 libros de revelación, a través de muchos siglos, la maldición persiste. La Biblia entera se puede bosquejar de la siguiente manera: bendición (creación), maldición (caída), y bendición (restauración). Así que, la Biblia es la historia de cómo Dios, a través de Cristo, elimina la maldición y restaura la bendición.


[1] Descanso y la presencia divina son dos otros temas de la teología bíblica que abordaré más adelante.

[2] ¿Ves la conexión entre bendecir y maldecir en “el bien y el mal”?