En mi experiencia, mencionar la doctrina de la perpetua humanidad de Jesucristo trae una de dos respuestas: sospecha o negación. Aunque esta es una doctrina bíblica e histórica, enseñada claramente en las Escrituras y predicada a lo largo la historia de la Iglesia, hoy parece haberse perdido.

Sin embargo, esta preciosa doctrina nos muestra el profundo amor que Dios tiene por nosotros los humanos. Me gustaría examinar la evidencia bíblica de esta doctrina, y después ver cómo debe afectar nuestra vida.

El cuerpo humano de Jesucristo

Jesucristo es 100% Dios y 100% hombre. En los primeros años de la Iglesia, esta verdad fue atacada por los arrianos y los docetas. Los arrianos creían que Jesucristo era hombre pero no completamente Dios, mientras que los docetas creían que Jesucristo era Dios y que solo parecía ser hombre.

La Iglesia cristiana respondió a ambas herejías con lo que hoy se conoce como el credo de Calcedonia (451 d.C.) que dice:

“[El] Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; cosustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y cosustancial con nosotros de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María, de acuerdo a la Humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles, incambiables, indivisibles, inseparables; por ningún medio de distinción de naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de cada naturaleza y concurrentes en una Persona y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo”.

Desde entonces, la Iglesia cristiana ha confesado universalmente tanto la deidad de Jesucristo como su humanidad.

El cuerpo humano y glorioso de Jesucristo

La Biblia enseña que cuando Jesucristo resucitó, lo hizo en un cuerpo glorioso. Este cuerpo era real y físico. Esto es claro en Lucas 24:39: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (énfasis agregado). Esta idea es reforzada cuatro versículos después, en donde Jesucristo come un pescado asado y un panal de miel.

Este cuerpo —real, físico, de carne y hueso— tiene una gran diferencia con el presente cuerpo nuestro: el de Cristo es un cuerpo glorificado. Sin embargo, en la resurrección, Dios “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21).[1] En otras palabras, recibiremos un cuerpo glorioso tal como el de Cristo en su resurrección (1 Co. 15:49).

La resurrección del cuerpo es una doctrina fundamental de la fe cristiana. En los primeros años de la Iglesia esta doctrina era considerada absurda por el mundo antiguo. Tanto los griegos como los romanos creían que el espíritu era eterno; en eso estaban de acuerdo con los cristianos. ¿Pero la resurrección del cuerpo? ¡Eso era una locura! Por eso que el credo cristiano más antiguo, llamado el credo de los apóstoles, dice claramente: “Creo en la resurrección del cuerpo”.

Es cierto, este cuerpo probablemente tendrá propiedades diferentes a las que tenemos ahora (Jn. 20:26), pero sigue siendo un cuerpo real, físico, humano.

El cuerpo humano, glorioso, y perpetuo de Jesucristo

Es claro en las Escrituras que Jesucristo resucitó en un cuerpo físico. ¿Pero sigue teniendo un cuerpo físico hoy? ¿Sigue siendo humano?  La respuesta es sí. La Palabra lo demuestra.

Cuando Jesucristo tomó la naturaleza humana, no lo hizo solamente por treinta y tres años. ¡Lo hizo eternamente! La Biblia enseña: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5, énfasis agregado). La palabra “hombre” en griego es “anthropos”, que puede traducirse como “humano”. Es muy importante notar que la labor mediadora de Jesucristo es una que Él hace en el tiempo presente. Así que Pablo nos dice que nuestro mediador es Jesucristo hombre. ¡Cristo sigue siendo 100% Dios y 100% hombre!

Pero, ¿por qué es necesaria su humanidad en su labor de intercesión? Pablo responde: porque Jesús es el segundo Adán, representante de la nueva humanidad (1 Co. 15:45). Recordemos que Adán quiere decir “humano”. El autor de Hebreos expande la respuesta en Hebreos 2:17: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados de su pueblo”.

Al seguir siendo humano, Jesucristo hace una labor de intercesión y mediación por nosotros no solamente al ser nuestro Señor y Salvador, sino también al identificarse con nosotros; “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15).

Pablo dice que el segundo hombre (‘anthropos’) es del cielo (1 Co. 15:47), hablando de Jesús. Es este mismo Jesús, quien resucitó como hombre glorificado —completamente Dios y completamente hombre— quien juzgará al mundo perfectamente: “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”.

¿En qué me afecta a mí?

Esto quizá suena muy teológico y algo abstracto. Pero la realidad es que esta doctrina tiene grandes repercusiones en nuestra vida cristiana ya que nos enseña algo glorioso de Jesucristo: su perpetua identificación con nosotros.

Piensa en esto: cuando Jesucristo tomó la naturaleza humana, no lo hizo solamente por treinta y tres años. ¡Lo hizo eternamente! Cristo se identifica con nosotros eternamente. Eso es absolutamente asombroso. El amor de Dios por nosotros es inmensurable. Jesucristo no es un Dios distante, sino cercano. Es nuestro representante el día de hoy y por toda la eternidad. No sé tú, pero a mí me hace doblar la rodilla y adorar a Jesucristo por tan inmensa demostración de amor.


[1] Las dos veces que se usa la palabra “cuerpo” en este pasaje, Pablo usa la misma palabra griega: “soma”.


Publicado originalmente en www.coalicionporelevangelio.org.