No sé si todas las personas que han viajado en avión han tenido la misma sensación que yo de no estar seguro si voy al destino correcto… Dormirse sin querer durante el monólogo inicial del piloto, no escuchar cuando dice a dónde se dirige y, más tarde, despertarse sin manera en el mundo de saber si vas bien o mal. Mirar por la ventana, y darse cuenta que no estás en un coche o un camión donde puedes ver calles que te den alguna pista.

Pero, echemos la imaginación a volar. ¿Qué pasaría si en ese momento yo fuera a la cabina y tomara el control de los mandos “porque yo sé perfectamente a dónde tenemos que ir”? Entonces le digo al piloto: “Déjemelo a mí, yo tengo el destino muy claro”. ¿Llegaríamos? Obviamente, no. Mis conocimientos de griego o de teoría de la música no me ayudarían mucho en esa situación. ¿Te imaginas la conversación?

Piloto: Centro acaba de enmendar la ruta. Ahora debe girar a la derecha 070 para interceptar J15, CHINO, J21 Victoria y después ruta. Ascienda y mantenga FL310, nuevo código 4217. ¿Puedes reprogramar el FADEC?

Natán: No. Pero sé que el tiempo aoristo en griego representa acción indefinida o completada, y cantando a cuatro voces puedes doblar la tónica y la tercera, pero no la quinta.

Con este ejemplo quiero enfatizar la importancia de tener claro no solo el propósito del ministerio de la iglesia, sino también el proceso para lograrlo

Un propósito claro sin un proceso definido es simplemente un sueño inalcanzable.Antes que nada, definamos un poco estos términos de los cuales estamos hablando. Nuestro propósito es la razón por la cual existimos. En nuestra ilustración, el propósito es llegar al destino del viaje. El proceso es el cómo logramos este propósito. Otra vez, en la ilustración, sería llevar el avión hasta el destino. En los últimos años mucho se ha hablado de tener un propósito claro, “saber el porqué”. Sin embargo, un propósito claro sin un proceso definido es simplemente un sueño inalcanzable. Por el otro lado, un gran sueño, si tiene un plan establecido de cómo alcanzarlo, no es un sueño sino una meta.

EL MINISTERIO DE JESÚS

Durante su ministerio terrenal, Jesús tenía muy claro el propósito por el cual vino al mundo. Él vino a esta tierra para glorificar a su Padre por medio de la redención de los pecadores: “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará” (Jn. 13:31-33). Su propósito era rescatar a muchos, como nos cuenta Marcos 10:45: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Además, Él sabía que el cumplimiento de esta obra glorificaría a su Padre. El cumplimiento de su propósito glorificó a Dios: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).

Jesús también tenía muy claro el proceso para cumplir la obra de redención que Dios le había dejado (su propósito). Tenía que morir en una cruz derramando su sangre para ser el sacrificio expiatorio por los pecados de los hijos de Dios. Sin embargo, no solo eso. Tenía que establecer una base para que este mensaje llegara a todo el mundo. Entonces, Jesús tenía en claro el proceso para rescatar al hombre de sus pecados (estos puntos simplifican en gran manera un tema que puede dar para un libro entero): (1) Encarnación, (2) Preparación, (3) Entrenamiento de discípulos, (4) Muerte, (5) Resurrección, (6) Ascensión, y (7) Capacitación (por medio del descenso del Espíritu Santo). El proceso para cumplir el propósito estaba claro y Jesús lo cumplió a la perfección. Por eso, aunque muchas veces grandes multitudes lo buscaban, Él prefería pasar tiempo solo con sus doce discípulos (podríamos decir muchísimo más del método de discipulado de Jesús, pero resultaría en mucho más que un artículo). ¿Por qué? Porque su propósito no era informar a todo el mundo de su obra de redención, sino (1) llevar a cabo la obra de redención y (2) entrenar a las personas que esparcirían el mensaje de esta obra. De la misma manera, aunque sus apóstoles hubieran sido mucho más felices (según ellos) en preservar a Jesús físicamente en la Tierra, Jesús sabía que Él debía irse y enviar su Espíritu a sus discípulos para que todos, miles y millones, fueran capacitados para ir a cada rincón del mundo a predicar el mensaje.

EL MINISTERIO DE LA IGLESIA

Dios también le ha dejado a la iglesia un propósito: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:19-20). McDonald´s hace hamburguesas; AutoZone vende refacciones para carros; Ford diseña y vende coches; la iglesia hace discípulos de Jesucristo. Ya está. Ese es nuestro propósito como iglesia. Cualquier otro propósito (justicia social, preservación de valores culturales, compañerismo de personas que creen lo mismo, etc.) se tiene que someter al propósito principal por el cual Jesús nos dejó en la tierra.

Muchas iglesias han perdido de vista el propósito por el cual existen. Después de veinte, treinta, o más años de existencia, una iglesia local suele continuar haciendo las actividades que siempre ha hecho, pero sin recordar el propósito por el cual las comenzó a hacer en un principio. Al final, el lema de la iglesia es: “existimos para glorificar a Dios por medio de hacer lo que hacemos porque eso es lo que hemos hecho desde hace años”. Sugiero que toda iglesia se detenga un momento a evaluar los ministerios y actividades en las que está involucrada y se pregunte: “¿Cómo ayuda esta actividad a cumplir el propósito de hacer discípulos para la gloria de Dios?” Esta es una buena pregunta que hacer antes de comenzar un nuevo ministerio o decidir si un ministerio que se ha hecho durante mucho tiempo debería continuar o no. Si una actividad en particular no es un medio para alcanzar el propósito (glorificar a Dios haciendo discípulos), por mucho que la iglesia la disfrute, es simplemente un distractor que la entretiene y la distrae de su propósito real.

Un propósito no se puede cumplir sin establecer su proceso. Por eso, por mucho que tu iglesia tenga en claro su propósito y tenga un lema como “existimos para glorificar a Dios por medio de hacer discípulos que se están conformando a su imagen”, si no tiene un proceso claro de cómo cumplir este propósito, no tiene un propósito, sino un sueño intangible. El problema es que la mayoría de las iglesias no dedican tiempo para aplicar a su contexto lo que la Biblia enseña acerca del cómo cumplir con su propósito. Claramente dice que debemos tener una reunión semanal de la iglesia, evangelizar, participar en misiones… Pero, ¿la Biblia enseña cuál es el proceso por el cual una persona inconversa (1) conoce a Jesús, (2) crece espiritualmente, (3) sirve en la iglesia, (4) llega a ser líder, y (5) llega a reproducirse en las vidas de otros? O sea, ¿enseña cómo se hacen discípulos en la iglesia? ¡Sí! Pero solo en términos generales. La práctica específica varía de iglesia en iglesia. Algunas usan escuela dominical, otras no. Algunas tienen instituto bíblico, otras células, discipulados, reuniones de jóvenes, etc., etc. Dicho esto, ¿es necesario que cada iglesia establezca un proceso propio para hacer discípulos o se puede dejar libre a ver qué pasa? Dejarlo a criterio de cada miembro de la iglesia sería lo mismo que desamarrar un bote en el puerto y esperar que llegue a su destino sin que la tripulación lo maneje.

Jesús tenía en claro el propósito. El proceso también. Jesús se apegó al proceso, cumplió el propósito, y así glorificó a su Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).

¿Y su iglesia? ¿Tiene un propósito claro? ¿Es bíblico? ¿Lo tienen definido en una frase memorable que toda la iglesia puede recordar para así tenerla siempre en mente? ¿Las actividades de su iglesia se apegan a ese propósito?

Y segundo: si el propósito de su iglesia es hacer discípulos para glorificar a Dios, ¿cómo lo piensa llevar a la realidad? ¿Qué dice la Biblia sobre el tema? ¿Cuál es el proceso que lleva a una persona pagana a ser un discípulo de Jesús? ¿Todas las actividades de la iglesia son parte de ese proceso?

Si no podemos responder estas preguntas con claridad, es muy probable que pasemos años y años muy ocupados, haciendo muchas cosas sin saber por qué las hacemos o qué estamos consiguiendo con ellas. Un piloto necesita saber a dónde va y cómo va a llegar allí. No tiene sentido que vuele sin un destino, o que tenga claro el destino pero no sepa cómo llegar a él. Una iglesia sin un propósito claro y un proceso definido para conseguirlo es como un avión pilotado por mí. No llegará a su destino y, probablemente, terminará estrellado.


Fuentes

Iglesia Simple de Eric Geiger y Thom Reiner

ericgeiger.com

thomrainer.com


Natán Abellán nació en España en una familia cristiana (una posibilidad muy pequeña en ese país). En 2004 se mudó a Monterrey para estudiar en la Universidad Cristiana de las Américas, en donde graduó de la licenciatura en Teología Pastoral en 2008. Luego estudió la Maestría en Divinidades en Detroit Baptist Theological Seminary, graduando en 2011. En los últimos 15 años a servido como ministro de música, misionero y pastor. Lleva diez años casado con su amiga Keren, y desde hace cuatro años disfruta de ser padre de Aarón Xavier.