¡Te felicito por escoger leer algo sobre la “sumisión”! No es un tema popular. Al prepararme para esta publicación, intenté encontrar un libro cristiano en español sobre la sumisión por algún autor de confianza, pero no lo encontré (si sabes de uno me encantaría saberlo). Creo que conozco la razón. No se vendería tal libro. Nadie desea vivir en sumisión naturalmente. ¿Estudiarías conmigo el origen de la sumisión, y cómo el Evangelio puede transformar nuestro concepto de ella?

Sumisión: diseñada por Dios

En el relato de la creación observamos algo interesante. Desde un principio, la relación entre el Dios Creador y el hombre creado fue una relación de jerarquía. Dios no creó a Adán como su igual, aunque sí le impartió su semejanza. Adán y Eva fueron puestos sobre la tierra como agentes de Dios para sojuzgar y manejar algo que no era suyo, y que ellos no podían controlar totalmente (Gn. 2:15-22).

También se les dio un instructivo importante sobre un árbol especial. No debían comer de él. Y punto. No estaban en la posición de argumentar o dudar. Dios los creó y les encomendó una tarea con limitaciones e instrucciones. En un mundo perfecto, sin dificultades, dolor, o lágrimas, Adán y Eva debían vivir en sumisión a Dios. La existencia de la sumisión no es resultado del pecado. Dios nos diseñó como seres que funcionan mejor en sumisión a su Creador, y dentro de una jerarquía en la familia. Esto fue el diseño de Dios que Él declaró “bueno”.

Sumisión: rota por el pecado

Cuando Eva decidió desobedecer a Dios (ser insumisa), todo cambió. La sumisión, que debió ser una actitud natural y gozosa de parte de todos hacia Dios, fue rota. Por consecuencia, la sumisión de la esposa hacia su esposo, que también debió ser algo natural y gozoso, se tornó difícil (Gn. 3:16). De hecho, cada relación humana de autoridad y sumisión se vería afectada.

La esencia del pecado es la rebeldía contra Dios. El problema de Eva fue que no aceptó vivir la vida bajo los términos de Dios. No creyó que el diseño del Ser Supremo que la creó fuera bondadoso. Uno de los resultados de esta rebeldía es que, ahora, cada ser humano lucha con una voluntad rebelde que no desea someterse.

Sumisión: restaurada y ejemplificada por Cristo

Dios, en su gran misericordia, hace una promesa que apunta hacia una persona especial. Hablando a la serpiente, dice:

“Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).

Primero, pasarían siglos en los que el hombre demostraría vez tras vez que no puede y no quiere someterse a Dios. Dios le daría su Ley, y exigiría obediencia, y el hombre fallaría siempre. Ni Abraham, ni Moisés, ni David, un hombre conforme al corazón de Dios, podrían vivir en obediencia a Dios. ¿Quién sería esa simiente que heriría al Enemigo en la cabeza y vencería la rebeldía del ser humano?

Cristo. Cristo vino a restaurar la verdadera sumisión por medio del Evangelio. Él es el máximo ejemplo de sumisión. Y, en su acto de sumisión, nos provee el Evangelio, la única fuente de genuina sumisión.
Considera con detenimiento los siguientes pasajes:

“En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer” (He. 5:7-8 NVI).

“Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39).

Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38).

Jesús, siendo Dios y experimentando perfecta comunión con el Padre y el Espíritu en la Trinidad, sometió su voluntad a la del Padre, para salvarnos de nuestra rebeldía y restaurarnos a la posición de sumisión. Jesús escogió vivir la vida bajo los términos de Dios, algo que ningún otro ser humano ha estado completamente dispuesto a hacer.

La sumisión de Cristo significa vida para ti y para mí. Pero, requiere que sometamos nuestra voluntad, nuestra naturaleza pecaminosa, y nuestro destino eterno a Él. Cuando una persona se acerca a Dios para salvación, es necesario que se someta completamente a lo que Dios dice acerca de él: que es un pecador sin ningún poder para salvarse a sí mismo, y que necesita a Cristo. Por esto, el Evangelio y la sumisión están enlazadas por naturaleza. Por medio del Evangelio, Dios restaura la sumisión.

Sumisión: vivida por el creyente

La obra y ejemplo de Cristo nos muestran el camino para entender cada relación humana que podemos tener sobre esta tierra. Si Dios me ha llamado a someterme a padres, esposo, jefe, pastor, o gobernantes, me ha llamado a imitar a Cristo. No me pide hacer nada que Él no haya estado dispuesto a hacer.

El corazón sumiso se acerca a Dios, y acepta vivir la vida bajo sus términos. Cuando entiendo el plan de Dios en el Evangelio y el papel esencial de la sumisión, es más fácil vivir esa sumisión en la vida diaria. ¿Resiste tu corazón el diseño de Dios para ti? Contempla a Cristo, medita en su ejemplo, y vive la sumisión del Evangelio.


Una versión de este artículo fue publicado en Aviva Nuestros Corazones.