¿Alguna vez has soñado con algo y luego has descubierto que la realidad dista mucho de tus expectativas? ¿Cómo te sientes cuando todos tus esfuerzos por hacerlo realidad no traen los resultados que esperabas?

Soy una chica universitaria y, si Dios lo permite, voy a casarme dentro de seis meses. Como cualquiera, he pensado en cuán hermoso puede ser el lugar donde me casaré, el vestido perfecto, estar con mis mejores amigas, tener a toda la familia reunida, las flores espléndidas, el clima estable, la comida exquisita, los invitados satisfechos, las invitaciones de la mejor calidad, tener todo a tiempo… ¡Mi boda de ensueño podría hacerse realidad!

Sin embargo, planear una boda puede ser hermoso y estresante a la vez. Desde el día en que mi novio me pidió que me casara con él, todo lo que pensé que sería planear ese gran día comenzó a derrumbarse. Estrés, desesperación, cansancio, escuela, dinero, trabajo, tiempo, personas, peleas, frustraciones y un sin fin de cosas parecen no ayudar en nada. A veces, la presión es tan agobiante que me encantaría dejar todo y desaparecer. Planear algo así requiere tiempo, dinero, paciencia, ideas, personas que te apoyen y también ir de un lugar a otro sin cesar. Y después, cuando todo empieza a salir mal, ¡qué frustrante puede llegar a ser!

En medio de situaciones así, siempre escuchamos que “Dios está en control de todo”. Incluso, podemos decírselo a los demás cuando las cosas no nos salen como las planeamos. Pero, muchas veces, mentimos porque realmente no creemos que Dios esté en control de todo. O, siendo más precisos, no confiamos en que sea Él quien controle cada detalle en nuestras vidas (y no nosotros).

Mientras veía cómo se derrumbaba toda mi planeación, Dios me llevó a este pasaje:

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón (Mt. 6:19-21).

Nuestra toma de decisiones y la administración de nuestro tiempo revelan nuestras prioridades. Cuando lastimamos a personas que decimos amar, cuando nos enojamos, nuestra envidia, egoísmo y la gran amargura dentro de nuestro corazón revelan lo que realmente atesoramos. En mi caso, mi boda se convirtió en mi gran tesoro, aquello que perseguía incansablemente.

Yo creía tener —y quería tener— control sobre mi boda. Sin embargo, Dios me mostró que no lo tengo. Era como una voz dentro de mí: «Tú nunca tienes el control». Entonces, en medio de toda mi frustración, me detuve a pensar que me faltaba algo, lo más importante. Por fin, me di cuenta de que ese gran vacío dentro de mí nunca sería llenado por mi boda de ensueño. No tenía el enfoque correcto. Mi egoísmo no me permitía ver que, realmente, solo necesitaba a Alguien con desesperación: a Cristo.

Mi enojo y desesperación no tenían que ver con fallos al planear mi boda, sino con mi falta de preparación para vivir el Evangelio cada día. Mi mayor deseo no era buscar la excelencia del conocimiento de Cristo (Fil. 3:8). Estaba obsesionada por cosas vanas sin valor alguno, dejándolas amargarme poco a poco. Había olvidado el verdadero tesoro que tengo en Cristo.

Es decir, el unirse en matrimonio no se trata de planear la boda perfecta, sino de vivir el Evangelio aun cuando la estás planeando. El punto es mostrar el Evangelio a aquellos que presenciarán esa unión (desde hoy, en aquel día especial y durante todo el matrimonio).

Cada creyente vive situaciones distintas, pero tiene una misma responsabilidad: vivir el Evangelio. Quizá tú te encuentres en una situación similar o quizá no, pero la verdad del Evangelio se aplica a cada momento de tu vida también. Todo aquí en la tierra es vanidad (Ec. 2:17). Por eso debemos buscar las cosas de arriba, donde está Aquel que puede satisfacernos (Col. 3:1-4). No hay nada más importante. No hay planes ni personas que puedan llenar ese gran vacío que existe dentro de ti. Fuiste diseñado para ser completo solamente en Cristo (Col. 2:10).

CONCLUSIÓN

Es verdad que vivir el Evangelio no es nada fácil, pero tú no fuiste creado para rendirte ante este mundo y sus afanes. Fuiste rescatado. Se te otorgó la salvación que no merecías. Eres amado incondicionalmente. Fuiste pagado con un alto precio y creado para proclamar el Evangelio; no solo con tus palabras, sino con tu vida misma. Debes dejar todo tesoro que te produce un gozo momentáneo por un Tesoro mayor: la excelencia del conocimiento de Cristo.

«Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (Fil. 3:7-8).


Alma Santos nació en Poza Rica, Veracruz. Estudia la licenciatura en Música Sacra en la Universidad Cristiana de las Américas. Además, sirve en el ministerio de música en la Iglesia Bautista Genezareth.