Algunos días brilla el sol, cantan los pájaros y todo se vive en alta definición. Pero luego están los otros… días que son borrosos, con lágrimas sinfín.

Estás cansado de sentirte así.

Quisieras que eso desapareciera.

Intentas distraerte con cualquier cosa, pero una y otra vez eso regresa.

Te preguntas por qué.

Te preguntas dónde está Dios.

Intentas ponerlo en palabras… y el llanto te inunda otra vez.

La tristeza es como un helado infierno que nos consume por dentro. Quizá no es nuestra salud lo que está mal. Pero se siente como si todo estuviera mal. No sientes ganas de nada. Nos dicen cosas como “Dios es bueno” o “Dios controla todo”… pero eso solo crea más confusión. ¿Cómo puede este “soberano y buen Dios” permitir cosas tan dolorosas?

¿Qué puede apagar esa fría confusión? ¿Qué esperanza hay cuando Dios parece alguien malo?

La Biblia ofrece ríos de gracia para nuestro marchito ser. Entre ellos, quisiera compartirte tres consoladoras verdades para los momentos en que Dios parece malo.

1. No tienes que entender todo

Job sufrió ese helado infierno que tú y yo a veces sentimos. En su dolor, Dios parecía alguien malo y se quejó contra Dios:

“Hazme entender por qué contiendes conmigo. ¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos, y que favorezcas los designios de los impíos? ¿Tienes tú acaso ojos de carne? ¿Ves tú como ve el hombre? […] Tus manos me hicieron y me formaron; ¿y luego te vuelves y me deshaces?” (Job 10:2–8; ver también Job 21:4).

Cuando sufrimos, tanto a ti como a mí nos “obsesiona saber” (Job 36:17 NTV). Pensamos que necesitamos entender y eso nos hará sentir mejor. Pero es mentira. Claro, resolver un problema te brinda paz. Pero la mentira aquí es cuál problema hay que resolver. El problema no es que no entiendas. El verdadero problema es que no confías. El problema es que no te das cuenta de que “mayor es Dios que el hombre” y no tiene por qué dejarte entender todo (Job 33:12–13). “Él es poderoso tanto en fuerza como en entendimiento” (Job 36:5 NTV) y nosotros solo podemos poner en duda su sabiduría con palabras ignorantes (Job 38:2 NTV).

Cuando Dios parece malo y quieras entender todo, recuerda que Dios entiende cosas de las que tú no sabes nada, “cosas demasiado maravillosas” para ti (Job 42:3 NTV).

2. No tienes que cambiar todo

“Sabed ahora que Dios me ha derribado […] Me arruinó por todos lados, y perezco; y ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado” (Job 19:6–10).

La esperanza de Job estaba en que el sufrimiento desapareciera, ya fuera por la muerte o por una vida mejor:

“¡Quién diera que viniese mi petición y que me otorgase Dios lo que anhelo, […] que soltara su mano y acabara conmigo!” (Job 6:8–9).

“¡Quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba […] Cuando aún estaba conmigo el Omnipotente, y mis hijos alrededor de mí. Cuando lavaba yo mis pasos con leche, y la piedra me derramaba ríos de aceite!” (Job 29:2–6).

Cuando sufrimos, tanto tú como yo queremos “aliviar el sufrimiento” (Job 7:13 NTV). Y creemos que esa esperanza la alcanzaremos cambiando nuestra situación.[1] Sin embargo, esto presupone una gran mentira: nuestro mayor problema es la maldad externa o nuestra circunstancia. Pero ese no era el principal problema de Job (ni el nuestro). Cuando Job es humillado por Dios, dice:

“De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5–6).

El verdadero problema de Job era su corazón. Estaba lleno de orgullo religioso. Una y otra vez, saca a relucir su propia justicia pidiéndole una explicación a Dios (Job 32:2). Pero, aunque se creía justo, su corazón estaba lejos de Dios. A través del sufrimiento, Dios se da a conocer a él y, ahora, Job puede decir “mis ojos te ven” (Job 42:5). La bondad que Job cuestionó siempre estuvo allí, usando el sufrimiento para cambiar su corazón —y no su situación—.[2]

El problema no es tu situación. El verdadero problema es tu corazón. Dios, en su infinita sabiduría, ha decidido que lo más amoroso que puede hacer por ti es transformarte a la imagen de Jesús (Ro. 8:28–29). El sufrimiento externo acabará cuando Él regrese (Ro. 8:18–25). Mientras tanto, todo cristiano experimenta el proceso que Job vivió. El propósito del sufrimiento es que nuestros ojos vean a Dios y que así nuestro corazón sea cambiado. Y, aunque nuestras circunstancias sean dolorosas, debemos dirigir nuestro corazón hacia Él hasta el momento en que podamos decir “ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).

Cuando Dios parece malo y quieras cambiar todo, recuerda que el propósito del sufrimiento es que nuestros ojos vean a Dios y que nuestro corazón sea cambiado (Ro. 8:28–29).

3. No tienes que sufrir solo

Es evidente que Job tenía pésimos amigos. En medio de su dolor, lo atacaban en lugar de sostenerlo y guiarlo hacia la verdad:

“¿Hasta cuándo angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado diez veces; ¿no os avergonzáis de injuriarme?” (Job 19:2–3).

Dios mismo se expresa a uno de ellos con desapruebo:

“Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job” (Job 42:7).

Cuando sufrimos, necesitamos amistades que nos restauren, haciéndonos voltear nuestro rostro hacia Dios. Necesitamos personas como Eliú a nuestro alrededor, cuyo mensaje sea básicamente ¡el mismo que Dios nos daría! (Job 32–41). Eliú buscaba que Dios redarguyera a Job, y no el hombre (Job 32:13).

En el sufrimiento, nos sentimos solos y que nadie nos entiende. Nos sentimos abandonados por los demás. Pero el hijo de Dios nunca está solo. Gracias a Dios, en la iglesia tenemos personas como Eliú a nuestra disposición. Cuando sufrimos, nuestros hermanos en Cristo han sido llamados a “sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gá. 6:2). Nuestra iglesia tiene la responsabilidad restaurarnos (Gá. 6:1) y de llorar con nosotros cuando lloramos (Ro. 12:15). El problema no es tu soledad. El verdadero problema es tu aislamiento. Así que, no te aísles. En medio de cualquier sufrimiento, busca un hermano maduro en tu iglesia local y pídele que sea tu Eliú. Él puede ayudarte a recordar que no tienes que entender todo y tampoco tienes que cambiar todo.

Cuando Dios parece malo y quieras sufrir solo, recuerda que Dios te ha dado un grupo de hermanos en Cristo que pueden ayudarte a llevar tus cargas y recordarte la verdad.


[1] “Ignorar” la situación también es intentar cambiarla. Es una fantasía mental de cambio, donde nuestra realidad es ajustada. “Eliminas” lo que no te gusta. Pero este proceso es sumamente dañino, pues es imposible ignorar tu realidad en todo momento. Si ignoras tu sufrimiento, los “golpes de realidad” vendrán incluso con más fuerza.

[2] La misericordia de Dios es tan grande que, al final, también cambia las circunstancias de Job (Job 42:10–17). ¡Le da el doble de todo lo que antes tenía! Pero no debemos pensar que Dios “se lo debía”. En nuestras vidas, no tenemos ninguna certeza de que esto ocurra así. A veces, Dios arreglará nuestras circunstancias cuando “hayamos aprendido la lección”. Otras veces, la situación se quedará igual y no debemos cuestionar la bondad de Dios incluso en ello.


Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, donde graduó con la licenciatura en Teología Pastoral. Disfruta servir en la Universidad Cristiana de Las Américas y en el ministerio de Palabra y Gracia.