LEE 1 TIMOTEO 4
“Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha” (1 Ti. 4:7–8).
No es inusual que los escritores del Nuevo Testamento recurran al mundo del deporte para ilustraciones vívidas de verdades espirituales (1 Co. 9:26; He. 12:1-2; 2 Ti. 4:7). Así que, no es sorprendente que Pablo, en 1 Timoteo 4:7-8, establezca un paralelo entre el ejercicio físico y espiritual. Pablo explica que el crecimiento del creyente es el resultado del esfuerzo intencional y disciplinado, y nos insta a entrenarnos espiritualmente.
La piedad requiere entrenamiento constante. El objetivo de cada creyente debe ser crecer en piedad, una meta que Pablo mantiene delante de nosotros al mencionar la piedad nueve veces en 1 Timoteo. Desde el momento en que nacemos de nuevo (un evento inmediato y único), comenzamos a avanzar en nuestra santificación (un proceso continuo). Dios usa medios como la Biblia, la oración, la iglesia y hasta las dificultades para transformar nuestro carácter de su condición egoísta natural a la imagen de Jesucristo (Ro. 8:29; 2 Co. 3:18; Col. 3:10). El mismo Evangelio que nos salva del pecado también nos cambia. No dejaremos de pecar hasta que estemos con Cristo en el cielo, pero ciertamente pecaremos menos mientras crezcamos en la piedad. Lo que es especialmente importante que entendamos es esto: la piedad es el resultado del esfuerzo —el esfuerzo enfocado que nos aleja de distracciones inútiles (1 Ti. 4:7a)—, y la disciplina consistente que sigue un régimen continuo de ejercicio espiritual. No te rindas después de solo unas pocas mañanas de “entrenamiento”.
La piedad requiere responsabilidad personal. 1 Timoteo 4:7 es uno de muchos versículos donde Pablo advierte a Timoteo que “se cuide” (1 Ti. 4:13, 15, 16). Pablo no pudo hacer que Timoteo fuera piadoso. Su abuela y madre ejemplares tampoco podían. Timoteo tuvo que tomar responsabilidad por su propio progreso espiritual. En su libro clásico, The Practice of Godliness, Jerry Bridges explica: “Tú y yo tenemos que entrenarnos a nosotros mismos. Dependemos de Dios para su capacitación divina, pero somos responsables; no somos pasivos en este proceso” (p. 55). Reconoce tu obligación aquí. La piedad no es algo innato, o algo que se contrae como si fuera un resfriado espiritual. La piedad no es una casualidad; sucede intencionalmente. Pablo manda que Timoteo haga algo —que se ejercite para la piedad—.
La piedad es provechosa para hoy y hasta la eternidad. Pablo concluye su analogía deportiva en el versículo 8 comparando las recompensas eternas del ejercicio espiritual con los beneficios pasajeros del entrenamiento físico. Es cierto que el ejercicio físico es provechoso —¡una lección que haríamos bien en considerar!—. Cuida tu peso. Nada, anda en bicicleta, camina o corre para mantenerte en forma. ¡Adelante! Pero tu salud espiritual es de aun mayor importancia. Aunque tu hombre exterior se va desgastando (a pesar de tu mejor esfuerzo), el hombre interior puede renovarse de día en día (2 Co. 4:16). Tal como Dios manda que el atavío de las mujeres sea del corazón, no simplemente del vestido y peinado (1 Pe. 3:3-4), Él ordena que los hombres se centren en su madurez, no solo en sus músculos (1 Ti. 4:7-8).
Entonces, ¿qué estás haciendo para crecer en piedad? ¿Resistes el pecado? ¿Te alimentas diariamente de las Escrituras? ¿Gozas de la presencia de Dios por medio de la oración consistente? ¿Llenas tu mente con música que te recuerda del Evangelio durante el día? ¿Eres un miembro diligente y presto de una iglesia bíblica? ¿Estás dando tu mejor esfuerzo voluntario, habilitado por gracia, para avanzar en tu andar con Cristo?
Permite que el Evangelio te motive y ayude a crecer en piedad. —Chris
Este artículo proviene de “Meditaciones del Evangelio para Hombres”, un devocional de 31 días que puede adquirir en Church Works Media.