Por naturaleza, el hombre siente la necesidad de que Dios le perdone sus pecados y le salve de la condenación eterna. La gran pregunta es: ¿cómo puede ser salvo el hombre? En el primer artículo, contamos cómo el monje católico Martín Lutero buscó ser salvo siguiendo las enseñanzas de la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR). Cuando descubrió lo que la Biblia realmente enseña, Lutero fue declarado hereje.

En este artículo, quisiera explicar cómo el hombre puede ser salvo, según la doctrina errónea de la ICAR.

¿Cuál es enseñanza católica de la salvación?

Como la ICAR enseña una doctrina extremadamente compleja, utilizaremos un diagrama para facilitar nuestra comprensión.

Al leer el artículo, notará algunas referencias al diagrama. Todo lo que vea en subrayado y en negrita (así) viene en el diagrama.[1] Además, identificaremos los elementos del diagrama con una D y un número (p.ej., D1) para que lo pueda ubicar fácilmente.

Entonces, ¡manos a la obra!

Según la Iglesia Católica, toda persona nace en el estado de pecado (D1) porque es descendiente de Adán. Esta condición se llama pecado original. Si muere en el estado de pecado (D2), es condenada al infierno (D3).

¿Cómo puede una persona ser salva de esta condición?

JUSTIFICACIÓN GRADUAL

La salvación comienza mediante el bautismo (D4). Cuando una persona es bautizada, Dios lava sus pecados y le justifica (D4). Sin embargo, esta justificación no es definitiva. No le garantiza su entrada al cielo. No recibe la justicia perfecta de Cristo acreditada a su cuenta, sino que queda en una condición de inocencia. En el momento del bautismo, su alma recibe una infusión de gracia. De allí en adelante tiene que cooperar con la gracia divina para alcanzar la salvación final.

Normalmente, el católico pasará por su primera comunión y confirmación (D5), que le otorgarán un incremento de justicia (D6) en su ser. Este incremento de justicia le hace más propenso a hacer buenas obras, llevándole a cooperar con la gracia (D7) de Dios. ¿Cómo coopera con la gracia de Dios? Participando de los sacramentos (D8), haciendo buenas obras, rezando, confesando sus pecados, y haciendo una larga lista de actividades. Si el católico coopera con la gracia, sus buenas obras acumulan mérito (D9), que es necesario para pagar por sus pecados, e incrementa su justicia nuevamente. Dios está obligado a darle ese mérito para alcanzar vida eterna.[2]

El teólogo católico Ludwig Ott escribe lo siguiente:

“Es ordenado según la ley natural que, por el justo juicio de Dios, vida eterna es el pago por la obediencia a sus mandatos”.[3]

Entonces, este ciclo se va repitiendo toda la vida (D6-9): coopera con la gracia de Dios, hace buenas obras, y gana más mérito que incrementa la justicia de su ser.

DOS TIPOS DE PENA

Allí viene una pregunta: ¿Por qué necesita acumular mérito (D9)? ¿No fue justificado en su bautismo? No totalmente. El catolicismo cree en dos tipos de pena o condenación: (1) pena eterna (D10), que fue pagada en el momento de su bautismo, siendo justificado por la infusión de gracia; y (2) pena temporal (D11), que la justicia de Dios requiere que alguien la pague. Sin embargo, la obra de Jesús en la cruz no paga la pena temporal. El ser humano culpable u otro ser humano obrando a su favor tienen que pagar por esa pena temporal.[4] Este pago puede efectuarse en esta vida por medio de los sacramentos (D8), las buenas obras, o el sufrimiento terrenal. Si no se paga completamente en esta vida, tendrá que expiarse después de la muerte.

DOS TIPOS DE PECADOS

¿Qué sucede si el católico no coopera con la gracia de Dios (D7)? Depende del grado de su pecado. La Iglesia Católica divide los pecados en dos categorías: pecados mortales (D10) y pecados veniales (D11). Los pecados mortales son pecados graves, cometidos con intencionalidad y alevosía. Los pecados veniales son pecados menos importantes y pecados que son cometidos accidental o involuntariamente.[5]

¿Qué pasa si comete un pecado mortal? Se llama mortal porque le cuesta la vida: su vida espiritual. El pecador pierde su justificación —o salvación—. En ese momento, cae de gracia y regresa a su condición anterior a su bautismo; o sea, está en el estado del pecado (D1). Cuando el católico muere en esa condición (D2), va al infierno (D3) por toda la eternidad.

DOS TIPOS DE PENITENCIA

Después de caer en un pecado mortal (D10), la única vía para evitar la condenación eterna es el arrepentimiento y la participación de otro sacramento: el sacramento de la penitencia (D12), popularmente conocido como la confesión. Este sacramento libra al católico de la pena eterna, y le restaura su justificación. Sin embargo, esa justificación solamente resuelve su pena eterna. Así que, todavía tiene que realizar actos de penitencia (D13)[6] o satisfacción (ojo, no son lo mismo que el sacramento de penitencia o confesión) para pagar su pena temporal. Cuando el feligrés realiza los actos de penitencia que su sacerdote le impone, acumula mérito (D9) que expía la pena temporal de su pecado. Ahora, el católico entra de nuevo en el ciclo de cooperar con la gracia, acumular mérito, e incrementar su justicia para el juicio final.

Por esto son tan importantes las últimas exequias (los ritos finales de una persona que está a punto de morir). En ese momento, puede participar de los sacramentos de penitencia, la misa y la extremaunción. La confesión le permite regresar al estado de gracia, si hubiera caído de ella. Los otros dos sacramentos le dan una última dosis de gracia y mérito.

¿Qué pasa si comete un pecado venial (D11)? Al no ser tan grave, no pierde su justificación, pero sí acumula pena temporal. Por lo tanto, tiene que confesar su pecado y hacer actos de penitencia (D13) para acumular mérito y expiar la pena temporal de su pecado. El resto de su vida intenta acumular más mérito que pena temporal.

TRES DESTINOS

En el transcurso de la vida del católico, en cualquier momento que deje de cooperar con la gracia de Dios, puede perder su justificación y regresar al estado de pecado (D1). Muriendo en ese estado, va al infierno (D3).

Si llega a la muerte en el estado de gracia (D14), entonces pasa al juicio (D15). Allí se compara la cantidad de mérito que ha acumulado con la cantidad de pena temporal. Si todavía tiene pena temporal que expiar, va al purgatorio (D16), donde pasa años, décadas y, posiblemente, milenios expiando su pena temporal.[7] Cuando está en el purgatorio, sus familiares vivos pueden apresurar su salida haciendo obras meritorias a su favor.[8] Cuando haya terminado de expiar por sus pecados, Dios le da entrada al cielo (D17).

¿Qué pasa si durante su vida acumuló suficiente mérito para expiar toda su pena temporal? Entra directamente al cielo (D17). ¿Cuántas personas entran directo al cielo? Solamente los santos. De hecho, ni los papas tienen garantizada su entrada directa al cielo. Un papa solamente entra al cielo de manera directa si la iglesia lo ha reconocido como un santo.[9] Fíjate, ¡muchos papas no acumularon mérito suficiente para entrar directamente al cielo!

CONCLUSIÓN

Según el catolicismo, todo creyente es un peregrino que camina hacia la salvación, sin poder poseer la certeza de haberla alcanzado. Esa certeza solamente se puede tener en el juicio final.

Esta es la salvación según la Iglesia Católica.

Tristemente, sus enseñanzas sobre la salvación se alejan de la enseñanza bíblica. ¿Cómo es la salvación según la Biblia? Lo veremos en el siguiente artículo.


[1] Adapté este diagrama de James G. McCarthy, The Gospel According to Rome: Comparing Catholic Tradition and the Word of God (Eugene, Oregon: Harvest House, 1995), 96-97.

[2]Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos…” (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], Artículo 2010).

[3] http://www.patheos.com/blogs/davearmstrong/2016/05/merit-clarification-of-the-catholic-doctrine.html#8IMKtUsYIfO2rQQy.99

[4] “Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe ‘satisfacer’ de manera apropiada o ‘expiar’ sus pecados. Esta satisfacción se llama también ‘penitencia’” (CIC, 1459).

Además, la ICAR cree en el “tesoro de la Iglesia”, que es un banco de mérito espiritual donde se acumula el mérito de Cristo, la Virgen María y de los santos, que habiendo alcanzado salvación por mérito propio también lograron mérito suficiente para la salvación de otros (Papa Pablo VI, Indulgentiarum Doctrina, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/apost_constitutions/documents/hf_p-vi_apc_01011967_indulgentiarum-doctrina.html).

Finalmente, la ICAR enseña que las personas vivas pueden hacer actos de penitencia a favor de los difuntos que todavía sufren en el purgatorio. Además de la celebración de la eucaristía y oraciones, “la Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos” (CIC, 1032).

[5] La ICAR enseña que existen tentaciones que sobrepasan la capacidad humana de resistir. Cuando una persona comete estos pecados, son considerados veniales aunque sean pecados usualmente considerados como “graves”.

[6] La ICAR reconoce estos actos de penitencia: rezos, ayunos, auto-privación, limosnas, la aceptación de pruebas y las decepciones en la vida (CIC, 1460). Formas más extremas incluyen la flagelación, ponerse una camisa de cabello, cadenas puntiagudas, hacer un peregrinaje de rodillas o dormir sobre el piso duro y frío.

[7] “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (CIC, 1030).

[8] “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos. (…) Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos” (CIC, 1032).

[9] Cada año, en el aniversario de la muerte del Papa anterior, el Papa actual celebra una misa en favor de los dos papas anteriores porque se supone que todavía están en el purgatorio (a menos que la Iglesia los haya reconocido como santos, ya que estarían en el cielo).