El escenario. Es un lugar hermoso. Viene en muchos tamaños y formas. Es ese lugar en una habitación, grande o pequeña, hacia donde se dirigen todas las miradas; el centro de atención de una audiencia. Puede ser la grandísima plataforma de un gran teatro, la zona de juego de un estadio, o el púlpito de una iglesia.

Esta dinámica de una audiencia disfrutando de una actuación es de lo más normal y ordinario que hay en la Tierra. Probablemente, en el mundo hay miles y miles de actuaciones cada día. Gente embargada por la actuación de su cantante, actor, mago favorito, etc. Mientras el profesional del entretenimiento se deja el alma en una función maravillosa, una gran o pequeña audiencia queda anonadada por sus fascinantes habilidades, a las cuales generalmente responden con un gran aplauso.

EL SER HUMANO Y LA ADORACIÓN

Esta dinámica es normal porque el ser humano fue creado para adorar. Es lo que hacemos. No podemos evitarlo. Todos adoramos a Dios o a algún otro dios. A veces adoramos personas amadas, deportistas, artistas, o a nosotros mismos. Vemos la grandeza de cierto objeto y no podemos hacer otra cosa más que compartir con otros sus alabanzas: “¡Mi equipo es el mejor, menudo partidazo!” “¡No puedo creer que pueda hacer eso, es increíble!” “¡Qué voz!” “¡¿Has visto cómo toca?!” Nos sale del alma sin problema.

La Biblia deja en claro que el hombre fue creado para la gloria de Dios; para adorarlo: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ec. 3:11); “Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Is. 43:7); “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36).

Obviamente, los seres humanos pecaminosos torcemos este propósito, dándole a las cosas hechas la gloria que merece el Creador. Ahora, no quiero que se me malentienda. Dios quiere que disfrutemos todas las cosas. Es uno de los propósitos para el cual las creó. Directa o indirectamente, Dios creó el deporte, el teatro, la música, la naturaleza, la comida, el amor y todo aquello que tendemos a adorar. Pero siempre debemos participar de estas cosas como un camino a disfrutar del Creador: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Co. 10:31). Dios no quiere que dejes de disfrutar la comida. Quiere que disfrutes la comida para su gloria. Dios no quiere que dejes de disfrutar buenas películas. Quiere que las disfrutes para su gloria.

EL ORGULLO Y LA ADORACIÓN

Yo amo el escenario. Crecí en el escenario. Mi madre y mi hermana mayor (mucho mayor, ¡quince años!) son cantantes profesionales y siempre tenían actuaciones. Y ahí estaba yo, sentado escuchando, participando de vez en cuando, o dormido en alguna silla. Luego, empecé a tocar el piano, a tocar para mi madre, mi hermana, mi cuñado y demás personas. ¡Qué bien se siente que te aplaudan! Vienen las personas y hacen fila para decirte lo bien que lo has hecho. Tu actuación los ha cautivado; los has impresionado. También tocaba en la iglesia, acompañando a mi familia o al coro y tocando los ofertorios una o dos veces al mes. Claro, aquí los aplausos se cambian por amenes y en vez de decir “muchas gracias” tienes que decir “gloria a Dios”. Pero eso yo lo aprendí pronto y, entonces, ya puedes ser el centro de atención también en la iglesia.

Estar en la audiencia y darle gloria a Dios con cualquier cosa que estés disfrutando es complejo. Pero estar en el escenario, en el centro de todo, y darle a Dios la gloria es básicamente imposible. Y entonces llega el orgullo. La Biblia tiene mucho que decir sobre el orgullo. A veces, tendemos a hablar sobre ciertos pecados como absolutamente horrorosos. Pero rara vez en nuestras listas de pecados más atroces metemos el orgullo. Bueno, parece ser que Dios sí lo pondría en el “top ten” de los pecados más detestables (entiendo que todo pecado es pecado, pero tú sabes a qué me refiero): Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” (Pr. 16:5).

El problema es que estar en el centro de atención de las personas, al final, es devastador para todo ser humano. Llegará el día en que alguien no estará impresionado con tu actuación, y no te va a aplaudir. Te van a abuchear. Si no hay nada mejor que un aplauso, no hay nada peor que un abucheo.

LA IGLESIA Y LA ADORACIÓN

He tenido una situación similar en mi vida últimamente. La describiré metafóricamente, para que se pueda aplicar a lo que sea, padres e hijos, esposos y esposas, pastores e iglesia, trabajadores y empleadores… Ahí estaba yo, en el centro del escenario, donde me gusta estar, poniendo mi mejor actuación delante de mi audiencia. Pero esta me abucheaba. Así que me esforcé más. Me seguía abucheando. Me esforcé aún más. No había cambios; no era suficiente. Entonces, comencé a caer de rodillas con frecuencia pidiéndole a Dios que esto se detuviera, que los abucheos (críticas) pararan. Volví a intentarlo, pero sin éxito. Oré todavía más. Nada; esta audiencia no iba a ser complacida con mis actuaciones, por muy buenas que fueran. El resultado fue enojo contra Dios: “¿Por qué permites que esta audiencia me abuchee? ¡Yo quiero servirte! Tú eres soberano. Podrías cambiar esta situación, pero no me amas lo suficiente para hacerlo”.

De la misma manera, todo mi amor por la audiencia se fue. Al final de un día, hablando con un amigo, me di cuenta de que el centro de atención de las personas no era mi lugar y mi oración era errónea. No estaba en el escenario para dar gloria a Dios; estaba en el escenario porque esa era mi plataforma para conseguir la adoración de los demás y, así, alimentar mi orgullo. Ese día, en esa plática, sentí como si Jesús se acercara a mí en el escenario, mientras yo lloraba y me dijera: , si no quieres que te abucheen, vete a sentar con la audiencia, déjame a mí el escenario y disfruta de la función”.

Todavía lucho mucho con esto. Será la costumbre o solo mi corazón pecaminoso, pero siempre quiero robarme la atención. Necesito que Dios me ayude a que, estando en la audiencia o en el escenario, la gente quede fascinada con Él, su gracia, su amor, y su poder y no conmigo.

TU ESCENARIO Y LA ADORACIÓN

Todos tenemos escenario y audiencia:

  • Escenario: el matrimonio. Audiencia: tu cónyuge.
  • Escenario: la paternidad. Audiencia: tus hijos.
  • Escenario: el trabajo. Audiencia: tu jefe o tus empleados.
  • Escenario: el ministerio. Audiencia: la iglesia.
  • Escenario: la escuela. Audiencia: maestros y compañeros.

En nuestras vidas, lo peor que podemos hacer es fomentar el orgullo. Déjame ser lo más práctico posible ahora. En el matrimonio, impresionar a nuestro cónyuge no debe ser nuestro principal objetivo; ayudar a que se impresione con Cristo es el objetivo. Lo mismo con los hijos. En la iglesia, hay que tener mucho cuidado con quién sube al “escenario” y qué sube a hacer; quién toma el centro de atención, con qué actitud y propósito. Al fin y al cabo, la audiencia está orientada hacia ese lugar, y las personas que se pongan ahí, en el mero centro, deben fungir como un espejo que refleja la gloria de Cristo.

CONCLUSIÓN

Como experiencia personal, puedo decir que no fue buena idea dejarme tocar el piano al frente de la iglesia cuando tenía seis o siete años; o predicar cuando tenía dieciséis. ¿Debemos pasar niños a cantar? ¿Con qué propósito toca este músico? ¿Será buena idea dejar a los jóvenes practicar sus dotes de oratoria los domingos por la tarde? No sé, quizá sí, o quizá solo estemos fomentado su deseo de ser admirados.

Lo que sí sé es que, en la vida cristiana, el orgullo es nuestro peor enemigo. Y, a veces, lo más amoroso que Dios puede hacer es humillarnos, hasta que bajemos del escenario, y comencemos a disfrutar de su gloria y no la nuestra, ayudando a los demás a hacer lo mismo.

El ser humano fue creado para adorar. Es lo que hacemos. No podemos evitarlo.


Natán Abellán nació en España en una familia cristiana (una posibilidad muy pequeña en ese país). En 2004 se mudó a Monterrey para estudiar en la Universidad Cristiana de las Américas, en donde graduó de la licenciatura en Teología Pastoral en 2008. Luego estudió la Maestría en Divinidades en Detroit Baptist Theological Seminary, graduando en 2011. En los últimos 15 años a servido como ministro de música, misionero y pastor. Lleva diez años casado con su amiga Keren, y desde hace cuatro años disfruta de ser padre de Aarón Xavier.