Los parámetros de Dios no son nuestros parámetros. La manera en que nosotros intentamos medir el fruto y la fidelidad muchas veces están distorsionadas. Nadie entendía la fidelidad y el fruto como el gran apóstol Pablo. En 1 Corintios 3, primero explicó la naturaleza de un ministerio fructífero usando la metáfora de una granja:

“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1 Co. 3:6-8).

El fruto de un ministerio nunca se podrá ver en su totalidad en esta vida. El que riega la semilla de la Palabra de Dios en las vidas de hombres y mujeres pudiera ver los resultados, mientras que el que la sembró quizá no los llegue a ver. El que plantó y el que regó tal vez nunca vean los resultados. Quizás sean las futuras generaciones las que los vean. Dios pudiera demorar el fruto hasta más adelante en la vida de un individuo. El fruto pudiera manifestarse sobre el lecho de muerte —aunque este tipo de conversiones son poco comunes— cuando el Espíritu de Dios trae a la memoria recuerdos de la Palabra que fieles hombres de Dios enseñaron y proclamaron. Este fruto viene completamente por la obra de Dios y depende exclusivamente de los tiempos de Dios.

Aunque el fruto no siempre será evidente en esta vida, Pablo insiste en que viene el día cuando “cada uno recibirá su recompensa de su labor”. ¿Cómo se ve un ministerio fiel? Pablo ahora usa la ilustración de un constructor para explicar su punto:

“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Co. 3:10-15).

Antes de convertirme, pasé varios años construyendo casas. En cierta ocasión, la empresa donde trabajaba estaba construyendo una gran cabaña en la cima de una montaña. Otra constructora estaba edificando otra cabaña sobre el mismo terreno. Habíamos comenzado nuestro trabajo mucho antes de que la otra constructora comenzó el suyo. Las dos cabañas serían más o menos del mismo tamaño. Buscábamos ser muy cuidadosos con el trabajo que realizábamos. Pero, noté que la otra constructora estaba avanzando mucho más rápido que nosotros. El dueño de la cabaña que nosotros edificábamos empezó a quejarse de que no estábamos avanzando lo suficiente. Le pregunté a mi jefe por qué la otra constructora avanzaba mucho más rápido que nosotros. Me llevó a la otra cabaña a ver debajo de uno de los aleros de la casa. Cuando movió la fachada, pude ver que no tenía estructura detrás de la fachada. La constructora estaba tomando atajos para terminar antes y poder jactarse de su velocidad. Me parece que esto ilustra lo que el apóstol quiere que comprendamos en 1 de Corintios 3. Cualquiera puede edificar algo muy rápidamente si usa madera, heno y hojarasca. No son materiales costosos. En contraste, el oro, la plata y las piedras preciosas son costosas y es muy tardado refinarlos y moldearlos para que sean útiles para la construcción.

De la misma forma, los hombres pueden construir lo que parece ser un ministerio exitoso con el dinero, con trucos, el entretenimiento, el humor, la personalidad, el legalismo, la estética, la participación social, etc. Pero los ministros fieles edificarán con la persistente predicación del Cristo crucificado, la sana doctrina, la oración, las ordenanzas, la disciplina eclesiástica, una amorosa y santa comunidad cristiana, la adoración bíblica y el evangelismo. Un ministerio verdaderamente bíblico frecuentemente crecerá a un ritmo mucho más lento, pero durará por toda la eternidad. Para los que trabajan fielmente, es fácil desanimarse cuando ven cómo otras iglesias crecen mucho más rápidamente que la suya. Es difícil recordar que todo es una fachada. Uno día Dios revelará el tipo de materiales que se usaron en la construcción. El fruto de un fiel ministerio durará por toda la eternidad. El fruto aparente de un ministerio infiel se desintegrará en su momento.

Hace poco, un fiel amigo mío me recordó que uno de los más grandes consuelos que tiene el fiel ministro del Evangelio es la verdad de que para siempre estaremos en la gloria con aquellos a los que hemos fielmente ministrado la Palabra de Dios. Me dijo: “Quiero pensar que en la gloria nos reuniremos con todas las personas que se alimentaron bajo el fiel ministerio —y todos se regocijarán por lo que Dios hizo al enviarles fieles ministros que plantaron y regaron la semilla de su Palabra—”. Me parece que esta era la esperanza del apóstol cuando escribió a los miembros de la iglesia en Tesalónica y les dijo: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1 Ts. 2:19).


Nicholas T. Batzig sirvió como pastor fundador de New Covenant Presbyterian Church (PCA) en Richmond Hill, GA. Es editor de Reformation21. A menudo escribe para diferentes blogs y revistas. Fue el locutor del podcast, East of Eden, dedicado a la teología bíblica y sistemática de Jonathan Edwards.


Publicado originalmente en www.feedingonchrist.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.