Dios, el verdadero Rey, usa agentes para llevar a cabo su voluntad (reinar) sobre la Tierra. Escogió a Abraham para hacer de él una familia que bendeciría a –y reinaría sobre– las demás familias. El gobierno (reinado) de José salvó a muchos pueblos, aunque fue Judá quien obtuvo el cetro en su familia. Pero esto es solo el comienzo, puesto que el Antiguo Testamento continúa trazando el desarrollo del reino por medio de diversos agentes divinos. Este reino se hace presente a pesar de las muchas deficiencias que se manifiestan en sus vidas.

Seguiremos las tres divisiones principales del Antiguo Testamento hebreo (la Toráh, el Nevi’im, y el Ketuvim)[1] porque revelan más claramente el desarrollo del reino.

Toráh

En Egipto, Dios prospera al pueblo de Israel y lo hace crecer de manera sorprendente. Con tantos habitantes, Faraón entiende que es cuestión de tiempo hasta que Israel tenga supremacía sobre los egipcios. Entonces, comienza a subyugarlos. Él fue la nueva manifestación de la simiente de la serpiente, quien buscó destruir el reino de Dios. En este contexto, Dios describe al éxodo como la liberación de sus “ejércitos” (Éx. 6:26; Éx. 7:4; Éx. 12:17, Éx. 12:41, Éx. 12:51).[2]

La referencia al reino de Dios por medio de Israel es aún más explícita en el cántico de Moisés. Después de describir el éxito de Israel en su tierra (Éx. 15:14-17), dice: “Jehová reinará eternamente y para siempre” (Éx. 15:18). Jehová reinará por medio –y en medio– de Israel. Camino a Sinaí, Amalec sale a atacar a Israel (Éx. 17:8-15) y Dios describe el ataque como “levantar la mano contra su trono” (Éx. 17:16). ¿Cómo atacó Amalec el trono de Dios? Atacó a Israel. Israel es el trono de Dios. Dios reina por medio de Israel.

Cuando el pueblo de Israel llega a Sinaí, Dios le ofrece ser un “reino de sacerdotes” (Éx. 19:6). Es decir, Dios ofrece a los israelitas ser “sacerdotes reales” o “reyes sacerdotales”. En culturas modernas, los gobernantes (reyes) son los más poderosos. Pero, en culturas primitivas, son los líderes espirituales (brujos, magos, o sacerdotes) quienes mandan. Israel iba a ser una nación de reyes y sacerdotes a la vez. La nación entera hubiera sido el agente divino para reinar.

Sin embargo, el reinado de Israel siempre estaría sujeto al verdadero Rey. En los tiempos de Moisés, Dios provee leyes para los futuros reyes para limitar su poder militar (Dt. 17:16), político (Dt. 17:17a) y económico (Dt. 17:17b) para obligarles a depender de Dios. Al comenzar su reinado, el rey debía hacer su propia copia de la ley de Dios (Dt. 17:18a) aprobada por los levitas (Dt. 17:18b), y estudiarla durante su gobierno (Dt. 17:19-20). Un buen rey se somete a Dios.

Una profecía muy curiosa, la de Balaam, confirma la supremacía de Israel sobre las demás naciones. Aunque Balac, otra manifestación de la simiente de la serpiente, quiere maldecir a Israel, Balaam profetiza que se levantará cetro de Israel (Nm. 24:17) y “de Jacob saldrá el dominador” (Nm. 24:19) sobre Moab, Edom, los hijos de Het, Asiria y Quitim. El reino de Israel sería global.

Nevi’im

El tema del reino es central en los libros de Josué y Jueces. Israel pelea (Jos. 1-12) para establecer su reino, pero su infidelidad al Rey causa la repetida pérdida de su dominio (Jue. 1-13). Solo cuando Israel regresa a su Dios disfruta de la supremacía sobre las otras naciones. Los primeros jueces gobernaron sabiamente, pero los jueces mismos entraron en un declive tan pronunciado que los últimos (Jefté y Sansón) no son parte de la solución, ya que son peores que pueblo mismo.

Igual que Adán y sus hijos, y Noé y sus hijos; Israel y sus hijos no imponen la voluntad de Dios sobre la Tierra, ni pueden hacerla ellos mismos. Sus jueces tampoco establecen el reino de Dios. Entonces, Dios levanta al último juez, Samuel (1 S. 7:15), para establecer la institución política definitiva: un rey.

Samuel unge primero a Saúl, quien parece el candidato ideal (1 S. 10:23-24). Pero el paso del tiempo revela que no tiene el corazón necesario para triunfar. De nuevo, se nota que Israel reinará no por sí solo, sino solamente por su sumisión al verdadero Rey. Dios, entonces, le dice a Samuel que unja a “un varón conforme a su corazón” (1 S. 13:14): David. Cuando David desea construir “una casa” (templo) que comunique la grandeza de Dios, Dios mismo le promete hacer “una casa” (dinastía) en respuesta (2 S. 7:11). La importancia de esta promesa se entiende al considerar los datos siguientes:

  • La última persona a quien Dios le prometió el cetro fue Judá (Gn. 49:10). Han pasado casi 900 años.
  • Los individuos con quienes Dios hizo un pacto son pocos: Noé, los patriarcas (Abraham, Isaac, y Jacob), y David. Aunque hizo un pacto con la nación, las personas en toda la historia humana que disfrutan de un pacto personal con Dios son contadas.
  • David es la última persona con quien Dios hace un pacto.
  • Todas las promesas de Dios ahora se centran en la familia de David. Es la esperanza para Israel –y las naciones–.
  • Los profetas basan sus mensajes de esperanza para Israel en la fidelidad divina a sus promesas (pactos) a los patriarcas y a David.

En el Antiguo Testamento, el hijo de David, Salomón, es el agente de Dios que más se acerca a lograr el señorío que Dios le encargó al hombre. Como José, reina sobre sus hermanos. Su justicia y sabiduría producen paz (1 R. 4:25). Reyes (1 R. 5:7) y reinas (1 R. 10:9) conocen a Dios por medio de él. Como pocos otros, ejerce dominio incluso sobre el reino animal (1 R. 4:33). También, extiende el territorio de Israel (1 R. 4:21, 1 R. 4:24). Ninguno trae el reino de Dios al mundo como lo hicieron David y Salomón. Pero aun con ello pronto fracasan en su reinado. Luego, el hijo de Salomón, Roboam, es tan rebelde que causa la división del reino (2 R. 12). Algunos hijos de David sirven a Dios, sujetos a su Palabra, pero, al igual que los jueces, los reyes se deterioran y al final son parte del problema, no de la solución. Al final, David y sus hijos fracasan. Sin embargo, la fidelidad de Dios a David es la esperanza del pueblo (Ez. 34:23-24; Ez. 37:24-25). La dinastía sí reinará.

Ketuvim

Los Salmos no solo son cantos escritos, mayormente, por David (76 de los 150), ya que su organización no solo sigue la trayectoria de su dinastía, sino que apunta a Alguien mayor. El David de Belén es solamente sombra (Col. 2:17; He. 8:5; He. 10:1) del verdadero Rey futuro, y Él es el verdadero Salmista y tema del canto. Aun cuando David ya no reina (libros IV y V), los Salmos afirman que “Jehová reina” (Sal. 93:1; Sal. 95:3; Sal. 96:10; Sal. 97:1; Sal. 99:1).

Los Proverbios, escritos mayormente por el hijo de David (Salomón), dan la sabiduría, cuya raíz es el temor de Dios. Pero Salomón, el más sabio del mundo, termina haciendo las cosas más necias. Jesús, el verdadero Hijo de David, no solamente es el Rey sabio que teme al Padre perfectamente; Él es la sabiduría de Dios encarnada (1 Co. 1:24).

El libro de Daniel muestra el reino de Dios sobre los reinos de este mundo. Nabucodonosor reconoce que el dominio de Dios “es sempiterno, y su reino por todas las edades” (Dt. 4:34). El tema del reino es central en los libros exílicos (Daniel y Ester) y posexílicos (Esdras y Nehemías). En Ester, Dios preserva a sus agentes y los eleva hasta el trono. Ester es reina y Mardoqueo es el nuevo José. En Esdras, Ciro no permite que Zorobabel, el hijo de David, reine. Esdras y Nehemías luchan para que Israel se someta a las leyes del Rey, y sus vidas están siempre en peligro por los agentes del reino de las tinieblas.

El último libro del Tanak, Crónicas, muestra la centralidad del reino. Resume toda la historia humana desde Adán hasta los tiempos del autor. Se enfoca en David y su línea real. Esto implica que la dinastía de David es el agente para que la voluntad de Dios (reinar) se haga sobre la Tierra. Siglos después, cuando Jesús pregunta: “El Mesías, ¿de quién es hijo?”, la respuesta es fácil: “de David” (Mt. 22:42). Desde David hasta los tiempos del Señor Jesús, David, es decir, su dinastía, es la esperanza para restablecer el reino de Dios sobre la Tierra. La voluntad divina se hará sobre la Tierra por el Hijo de David.

Trágicamente, todos los encargados de establecer el reino de Dios fracasan de una u otra manera. Incluso los que reinaron (José, David, Salomón, Daniel, Ester, y Mardoqueo), lograron muy poco en comparación con la verdadera comisión del hombre: reinar en lugar de Dios, bajo su Palabra, haciendo su voluntad.

Dios reina hasta en el silencio. De repente, cae un silencio ensordecedor sobre la Tierra que dura cuatro siglos y medio. Los reinos de este mundo pelean por la supremacía (Persia, Grecia y Roma), pero todo marcha conforme al decreto divino (Dt. 2; Dt. 7). Dios reina hasta en el silencio.

El Tanak termina esperando al Rey que por fin establecerá el reino de Dios. La manera en que lo hace rompería toda expectativa y prejuicio.


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[1] La Torah, el Nevi’im, y el Ketuvim son las tres divisiones principales del Tanak, la organización hebrea de los libros del Antiguo Testamento. La palabra Tanak surge de las consonantes al frente de cada una de las divisiones. Toráh significa instrucción (no ley); Nevi’im significa profetas; y Ketuvim significa escrituras. La Toráh contiene el Pentateuco. El Nebi’im abarca los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores. El Ketuvim tiene tres subdivisiones: los anteriores (Salmos, Proverbios y Job), los Megilloth (Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester) y los posteriores (Daniel, Esdras/Nehemías, y Crónicas).

Entender la organización del Tanak es de mucha importancia en la teología bíblica, porque permite trazar el desarrollo de la historia de la Biblia de acuerdo a la mentalidad hebrea.

[2] La palabra “ejércitos” (Éx 6:26; Éx 7:4; Éx 12:51) y “huestes” (Éx 12:17; Éx 12:41) es la misma palabra (tsabeot) en hebreo.