“Dios bendice a los que procuran la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5:9 NTV).

¿Cómo es Dios? Santo, todopoderoso, amoroso y muchas cosas más, pero una de las maneras en que Jesús describió a su Padre fue “hacedor de paz”. Aun antes de crear todas las cosas en completa paz (shalom), nuestro Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tenían un plan eterno de restaurar la paz cósmica. La promesa sobre el Mesías fue que sería llamado “Príncipe de Paz” (Is. 9:6).

Jesús también nos enseñó que imitar a Dios —ser “hijos de Dios”— significa procurar la paz.

Lo mismo afirma el autor de Hebreos:

“Esfuércense por vivir en paz con todos y procuren llevar una vida santa, porque los que no son santos no verán al Señor” (He. 12:14).

Ken Sande, director de Peacemaker Ministries, fue un abogado cristiano que aprendió algo curioso: suele ser más fácil arreglar conflictos interpersonales fuera del sistema judicial que dentro. Él recomienda procurar la paz tomando en cuenta cuatro principios generales.[1] En este artículo, haré un intento de resumir algunas de sus ideas.

Los cuatro principios pueden resumirse así:

  1. Corazón.
  2. Confesar.
  3. Perdonar.
  4. Pausar.

El corazón

Santiago 4:1-2 desnuda el corazón de los conflictos: los deseos de nuestros corazones. Deseos buenos. Deseos malos. Pero deseos que nos son más importantes que el amor, el gozo y la paz del Espíritu Santo.

Quiero que mi cónyuge cambie su manera tosca de hablar y actuar. Es un buen deseo. Sin embargo, ese deseo puede llevarte a pensar “No puedo vivir feliz y no puedo amarle hasta que cambie”. Un deseo bueno quitó a Dios del trono de tu vida. Cuando deberías buscar su bien en otras áreas de su vida, mientras él arregla esta área de su vida, te molestas y pierdes el gozo de la salvación. Al no tener amor ni gozo, tu matrimonio y tu familia carecen de la paz que pudiesen gozar (incluso en una situación no ideal).

El primer paso para ser un pacificador es reconocer y destronar los deseos idólatras que impiden la paz. Si condicionas la paz hasta que consigas tus deseos, no serás un pacificador y estarás en constante conflicto. Comprométete a buscar el bien de la otra persona, aun si nunca cambia. Por supuesto, no ignores su pecado. Ignorar y justificar el pecado que está destruyendo la vida de tu ser querido no es amor. Pero el amor sí es paciente y nunca pierde la esperanza de que Dios cambie a la persona. Sigue buscando el bien de la otra persona, aun cuando tus deseos no se realizan.

La confesión

La confesión es necesaria para mantener la paz. Debe hacerse con todos los ofendidos, reconociendo explícita y audiblemente todas las ofensas y todo el daño causado. En vez de decir “perdóname si es que te ofendí”, debemos decir “perdóname por insultarte diciéndote una maldición. Entiendo que te hayas ofendido”.

Varias cosas:

Minimizar no es confesar. Confesar es reconocer todo lo malo que hayas hecho y todo el daño causado.

Justificar no es confesar. Confesar es aceptar las consecuencias, comprometerte a cambiar y tomar los pasos necesarios para cambiar. A veces, esto incluye llegar a un acuerdo con la persona(s) ofendida(s) para hacer restitución.

Confesar es pedir perdón. Es necesario enfatizar este punto. Pedir perdón no es decir “perdóname si es que te ofendí en algo”. Pedir perdón es reconocer las ofensas específicas y expresar los daños específicos que causaron.

Esta confesión humilde y contrita es más fácilmente aceptada que una “confesión” llena de  justificaciones con palabras como “si” o “tal vez”.

El perdón

El perdón debe ser una promesa. Sande menciona cuatro promesas del perdón:

  1. Dejar de meditar en la ofensa.
  2. Dejar de usar la ofensa en contra de la otra persona.
  3. Dejar de mencionar la ofensa a otros.
  4. No dejar que la ofensa impida un trato de honor y amor hacia el ofensor.

La pausa

En ocasiones, el ofensor no quiere confesar o el agredido no quiere brindar el perdón. Hay que tomar una pausa. Ahora toca la parte de la “negociación”.

Primero, haz un recuento de la relación entre ambas partes. Recuerda los conflictos previos y compáralos con el conflicto presente.

Segundo, afirma la amistad que existía antes y el deseo mutuo de llegar a un acuerdo para reconciliarse.

Tercero, reconoce las metas y los valores de cada uno. Por qué este conflicto es difícil para esa persona. Qué es lo que les afecta a ambos.

Cuarto, busca “soluciones creativas”. Por inercia, cada uno tendrá su propia solución. Ambos expresen lo que piensan que sería mejor para reconciliarse.

Quinto, soluciona el conflicto. Al inicio, te sentirás forzado a escoger entre las propuestas de cada uno. Pero es una falsa dicotomía. En su lugar, analiza de la manera más objetiva posible todas las opciones que puedan imaginar, no limitándose a la falsa dicotomía de dos opciones extremas. Elijan el punto intermedio que consideren mejor.

Conclusión

Jesús es el Príncipe de Paz. El fruto del Espíritu es amor, gozo y paz. Si procuramos la paz, seremos identificados como hijos —imitadores— de nuestro Padre Celestial, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de la cruz de su único hijo.

La paz es una perla preciosa que conlleva un alto costo. Si Dios sacrificó a su Hijo para tener paz con nosotros, cuando éramos sus enemigos, ¿qué estás dispuesto a sacrificar para tener paz con tu cónyuge, padre o amigo? Jesús se humilló y sufrió el agravio para perdonarnos y reconciliarnos con Dios.

La paz bíblica requiere pasos difíciles de confesión y perdón. La mayoría de las veces, ninguno de los involucrados es 100% inocente (a menos que sea Jesús). Por lo regular, ambos tienen que confesar y ambos tienen que perdonar (aunque la ofensa de uno puede ser mucho más dañina que la ofensa del otro).

El perdón requiere humildad y sufrimiento. Implica no tomar venganza y saber que no se puede restaurar al cien lo que se perdió, aceptando una justicia injusta por amor al enemigo.

Al mismo tiempo, al buscar el bien de otro, invitas a la otra persona a ser concreta en su confesión. Lo llevas a entender y aceptar el daño que causó. También, a comprometerse a cambiar de forma concreta, tomando los pasos necesarios para ello. Al lastimar a otro, te lastimas a ti mismo. El amor hace todo lo posible para ayudar al ofensor a dejar de lastimar y empezar a servir.

Es difícil que la reconciliación se logre al primer intento, incluso la segunda o la tercera vez. Hay que ser pacientes, creativos, humildes y confiar en el Señor.

Recuerda:

“Dios bendice a los que procuran la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5:9).


[1] Para leer más sobre este tema, puede leer el documento Una guía bíblica para resolver conflictos personales, del sitio Peacemakers Ministries.