Las iglesias no se han reunido por la pandemia. Para los que amamos a nuestros hermanos en Cristo, es quizás el aspecto más difícil de la cuarentena. Sin duda, el encierro sería más difícil sin la tecnología moderna. Relacionarnos virtualmente por medio de Zoom, Messenger, WhatsApp y Facebook ha sido de gran ayuda.

Pero todavía extrañamos estar con nuestros amados hermanos: disfrutar de su presencia física, estrechar nuestras manos, abrazarnos e incluso besarnos. Las reuniones virtuales, lejos de hacernos pensar que ir a la iglesia no es necesario, nos han hecho valorar mucho más la presencia física. Simplemente no es lo mismo.

Al hablar con un amigo y extrañar las conversaciones que teníamos antes de la cuarentena, tuve el siguiente pensamiento:

“De cierta manera, toda mi relación con Jesús ha sido virtual”.

Piénsalo. Nunca hemos visto a Jesús. Nuestros ojos nunca han contemplado su rostro. Es una relación basada en la fe y no en la vista (2 Co. 5:7). Hay momentos donde Jesús se siente muy real y otros donde lo sentimos muy distante. Por ahora, esta es la relación que Dios diseñó y, con todas sus dificultades, conlleva una bienaventuranza especial que ni los discípulos de Jesús pudieron tener. Jesús nos llama bienaventurados por transitarla (Jn. 20:29).

Luego, pensé algo que conmovió mi corazón:

“¿Cómo será cuando al fin podamos ver a Jesús cara a cara?”.

Me dejó sollozando.

Al pensar en ese momento no pude resistir las lágrimas. Un profundo anhelo llenó mi alma. Sí, disfruto de una relación hermosa con Él, pero es por fe. Mis ojos no lo ven. Pero un día… un hermoso día… ¡mis ojos lo verán!

Durante nuestro peregrinaje terrenal, vemos a Jesús por un espejo, oscuramente (1 Co. 13:12). Esa maravillosa vista de la gloria del Señor es tan impactante que somos transformados en su imagen (2 Co. 3:18). Pero no es una vista tan gloriosa como podría ser, pues es solo la vista que permite un espejo oscuro. Los espejos del mundo antiguo no eran como los nuestros. Eran pedazos de bronce pulido que reflejaban algo de la imagen, pero no daban la vista nítida que nuestros espejos nos proporcionan. Así es nuestra vista presente de Jesús. Gloriosa, transformadora, pero oscura cuando la comparamos con verle cara a cara (1 Jn. 3:2).

Sobre esta tierra, pocos han tenido la oportunidad de ver a Dios cara a cara. Jacob (Gn. 32:30) y los ancianos de Israel (Dt. 5:4) fueron algunos que la tuvieron, pero nadie lo experimentó como Moisés (Dt. 34:10; Éx. 33:11 y Nm. 12:8). Sin embargo, incluso la visión que Moisés tuvo de la cara de Dios fue velada, pues ningún mortal puede ver la gloria desvelada de Dios y sobrevivir (Éx. 33:20).

Pero… un día… tú y yo veremos a Dios… cara a cara.

¿Cómo será esa primera mirada?

¿Te lo puedes imaginar?

Una sola mirada, y todo será diferente.

Y no será solamente una mirada. Tendremos toda la eternidad para contemplarle. 

¿Cómo será así vivir?

Cara a cara en plena gloria, viendo el rostro de quien quiso nuestras almas redimir.

Nunca existió ni existirá algo tan hermoso.

Estar delante de Él. En silencio. Con corazones rebosando tanto que ni podamos hablar. Solo admirarnos de Él. Ver sus cicatrices. Contemplarle y adorarle en silencio absoluto.

Ahora sí con un corazón sin divisiones. Sin fluctuaciones. Sin ninguna atracción por el pecado. Sin ningún aburrimiento. Sin frialdad. Sin querer hacer otra cosa. Amándole con todo mi corazón, toda mi mente, todas mis fuerzas… Con todo mi ser, como debería ser.

¿Lo añoras?

Si pensáramos más en esa realidad, sabiendo que un día le veremos cara a cara,nuestra vida sería muy diferente. El gran pastor y teólogo Jonathan Edwards decidió vivir como si ya hubiera visto el cielo.[1]

Ahora que añoras el regreso a la iglesia, con tus hermanos en Cristo, cultiva también tu añoranza por el regreso de Cristo, para verle cara a cara

Añora el regreso de Cristo pensando en las cosas invisibles y eternas (2 Co. 4:18).

Añora el regreso de Cristo mirando el oscuro y glorioso espejo de la Palabra de Dios (2 Co. 3:15-18).

Añora el regreso de Cristo recordando el Espíritu te resguarda mientras andas por fe y no por vista (2 Co. 5:5-7).  

Añora el regreso de Cristo purificando tu corazón, pues solo los puros de corazón verán a Dios (Mt. 5:8).

Añora el regreso de Cristo recordando lo que será ver su rostro en justicia y despertar a su semejanza (Sal. 17:15).

Añora el regreso de Cristo anhelando su manifestación en gloria cuando todo ojo le verá (Ap. 1:7).

Añora el regreso de Cristo viendo por fe al Invisible aunque todavía no le veas cara a cara (He. 11:27).

Añora el regreso de Cristo poniendo tus ojos en el Autor y Consumador de la fe que sufrió la cruz (He. 12:2).

Si añoras reunirte cara a cara con los hermanos de tu congregación, añora mucho más ver a Cristo cara a cara.

Te dejo con la letra de dos antiguos himnos que nos hablan de esta experiencia. Te animo a meditar unos minutos sobre estos textos.

EN PRESENCIA ESTAR DE CRISTO

En presencia estar de Cristo
Ver su rostro, ¿Qué será,
Cuando al fin en pleno gozo
Mi alma le contemplará?

CORO:
Cara a cara espero verle.
Más allá del cielo azul;
Cara a cara en plena gloria
He de ver a mi Jesús.

Solo tras oscuro velo,
Hoy lo puedo aquí mirar,
Mas ya pronto viene el día
Que su gloria ha de mostrar.

¡Cuánto gozo habrá con Cristo
Cuando no haya más dolor,
Cuando cesen los peligros
Y ya estemos en su amor!

Cara a cara, ¡cuán glorioso
Ha de ser así vivir!
¡Ver el rostro de quien quiso
Nuestras almas redimir!

YO PODRÉ RECONOCERLE

Cuando al fin se termine aquí mi vida terrenal,
Y el río oscuro tenga que cruzar,
En la otra ribera al Salvador conoceré;
Su sonrisa bienvenida me dará.

CORO:
Yo podré reconocerle,
Sus heridas allí contemplaré;
Bien podré reconocerle
Cuando a Cristo en la gloria le veré.

¡Oh qué gozo será vivir allí con el Señor,
Y su rostro y hermosura contemplar!
Con los santos gozosos en perfecta comunión
Le adoraré por la eternidad.

Por los bellos portales me conducirá Jesús;
No habrá pecado, ni ningún dolor;
Gozaré con los suyos alabanzas entonar,
Más primero quiero ver a mi Señor.


[1] Resolución 55.