Si vives en México como yo, quizá la conozcas por los anuncios de un supermercado conocido. A veces lleva capa y máscara; a veces un pantalón de mezclilla y un suetercito “chic”. Ella es “Mamá Lucha” y, al igual que la Mujer Maravilla y Supergirl, es un personaje ficticio.

Pero hay “mamás luchonas” que son reales. Las he conocido y observado toda mi vida. Supongo que tú también.

  • Mamás que luchan porque sus hijos sean considerados los más inteligentes, los más guapos, los mejores músicos o deportistas, que tengan las mejores calificaciones (aunque no las merezcan), el papel principal en el recital…
  • Mamás que luchan porque su esposo les ayude más en la casa, les dé más dinero, les compre más zapatos, las lleve más a pasear, les consiga una casa más grande, un carro nuevo, unas vacaciones “bien merecidas”
  • Mamás que luchan por la equidad de género, por borrar las diferencias de los roles, por el voto, por la fama…
  • Mamás que luchan por conseguir la “bendición de Dios” para sus hijos, que nada malo les suceda, que tengan la salud, el regalo perfecto de Navidad (aunque sea el último en existencia en la tienda), la ropa de moda, la carrera más prometedora…
  • Mamás que luchan por el derecho de matar a su bebé antes de que nazca, el derecho a desarrollarse profesionalmente (aunque eso signifique abandonar a sus hijos 10 horas diarias en una guardería), el derecho a mostrar en público todas las partes de sus cuerpos que ellas deseen, el derecho a exigir que todo se haga a su manera…

Mamás luchonas existen en abundancia. Son las heroínas de nuestra cultura moderna. Pero el resultado que vemos en las vidas de estas mujeres luchadoras es desalentador: estrés, depresión, frustración, familias rotas, suicidios, desánimo, entre muchos otros problemas.

¿Dónde quedamos, entonces, las mujeres cristianas? ¿Podemos identificarnos como hijas del Rey y seguidoras de Jesús y, aun así, ser mujeres luchonas?

La Biblia, en efecto, describe la vida cristiana como una batalla. Efesios 6 nos insta a ponernos la armadura de Dios para poder estar firme en la lucha (Ef. 6:10-18). 2 Corintios 10:4 habla de “las armas de nuestra milicia”. Pablo mismo, cerca del final de su vida, dice que ha “peleado la buena batalla” (2 Ti. 4:7), refiriéndose a sus años de caminar con Dios. Así que, sin duda, como mamás creyentes, también somos llamadas a participar en una lucha.

Sin embargo, esta lucha es sorprendentemente diferente a la lucha de la típica mamá luchona. Mira en qué clase de batalla somos llamadas a participar:

  • “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:3-4).
  • “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4).
  • Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éx. 14:14).
  • “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14).

No luchamos con armas humanas, ni por poder personal, ni para metas terrenales. Curiosamente, y de una manera totalmente contracultural, luchamos mejor desde nuestra debilidad.

“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9).

La debilidad se siente horrible. Es desesperante sentir que no puedo hacer nada para asegurar la seguridad de mi hijo, o cambiar a mi esposo, o mejorar nuestra situación económica. No obstante, en ese lugar de desesperación, Dios quiere que reconozca mi falta de sabiduría, y se la pida a Él (Stg. 1:5). Ahí, Él quiere que descanse en su inigualable poder.

Entonces, en esta posición de debilidad y descanso, empapadas de la gracia de Dios, podemos ser mamás de gracia que luchan:

  • Mamás que luchan contra el pecado de su propio corazón, contra los deseos y pasiones de su carne, confesando su pecado en arrepentimiento ante un Dios santo y recibiendo el lavamiento que la sangre de Cristo ofrece (1 Jn. 1:9; He. 12:4; Tit. 3:5).
  • Mamás que luchan contra las mentiras del Enemigo con la verdad de la Palabra de Dios, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5).
  • Mamás que luchan “unánimes por la fe del evangelio” (Fil. 1:27), dejando a un lado su orgullo y su deseo de controlar, buscando unidad en su familia e iglesia.
  • Mamás que luchan contra las ideologías de este mundo, dispuestas a ser contraculturales en su manera de criar a sus hijos, de relacionarse con su esposo, y de servir en su iglesia y comunidad.
  • Mamás que luchan por el gozo verdadero, producido en un corazón que descansa en el control soberano de un Dios todopoderoso (2 Co. 12:10; Ro. 8:28).
  • Mamás que luchan sobre sus rodillas en oración constante desde un corazón rendido a la voluntad de Dios, luchando en oración por la salvación de las almas de sus hijos, las decisiones de sus hijos, el futuro de sus hijos (Col. 2:1; Stg. 1:5).

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).

Luchemos porque la gloria de Dios sea conocida en nuestras familias, hogares, iglesias y comunidades. ¡Seamos mamás luchonas, luchando por la gracia de Dios para la gloria de Dios!