En más de una ocasión se me ha acercado alguna persona, normalmente de trasfondo carismático, con la siguiente pregunta: “¿Existen los apóstoles hoy?”. Inmediatamente recuerdo que, en una ocasión, le hicieron esa misma pregunta a uno de mis héroes de la fe, R. C. Sproul. Su respuesta fue tajante: “Si estás en una iglesia donde una persona dice tener autoridad apostólica, corre por tu vida”.

Lo que yo hago, normalmente, es que con mucho cuidado les muestro algunos pasajes que me parece que establecen con claridad que el oficio de los apóstoles ya no existe hoy. Más bien, los dos oficios vigentes en la iglesia son pastores y diáconos. Quisiera, a continuación, proveer algunos argumentos que apoyan esta declaración.

El oficio del apóstol

En las Escritura vemos la palabra apóstol principalmente como sustantivo (gr., apóstolos aparece 81 veces en el Nuevo Testamento, y normalmente se traduce como “apóstol”) y como verbo (gr., apostellō aparece 133 veces en el Nuevo Testamento, normalmente traducido como “enviar”).

La palabra apóstol aparece la mayoría de las veces en los Evangelios y en Hechos. Hechos es el libro en donde aparece más veces, con 30 ocasiones. En los Evangelios se refiere a los doce apóstoles escogidos específicamente por Cristo. En Hechos, la palabra se usa algunas veces de otras personas que no eran originalmente del grupo de los doce.

Por ejemplo, Matías reemplaza a Judas como uno de los doce (Hch 1:15-26). Pablo es llamado a ser apóstol a los gentiles, y vale la pena mencionar que Pablo hace hincapié en que él fue “llamado” (gr., kletos) a ser apóstol (Ro 1:1; 1 Co 1:1). Jacobo, el medio hermano de Jesús, también es llamado apóstol (Gá 1:19), lo mismo que Bernabé (Hch 14:14). Hay algunos otros que pudieron haberlo sido también, aunque la evidencia exegética varía, al igual que la opinión de los eruditos.

Vale la pena mencionar que las Escrituras hacen una distinción entre el oficio del apóstol y la acción de uno que es enviado. Para ponerlo de manera simple: todos los apóstoles eran enviados, pero no todos los enviados eran apóstoles. Si fuera así, llamaríamos “apóstoles” a todos los cristianos, porque todos han sido enviados a predicar el evangelio y, sin embargo, el Nuevo Testamento no lo hace.

Algunos ejemplos ilustrarán esto. Juan dice: “Y los que habían sido enviados [apostelleō] eran de los fariseos” (1:24). Ninguno de nosotros argumentaría que estos enviados eran “apóstoles”, en el sentido del oficio. Otro ejemplo lo podemos observar en la distinción que la Biblia hace entre el oficio del diáconos (que se traduce como “diácono; servidor; etc.”), y diaconeō (que se traduce como “servir; ministrar; etc.”). Jesús sana a la suegra de Pedro y se nos dice: “y ella se levantó, y les servía [diakoneō]” (Mt 8:15). Sin embargo, ninguno de nosotros pensaría que ella era una diaconisa de la iglesia en el sentido del oficio del diaconado descrito por Pablo en 1 Timoteo 3.

Entonces, en las Escrituras, la palabra apóstol se usa para un número específico de personas que tenían ese oficio, quienes habían sido llamados por Jesucristo para un propósito puntual en los primeros años de la iglesia cristiana.

Pero ¿quiénes calificaban para ser apóstol? Eso nos lleva al siguiente punto.

Los requisitos del apóstol

No cualquier persona podía llamarse apóstol. Había algunos requisitos para ello. Uno de ellos era que hubiera sido testigo del Cristo resucitado. Esa parece ser la implicación que da Pedro antes de elegir a Matías, quien reemplazaría a Judas Iscariote (ver Hch 1:22).

Esta interpretación se hace más sólida cuando el mismo autor de Hechos se toma tiempo para mostrar detalladamente que Pablo había visto al Cristo resucitado en el camino a Damasco (Hch 9; nota que el episodio se detalla de nuevo en los capítulos 22 y 26). Pablo hace énfasis después en que había sido Jesucristo mismo quien lo había llamado como apóstol: “Pablo, apóstol, no de parte de hombres ni mediante hombre alguno, sino por medio de Jesucristo y de Dios el Padre que lo resucitó de entre los muertos” (Gá 1:1). Sobre esto dice el teólogo Tom Schreiner: “para calificar como un apóstol, uno debía ser comisionado como apóstol y haber visto al Cristo resucitado”.[1]

El apóstol Pablo también habla a la iglesia en Corinto sobre las señales de los apóstoles: “Entre ustedes se operaron las señales de un verdadero apóstol, con toda perseverancia, por medio de señales, prodigios, y milagros” (2 Co 12:12). Aunque no es el punto de este artículo, es posible argumentar exegética, teológica, e históricamente que estas señales de apóstol ya no existen hoy.

Además de todo lo anterior, Pablo se ve a sí mismo como el último de los apóstoles: “Después se apareció a Jacobo, luego a todos los apóstoles. Y al último de todos [los apóstoles], como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí” (1 Co 15:7–8). Llama la atención, adicionalmente, que cuando muere Jacobo no vemos que hubiera una reunión para llamar a otro apóstol más (Hch 12). Es decir, no hay sucesión apostólica; más bien, “la autoridad apostólica está puesta en las Escrituras, en el canon. Las Escrituras constituyen nuestra sola y final autoridad, y la enseñanza de los apóstoles está preservada en el testimonio de las Escrituras”.[2]

Ya hemos visto algunos argumentos bíblicos para mantener la postura de que el oficio del apóstol no está vigente el día de hoy. Veamos uno más.

El rol fundacional del apóstol

Pablo muestra de manera muy clara en la carta a los efesios que el oficio del apóstol era fundacional en los primeros años de la iglesia: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular” (Ef 2:20). Es decir, los apóstoles y profetas neotestamentarios tenían un rol específico fundacional. Pero ese rol de fundamento no se repite siglo tras siglo por medio de sucesión apostólica. Estoy de acuerdo con lo que escriben nuestros amigos en Ligonier:

“Cuando entendemos el rol fundacional de los apóstoles, entendemos que no hay apóstoles hoy. […] ellos, junto con los profetas, proporcionaron el fundamento de la iglesia, y un fundamento una vez establecido no necesita ser puesto nuevamente. Hoy, la iglesia está llamada nuevamente, no para sentar las bases, sino para continuar edificando la iglesia de Dios a través de la obediencia a los escritos apostólicos de las Escrituras”.

En otras palabras, hoy no miramos a apóstoles para que nos den enseñanza apostólica. Más bien, la iglesia es apostólica en el sentido de que tiene su fundamento en la autoridad apostólica de las Escrituras. A eso nos referimos cuando decimos que la iglesia es “una, santa, universal, y apostólica”.

¿Apóstoles hoy?

He enumerado algunas de las razones por las cuales creo, al igual que la inmensa mayoría de los teólogos reformados, que no existe el oficio del apóstol hoy. Sin embargo, quizá algunos argumentan que hay iglesias hoy que tienen apóstoles, pero no en el sentido técnico, sino solo en el sentido no técnico de “enviados”. Esto es común, por ejemplo, en la Iglesia católica, donde hay “apóstoles” (sacerdotes) y existen los “apostolados” (por ejemplo, en referencia a laicos que salen a misiones de caridad).

Sin embargo, en la Iglesia evangélica es muy difícil ver este nivel de sofisticación exegética en aquellas iglesias que dicen ser guiadas por apóstoles. Todo lo contrario. Estos hombres —o mujeres— ejercen una influencia más bien autoritaria sin mayor referencia escritural, dictando la vida de sus seguidores. Esto me parece extremadamente peligroso, y pienso que debemos, con cuidado pero con firmeza, denunciar ese error que ha hecho estragos en la vida de miles.

Como dice Schreiner:

“Aquellos grupos que piensan que los apóstoles todavía existen hoy se abren a sí mismos al peligro del autoritarismo, en donde ciertos líderes virtualmente reciben un estatus de culto. Ese autoritarismo reprime el pensamiento crítico y abre la puerta al abuso. Casi todos los evangélicos [conservadores] están de acuerdo en que ningún ser humano ha recibido la autoridad de los apóstoles originales, y que la autoridad distintiva de los apóstoles se preserva en el Nuevo Testamento”.[3]

¿Y si en mi iglesia hay apóstoles?

Soy extremadamente cuidadoso, o por lo menos intento serlo, cuando una persona me hace esta pregunta. Por un lado, quiero decir como Sproul: “¡Huye por tu vida!”. Porque en algunos casos, la vida espiritual de esa persona está en severo peligro.

Por el otro lado, nunca quiero que una persona salga de una iglesia sin primero meditarlo cuidadosamente, buscar consejo sabio, estar convencido en su conciencia y haber hecho lo posible por guardar la paz. Sin embargo, no puedo con limpia conciencia decirle a una persona que no pasa nada. Lo mejor, al final, será buscar una iglesia bíblica en donde se respeten los oficios bíblicos y el nombre del Señor sea glorificado en todo.

Tenga Dios misericordia de su pueblo y nos ayude a ser fieles representantes de Cristo.


[1] Tom Schreiner, Spiritual Gifts (B&H: 2018), 158.

[2] Ibid.

[3] Schreiner, 158-59.


Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.