LEE JUAN 4 Y LUCAS 19:10

“… porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23).

Las misiones no son el apéndice que se añadió al cristianismo. Están en el corazón del cristianismo porque están en el corazón de Dios mismo. Dios es el Gran Misionero de las Escrituras. Vemos su corazón misionero desde el principio del tiempo, cuando Él fue a buscar a nuestros perdidos y evasivos padres en Edén. Lo vemos cuando Él le prometió a Abraham que todas las naciones del mundo serían bendecidas a través de su (y Su) simiente. Lo vemos cuando Él prometió hacer al Mesías el Rey de un reino sin fin y hacerlo la Luz de los entenebrecidos gentiles. Sin duda, lo vemos en Juan 4. La interacción de Jesús con la mujer espiritualmente sedienta en el pozo es una microscópica muestra del trabajo de Dios en el mundo. Vez tras vez a través de la conversación con ella, con los discípulos, y con la ciudad de samaritanos convertidos, el corazón por las misiones de Dios se muestra en toda su gloria.

El Gran Misionero está buscando adoradores. En el centro de su discusión con la mujer samaritana, Jesús hace un asombroso y aparentemente aleatorio comentario en el versículo 23: “el Padre tales adoradores busca que le adoren”. Esa es una de las más importantes declaraciones en la Escritura. Dios está buscando adoradores. Es sorprendente. Transforma nuestra manera de ver la vida. Es la trama de toda la Biblia. Dios nos hizo para su gloria. Debido a que nos rebelamos, Dios planeó salvarnos para su gloria, y Él llevó a cabo su plan mediante la encarnación, vida, muerte, y resurrección de su Hijo. Dios es el Gran Misionero. Él no es un distante y cambiante Dios que quizá perdonará a los pecadores que le busquen. Al contrario, Él es el Planificador de la salvación. El Iniciador. El Ejecutor. La Meta. En las memorables primeras palabras del libro ¡Alégrense las naciones!, por John Piper: “Las misiones existen porque no existe la adoración”. Dios está buscando adoradores para desplegar su gloriosa gracia (Ef. 1:6, 12, 14).

El Gran Misionero está haciendo adoradores. Este es el punto. Cuando Dios busca en toda la Tierra, no encuentra ni un puñado de personas con buen corazón que solo estén esperando ser convocadas a un coro celestial. En su lugar, encuentra rebeldía. Él ve nuestras espaldas mientras nosotros desafiantemente corremos nuestro propio camino (Is. 53:6; Ro. 3:10-11). Sí, Dios está buscando adoradores, pero Él no los encuentra. ¡Él los hace! ¿De dónde? ¡De mujeres samaritanas, para empezar! De pecadores como nosotros. Esa es la razón por la que el contexto de Juan 4:23 es tan crucial. La declaración de que Dios está buscando personas que le adoren en Espíritu y en verdad no viene en un tratado sobre la música o la liturgia. Viene justo en medio de una de las más grandes conversaciones evangelísticas en la historia. Jesús le está diciendo a una mujer quebrantada y con mala fama que Dios está buscando adoradores —¡y haciéndolos de personas como ella!—. El lugar para adorar (sobre el cual ella preguntó en Jn. 4:20) no es el punto. Su pasado pecaminoso no era el punto (Jn. 4:16-19). La fe en Él como el Mesías salvador lo era (Jn. 4:25-26). Así, Dios está buscando adoradores (Jn. 4:23) al mismo tiempo que Jesús busca y salva a los perdidos (Lc. 19:10). ¡Estas dos declaraciones son, en esencia, lo mismo!

El Gran Misionero está llamándonos a participar en su gran trabajo misionero. La agenda de Cristo va mucho más allá de esta anónima mujer samaritana. En su fervor misionero, después se enfocó en sus discípulos, encargándoles que emularan su corazón misionero (4:27-38). A pesar de que todo lo que ellos podían ver en los samaritanos era rivalidad y su raza, Jesús les dijo que abrieran sus ojos y vieran una cosecha espiritual (4:35). Una ciudad entera de personas perdidas estaba en proceso de convertirse en adoradores del “Salvador del mundo” (4:42). Los discípulos debían alinearse al plan de Cristo. Debían aprender el gozo de hacer la voluntad del Padre —misiones (4:34)—. Debían orar por obreros que participasen con Dios en la ejecución de su eterno y glorioso plan de rescate. Debían rendir sus vidas para traer la cosecha. Y lo hicieron. ¿Lo harías tú?

Permite que el Evangelio abra tus ojos a la cosecha de adoradores alrededor del mundo. —Chris


Este artículo proviene de «Gospel Meditations for Missions», un devocional de 31 días que puede adquirir en Church Works Media.