¿Qué objetivo tiene tu iglesia? Es decir, domingo tras domingo, reunión tras reunión, cada servicio de oración… ¿A dónde intentas llegar? La realidad es que, muchas veces, no pensamos mucho en el porqué de lo que hacemos. Pero quisiera llamar tu atención a la siguiente definición de la iglesia:

La iglesia es “una asamblea de creyentes que profesan a Cristo, que han sido bautizados y que están organizados para llevar a cabo la voluntad de Dios”.[1]

“¡Por supuesto!”, pensarás, “los cristianos queremos hacer la voluntad de Dios”. Pero ¿cuál es la voluntad de Dios para la iglesia? Creo que esto puede resumirse en lo que llamaré las 3 “E” de la iglesia.

EXALTAR A DIOS

La iglesia existe para exaltar a Dios. La iglesia no solo pretende salvar a los perdidos, sino también glorificar a Dios al hacerlo. Pablo lo deja muy claro en Efesios 1:3-14 al afirmar que la iglesia fue rescatada para alabanza de la gloria Trinitaria. Entonces, si se puede decir así, la iglesia tiene una responsabilidad vertical: glorificar a Dios.

Glorificar a Dios es alabar y reconocer su importancia.[2] Por tanto, aunque podría pensarse que la iglesia cumple este propósito mediante el canto, este no es el único medio por el cual logra su cometido. Cualquier cosa que la iglesia haga que demuestre la importancia de Dios es una manera de glorificar a Dios. La iglesia es un organismo que debe glorificar a Dios en cada instante de su existencia, no solo cuando entona cánticos a Dios.

Ahora bien, la iglesia puede —y debe— lograr este objetivo de dos maneras. En primer lugar, este propósito debe lograrse colectivamente. Toda congregación cristiana debería buscar glorificar a Dios en conjunto. El método más obvio para cumplir con esto es la alabanza congregacional (He. 13:15); sin embargo, no es la única manera en que esto se cumple. También, se logra por medio de hacer el bien unos a otros (He. 13:16). Incluso, la iglesia glorifica a Dios cuando predica su Palabra, puesto que esto reconoce su autoridad sobre su pueblo.[3] Además, Dios es glorificado cuando su iglesia reconoce su provisión al ofrendar gozosamente (2 Co. 9:7). Podrían citarse muchas más maneras, pero en resumen, cualquier cosa que fortalezca la comunidad cristiana es adoración cristiana (1 Co. 1:26).[4]

En segundo lugar, este propósito debe lograrse individualmente. Tristemente, muchos asumen que la iglesia debe estar reunida para poder adorar. No obstante, Pablo es muy claro en 1 Corintios 10:31. Uno puede glorificar a Dios (o en su defecto, no glorificarle) haciendo cualquier cosa. Ya que la congregación no está siempre reunida, debemos inferir que también las cosas que cada miembro de la iglesia hace en el día a día —aunque esté solo— deberían glorificar a Dios. Esto ocurre mediante la obediencia a sus mandatos diarios, puesto que es el resultado de que la Palabra more en un creyente (Col. 3:17). Es por eso que Pablo exhorta al cristiano a tener una vida que sea un sacrificio a Dios (Ro. 12:1). Así que, la iglesia debe entender que “todo trabajo es […] una manera de amar al Dios que nos salvó de forma gratuita”.[5]

EDIFICAR A LOS CREYENTES

Si bien la iglesia tiene el propósito “vertical” de glorificar a Dios, tiene dos propósitos “horizontales”. El primero de ellos es el ministerio a los creyentes. “Según la Biblia la iglesia tiene una obligación de nutrir a los que ya son creyentes y edificarlos a la madurez en la fe”.[6] Esto se encuentra de manera explícita en Efesios 4:11-16, donde Pablo afirma que Cristo brindó dones a la iglesia con el fin de “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (Ef. 4:12).

Dos detalles pueden mencionarse sobre el pasaje entero. El primero de ellos es el objetivo de la iglesia en cuanto a sus miembros: hacerlos más como Cristo. Esto queda en claro cuando Pablo abunda en qué significa “perfeccionar a los santos”. Él dice que edificarán el cuerpo de Cristo hasta que todos lleguen “a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Es decir, la iglesia debe llevar a sus congregantes hacia la imagen de Cristo durante toda su vida terrenal, puesto que la perfección llegará solo hasta el “día de Jesucristo” (Fil. 1:6).

El segundo detalle que se encuentra en este pasaje es el medio de la transformación: la Palabra. Pablo menciona que ser como Cristo es “llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Ef. 4:13). Agrega, poco después, que una persona crece en Cristo “siguiendo la verdad en amor” (Ef. 4:15). Por tanto, la iglesia tiene la responsabilidad de ayudar a las personas a ser más como Cristo por medio de la enseñanza de la Palabra.

Ahora bien, ¿qué es prioritario? ¿Glorificar a Dios o enseñar la Palabra en la iglesia? Esto es una falsa dicotomía. La realidad es que la iglesia puede cumplir más de un propósito a la vez. E, incluso, sería extraño que no ocurriese así. Cuando la iglesia enseña la Palabra “a fin de perfeccionar a los santos”, glorifica a Dios. Esto, entonces, se conecta con lo anteriormente mencionado de que cualquier cosa que verdaderamente fortalezca la comunidad cristiana es adoración cristiana (1 Co. 1:26). Cuando los miembros de la iglesia se animan a obedecer a Dios, cuando hermanos conversan sobre sus luchas espirituales, cuando hermanas mayores aconsejan a jovencitas sobre su andar cristiano, entre muchas otras cosas, la iglesia cumple tanto su propósito de glorificar a Dios como el de ministrar a los creyentes.

EVANGELIZAR A LOS INCONVERSOS

El segundo ministerio “horizontal” de la iglesia es el ministerio al mundo. Por mundo, se alude a aquellas personas que no han conocido a Jesús como su salvador y que, por ende, no son parte de la iglesia. Aunque podría pensarse en un solo enfoque en este punto, en realidad este ministerio tiene dos ejes que son complementarios: el evangelismo y la misericordia.

El eje obvio es el evangelismo. “La iglesia es la única institución comisionada por Dios, con el mensaje de arrepentimiento del pecado y fe en Jesucristo para perdón de pecados”.[7] Por tanto, debería ejercer su —Gran— Comisión predicando el Evangelio a quienes aún no han creído en Jesucristo. Una congregación no es iglesia a menos que predique el Evangelio.[8] Una verdadera iglesia debería proclamar al mundo: “¡encuéntrame en el cielo! No bajes al infierno”.[9]

El segundo eje del ministerio al mundo es la misericordia a los necesitados. La Biblia exhorta constantemente a la misericordia. Esto, por supuesto, no debe sustituir el evangelismo. La iglesia debe cuidarse de convertirse en una simple institución de ayuda a los necesitados. La iglesia debería compartir el Evangelio al mundo a la misma vez que ayuda a los “pobres y necesitados”.[10] Jesús afirma que el hacer misericordia a pobres, enfermos y necesitados es, básicamente, ministrarlo a Él (Mt. 25:35-40). En el Antiguo Testamento hay muchas referencias al interés de Dios en los marginados. Por ejemplo, la ley exige un trato digno de los extranjeros (Lv. 19:34). De hecho, Dios afirma que conocerlo a Él significa juzgar la causa “del afligido y del menesteroso” (Jer. 22:16).

Entonces, aunque la iglesia no es del mundo (Jn. 15:20), debe ser luz y sal en el mundo al proclamar el Evangelio y ayudar al necesitado (Mt. 5:13-14). Podría decirse en estas palabras:

“La Biblia presenta a la iglesia como una sociedad diferente, llamada a una vida en el Espíritu, opuesta a la cultura mundana. […] No obstante, esto no significa que tenga que apartarse del mundo. […] La iglesia no debe abandonar las relaciones y las responsabilidades terrenales sino transformarlas mediante las vidas regeneradas que la constituye”.[11]

Por tanto, la iglesia debe caracterizarse por su intencionalidad en sus relaciones con el mundo. A la par que la iglesia busca dejar de “correr” como el mundo (1 P. 4:1-4), debe hermosear sus pies al anunciar las buenas nuevas (Ro. 10:15). Esto siempre teniendo la misma diligencia del apóstol Pablo, acordándose “de los pobres” (Gá. 2:10).

CONCLUSIÓN

Cuando no tenemos un propósito claro, nuestra participación será superficial e indiferente. Así es la vida de muchas iglesias y la participación de muchos cristianos en su iglesia local. Pero no debe ser así. La Palabra presenta tres propósitos claros: uno vertical (exaltar a Dios) y dos horizontales (edificar a los creyentes y evangelizar a los inconversos). ¿Qué tal tu participación en tu iglesia local? ¿Te involucras con pasión y energía? Si no es así, recuerda las 3 “E” de la iglesia. 


[1] Charles C. Ryrie, Teología básica, traducido por Alberto Samuel Valdés (Miami, Florida: Editorial Unilit, 1996), 465.

[2] Diccionario bíblico conciso Holman: Un tesoro de conocimiento bíblico en cada página (Nashville, Tennessee: Broadman & Holman Publishers, 2001), 289.

[3] Mark Dever, ¿Qué es una iglesia sana? (Washington, D.C.: 9Marks, 2016), 76

[4] Isaías A. Rodríguez, Introducción al culto: La liturgia como obra del pueblo (Nashville, TN: Abingdon Press, 2005), 27

[5] Timothy Keller, Toda buena obra: Conectando tu trabajo con el trabajo de Dios (Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2018), 76.

[6] Wayne Grudem, Teología Sistemática, traducido por Miguel Mesías, et. al. (Miami, Florida: Editorial Vida, 2007), 912.

[7] Mark Dever y Paul Alexander, La iglesia deliberante, traducido por Armando Valdéz (Wheaton, Illinois: Crossway Books, 2005), 18.

[8] S. Leticia Calçada, Diccionario bíblico ilustrado Holman, traducido por Alicia Ana Güerci, et. al. (Nashville, Tennessee: B&H Publishing Group, 2008), 803.

[9] C.H. Spurgeon, Todo de gracia (Estados Unidos de América: Editorial Moody), 127.

[10] Wayne Grudem, 913.

[11] Diccionario bíblico ilustrado Holman, 804.


Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, donde graduó con la licenciatura en Teología Pastoral. Disfruta servir en la Universidad Cristiana de las Américas y en el ministerio de Palabra y Gracia.