¿Cómo respondes a una mala noticia?

Aunque mi vida no era perfecta, todo iba viento en popa y no imaginaba lo que estaba a punto de ocurrir.

En el mes de marzo, participé en algunos viajes a Toluca y Zacatecas como parte de nuestro ministerio. En esos viajes, comencé a sentirme un poco mal, pero supuse que era por un simple tema gastronómico. Pasaron algunas semanas y volví a tener el mismo problema. Esto se repitió varias veces. Y, después de semanas de dolor intenso, me llevaron a consultar.

Posterior a una extensa charla, el doctor me vio a los ojos y escuché lo que hizo sentir un vacío en mi estómago: “No estoy seguro, pero creo que lo que usted está describiendo es debido a un cáncer estomacal. No se alarme, pero necesitamos hacer más estudios”. Solo unos pocos minutos habían pasado. No podía creer que, antes de llegar al doctor, yo solo pensaba que necesitaba comer más saludable. Jamás imaginé que podría tener cáncer.

Fueron semanas llenas de miedo, temor e incertidumbre. Sentí como mi mundo se desmoronaba. No podía creer que estoy me pasara a mí. Hace poco menos de un año, el Señor me permitió unirme en matrimonio con Rubí, mi amada esposa. Tiene poco que gradué de la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de las Américas. Desde entonces, he estado sirviendo como pastor asistente en la Iglesia Bautista Nueva Vida, en Juárez, Nuevo León. He sido pastor interino en Saltillo, Coahuila y maestro de instituto bíblico. ¿Cómo le podía pasar esto a alguien que se dedica al ministerio?

¿Acaso Dios se había escondido? ¿No podía escucharme? Mi corazón se preguntaba: “¿Qué hice mal?”. Las palabras de aliento que les di a otros hermanos vinieron a mi mente, pero en ese momento esas palabras sonaban vacías. Por las noches, miraba a mi esposa dormir, preguntándome: “¿Dios quiere que ella se quede sola?”. Mi mente estaba inundada de confusión.

Todo esto me hizo sentir la realidad de mi debilidad. No podía cambiar mi cuerpo. No podía sanarlo. No podía cambiar el diagnóstico. Esa semana estuve leyendo en mi Biblia el libro de Juan. El Espíritu trabajó en mi corazón con diversos pasajes, pero no podía contener mi pesar. De repente, llegué al momento cuando Pedro niega a Jesús. Mi corazón se partió. Ese era yo, negando a mi Salvador. Dios estaba apretando mi corazón, mi orgullo y mi voluntad para mostrarme lo que en realidad soy: un pecador.

Al final del evangelio, Jesús dijo algo que me impactó: “Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:17). Pedro había entendido que debía amar no en palabra sino en hecho. Lo que dijera no iba a demostrar lo que realmente iba a hacer. Dios me mostró la misma verdad. Aprendí que el conocimiento es invaluable, pero no sirve de nada si no lo practicamos. Debemos vivir nuestra fe.

Después de unos días, decidimos escuchar una segunda opinión. Por la gracia de Dios, pudimos ir a una unidad con mayor experiencia médica y una mejor infraestructura. Al volver a contar lo que me estaba sucediendo, pude notar que el doctor se sorprendió con el diagnóstico inicial. Me hicieron muchos estudios y fui a escuchar la evaluación final: “No se preocupe. No es cáncer,” dijo el doctor. Nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Nuestro Dios nos había escuchado. Después de todo, las aparentes malas noticias solo fueron un enorme susto.

Al salir del hospital, íbamos en el auto y mi esposa estaba callada con la mirada perdida. La miré y pude observar las lágrimas que corrían sobre sus mejillas. Las únicas palabras que pude pronunciar en un momento así salieron de lo más profundo de mi ser: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”.

Esta experiencia me mostró lo que había en mi interior. Un hermano muy sabio me dijo que, a veces, Dios nos deja sufrir para que podamos crecer. Si no hay sufrimiento, nos volvemos conformistas, perezosos y dejamos que nuestra pasión por Jesús y por su Palabra ya no sean una prioridad. Dios permite el sufrimiento para moldear nuestro carácter, para mostrarnos lo débiles e incapaces que somos para resolver las cosas. 

Aunque al final el diagnóstico cambió, pude aprender tres verdades que debemos recordar al recibir una mala noticia:

  1. Nosotros no somos soberanos. Nosotros no podemos hacer nada para cambiar las cosas. La salud, la muerte y todo en esta vida nos muestra lo incapaces que somos. Hay cosas en nuestra vida que podemos hacer para cuidar nuestra salud física (y te animo a hacerlo antes de que termines en un hospital). Pero, al fin y al cabo, nosotros no podemos controlar cada aspecto de nuestra vida.
  2. Dios es soberano. Dios controla cada aspecto de nuestra vida. A veces, Dios permite que los diagnósticos de enfermedades como cáncer, leucemia, o anemia salgan positivos. Y Él sigue siendo bondadoso y fiel aun en las circunstancias más adversas de nuestra vida.
  3. Nosotros debemos ser agradecidos. La salud, la vida y todo lo que tenemos es por la misericordia de Dios. No nos pertenecen. Si tenemos salud, se la debemos a Dios. Tal vez, estás viviendo en luchas, temor, incertidumbre y dolor por tu condición. Créeme que te entiendo. Pero aprendí algo: solo podemos aferrarnos a lo que es seguro. Dios y solo Dios ha orquestado soberanamente nuestra vida. Él es la Roca de nuestra salvación (Sal. 62:2, 6 y 7). Es Aquel en el cual no hay mudanza ni sombra de variación (Stg. 1:17).

CONCLUSIÓN

En medio de las pruebas, en vez de preguntar “¿Por qué?”, deberíamos preguntarnos “¿Para qué?”. ¿Qué es lo que Dios quiere transformar en mí? ¿Cómo esto me hace más como Él? La prueba nos muestra quiénes somos y nos transforma en quien deberíamos ser. En su soberanía infinita, nuestro Dios trabaja de diferentes maneras para moldearnos. A veces, nos da un simple susto como a mí. En otras ocasiones, las enfermedades y la muerte parecen destrozarnos. Pero no debemos olvidar quiénes somos: pecadores que, por gracia de Dios, hemos sido objeto de su misericordiosa obra en la cruz. Seamos agradecidos.


Álvaro Espinoza graduó de la Universidad Cristianas de las Américas en Guadalupe, Nuevo León, México, en el año 2017. Es pastor asistente en la Iglesia Bautista Nueva Vida en Juárez, NL, donde sirve con su esposa Rubí.