El miércoles pasado falleció Billy Graham. Después de 99 años en esta tierra, ahora mismo está viendo cara a cara a Jesús. Sin duda, también ve a multitudes de personas que escucharon sobre Jesús de sus labios. No hay ninguna persona en la historia que ha predicado el Evangelio a más personas que Billy Graham. Ni el Apóstol Pablo. Ni George Whitefield. Nadie.

Entonces, ¿por qué un hombre apreciado por presidentes y aclamado por la prensa como “El Pastor de América” es una figura tan controversial? Es complicado.

Tengo amigos que no pueden creer que alguien pueda decir algo negativo sobre Billy Graham. Y tengo amigos que no pueden creer que alguien pueda decir algo positivo sobre Billy Graham. De hecho, ambos son posibles, y ambos son necesarios.

UN LUGAR PARA LA VERDAD

Empecemos con la dura realidad. Billy Graham predicó el Evangelio a millones. Pero Graham también creó confusión acerca del Evangelio, tal vez más que nadie en los últimos 100 años. El problema no fue principalmente el contenido de lo que predicó, sino con quién se asociaba. Graham tomó la decisión deliberada de ampliar su influencia asociándose con los que niegan el Evangelio, desde teólogos liberales que negaban doctrinas bíblicas esenciales, hasta católicos —ambos sostienen otro evangelio—. Esto no es un asunto de partidismo rancio. Los que se oponen al prolongado ecumenismo de Graham no son meros santurrones. Es un asunto de la clara enseñanza bíblica. La Biblia prohíbe claramente a los creyentes que colaboren con la apostasía, aunque sea por una buena causa. La prohibición más clara se encuentra en 2 Juan 10-11:

“Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras”.

Graham ignoró este mandato, prestando su influencia a inconversos al tratarles como hermanos genuinos y líderes confiables. El ecumenismo fue su política, no simplemente una ocurrencia ocasional. Eventualmente, la discrepancia entre su buen mensaje y sus métodos defectuosos lo alcanzó. En una impactante entrevista, le dijo a Robert Schuller que habrá personas en el cielo que nunca confiaron en Cristo:

“[Dios está] llamando gente de este mundo para Su nombre, ya sea que vengan del mundo musulmán, el mundo budista, el mundo cristiano o el mundo incrédulo, son miembros del Cuerpo de Cristo porque han sido llamados por Dios. Puede que ni conozcan el nombre de Jesús, pero saben en sus corazones que necesitan algo que no tienen, y acuden a la única luz que tienen, y yo pienso que son salvos, y que estarán con nosotros en el cielo”.

Eso es un error —y no cualquier error—. Es una negación directa de la exclusividad e, incluso, de la necesidad del Evangelio. ¿Esa declaración fue una anomalía o una convicción de toda la vida? Yo creo que fue una anomalía. Él tenía un mejor conocimiento. Miles y miles de veces, Él predicó mejor. Pero no podemos ser tan positivos al recordarlo que terminemos ignorando errores significativos —decisiones que historiadores como Iain Murray y George Marsden explican en gran detalle—.[1] Por su parte, Murray cree que Graham cambió irreversiblemente el movimiento evangélico en los Estados Unidos para mal.

UN LUGAR PARA LA GRACIA

Pero hay lugar también para la gracia. Primero, tenemos el ejemplo de David y su elogio al Rey Saúl en 2 Samuel 1:17-27. David tenía todo el derecho de desquitarse cuando el Rey Saúl murió. Saúl había envidiado a David, había mentido acerca de él, y había matado a gente inocente en su feroz persecución de él —todo a pesar del hecho de que David siempre había sido leal en su servicio a Saúl—. Sin embargo, David ofrece un elogio que fue, sin duda, lleno de gracia. No mintió acerca de Saúl; solo contó parte de la historia —las partes buenas—.

Pero debemos ir más allá que simple cortesía después de la muerte de alguien. El Apóstol Pablo, un defensor férreo del Evangelio contra el error sin temor ni concesiones doctrinales, nos dio un ejemplo del regocijo en el avance del Evangelio aunque las circunstancias no sean ideales. En Filipenses 1:18, Pablo se regocija porque Cristo es predicado, a pesar de motivaciones cuestionables por parte de los predicadores. Pablo estaba como prisionero, mientras predicadores “rivales” aparentemente disfrutaban su dolor. Sin embargo, el gozo de Pablo provenía del avance del Evangelio —sin importarle cualquier otra cosa—. No les dio a los predicadores el visto bueno. Hay una diferencia entre el entusiasmo evangélico y la aprobación rotunda. Él solo celebraba el hecho de que multitudes escuchaban sobre la salvación que es solamente por medio de Jesús. Pablo se regocijaría de que Bill Graham predicó el Evangelio a millones.

Además, está el asunto de la integridad. Graham vivió una vida expuesta al público por 70 años, sin ningún indicio  de algún escándalo moral o económico. Esto fue intencional, no fortuito, como este artículo describe. Esto es notoriamente refrescante en días que las estrellas evangélicas caen con una regularidad desalentadora.

Para muchos, hay razones personales por las cuales agradecer a Dios por el ministerio de Billy Graham. La mayoría de los cristianos conocen a alguien que vino a Cristo como resultado del inmenso ministerio de Graham. Yo sí. Mi abuelo, quien había abandonado a mi abuela, escuchó el Evangelio por primera vez en una campaña de Graham. Eventualmente, dejó su pecado y confió en Cristo —incluso regresando con mi abuela ¡quien lo perdonó y aceptó de vuelta!— Es una de las más extraordinarias historias de la gracia del Evangelio que conozco. Y Dios usó a Billy Graham para hacer esa asombrosa obra.

Finalmente, está el motivo de la humildad. Estoy agradecido porque Dios usó a un hombre fiel, con todo y sus defectos, como Billy Graham, porque deseo que Dios use a un hombre fiel, con todo y sus defectos, como yo. No, no ignoraré los errores de Graham. Pero tampoco ignoraré su utilidad sin precedentes. Dios quiera que aprenda de lo primero e imite lo segundo. Animaría a cada cristiano a hacer lo mismo.


[1] Evangelicalism Divided y The Unresolved Controversy, por Iain Murray; y Reforming Fundamentalism, por George Marsden.


Chris Anderson ha sido pastor desde 1997. Es el pastor de Killian Hill Baptist Church en Lilburn, Georgia. Ha escrito decenas de himnos para la Iglesia publicados en ChurchWorksMedia, edita la serie devocional de Gospel Meditations, y recientemente publicó su primer libro: The God Who Satisfies. Junto con su esposa, tiene cuatro hijas.


Publicado originalmente en www.churchworksmedia.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.

Foto: cortesía de Billy Graham Evangelistic Association.