“No nos cansemos, pues, de hacer bien” (Gá. 6:9).

El apóstol Pablo, siendo soltero, dijo estas palabras. Seguramente no sabía lo que es ser mamá… ahogarte en leche, pañales, juguetes, lodo, tareas, comidas, moco y vómito. Con el deseo de dormir, o de terminar de comer una comida completa, o de tomar una ducha sin temer que la casa se incendie. ¿Cómo me va a decir que no debo cansarme?

Cansada es un estilo de vida, un estatus perpetuo, una condición inevitable en la vida de la mujer que tiene niños pequeños. De hecho, describe a casi todas las mujeres. Físicamente, ser madre y ama de casa es cansado.

Pero, ¿no es cierto que la mayoría también experimentamos un cansancio psicológico, emocional y espiritual? Frustración, desilusión, y desánimo nos caracterizan. ¿Es obligatorio que el cansancio físico se acompañe de estas actitudes?

Supongamos que yo decido entrenar para una carrera. Hago ejercicio todos los días y modifico mi dieta. Llega el día de la carrera y la logro terminar bien, incluso más allá de mi meta. Me siento físicamente cansada, ¡pero emocionalmente animada! En este caso, el cansancio físico no tiene que acompañarse de fatiga emocional y espiritual.

¿Por qué, entonces, las mujeres experimentamos un cansancio frecuente que nos deja tumbadas y frustradas por las personas que más decimos amar? Por mucho tiempo he sido esa persona frustrada y cansada, pero Dios está usando fracasos, luchas y dificultades para revelarme las verdaderas causas de mi cansancio emocional y espiritual. El contexto del versículo que citamos arriba nos da un punto de partida importante.

«No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gá. 6:7-9).

En este mundo no puedes sembrar sin cosechar. Es una regla natural que Dios ha establecido. Según siembras, cosechas. Igual que no puedes plantar frijoles y cosechar maíz, no puedes sembrar para la carne y cosechar para el espíritu. Pablo está preocupado porque algunos están engañados. Podemos engañarnos a nosotros mismos, o ser engañados por mentiras del mundo.

La frase “Dios no puede ser burlado” trae a la mente la imagen de un jugador de futbol que le saca la vuelta al otro. Le “burla”. Vivimos de esta manera con Dios. Creemos que le podemos burlar, que le podemos sacar la vuelta a su “regla”. Creemos que podemos sembrar para la carne y que Dios debe permitirnos cosechar para el Espíritu. Esto es un grave error y produce mucha frustración. Sembrar para la carne provoca cansancio y, entonces, dejamos de hacer el bien.

Te comparto cuatro maneras en que yo siembro para la carne y cosecho cansancio. Oro que puedas ver más claramente tu propio corazón y al gran Dios que lo puede cambiar.

  1. Quieres tener el CONTROL. Deseas, o piensas que puedes, controlar a las personas y las circunstancias. “Voy a hacer que mi esposo me ayude más”. “Yo decido cuántos hijos voy a tener”. “Si manejo bien la alimentación y los hábitos de mi hijo, tiene que tener buena salud”. “Si mi esposo me hace caso, nuestra situación económica se resuelve”. “Si mi hija se comporta a la perfección, mis amigas me admirarán”. “¡Ya verá mi suegra que no me puede mandar!”. “Si voy a la iglesia cada domingo, Dios tiene que darme una vida fácil”. ¿Alguna te suena? Ilusionarse con tener el control cansa. Mientras más deseo controlar, más cansada y frustrada me siento. La Biblia habla mucho del orgullo y el egoísmo que hay en nuestros corazones, y de la destrucción que pueden ocasionar. ¿Crees que puedes controlar a las personas y circunstancias de tu vida, o incluso a Dios?
  2. Buscas tu propia COMODIDAD. Tus necesidades llegan a ser tu enfoque. ¿Escuchas los mensajes del mundo que dicen “cuídate a ti misma”, “necesitas tiempo para ti”, “consiéntete”, “te lo mereces”? El ensimismarse cansa. Es una ironía de la vida. Mientras más pienso en mí, menos contenta estoy. Ninguna situación de mi vida me ha revelado tanto mi egoísmo como el tener hijos. Cuando un ser humano depende totalmente de ti, tus necesidades se tienen que dejar a un lado. Y esto, aunque no lo parezca, es un don de Dios. Tener que negarte a ti misma y dar tu vida por otra persona es de las mejores cosas que te pueden pasar. Buscar tu propia comodidad solo cansa.
  3. Te COMPARAS con otras. Empiezas a definir tu maternidad en términos de comparación con otras mamás. 2 Corintios 10:12 dice: “Pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos [carecen de entendimiento]”. Este problema, que ya existía en la iglesia de Corinto, se ha multiplicado en nuestros días debido a las redes sociales. Se ha convertido en un estilo de vida que está distorsionando la vida espiritual de las mujeres cristianas. Dependiendo de la moda del momento, resulta que lo más importante es si das pecho o fórmula, fruta o verdura primero, pañales de tela o desechables, alimentas por libre demanda o por horario, co-dormir, co-dependencia, ¡co-locura! (Y nos falta hablar de los métodos de educación, quién saca más a pasear a su familia, cuántos muebles nuevos se compró este mes mi amiga…). Cuando nos comparamos así, olvidamos el criterio más importante. “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Buscar agradar a las personas cansa. Dios nos creó para agradarle a Él y para servir a Cristo. ¿Te comparas con otras mamás o esposas? ¿Defines el éxito de tu matrimonio y maternidad en términos de lo que otros piensan?
  4. Tienes CONFUSIÓN de valores y prioridades. ¿Qué es realmente lo más importante en tu vida? Es fácil pasar por esta vida sin saber por qué haces las cosas. Trabajo, carrera, bienestar emocional, sueños, familia, amistades… todos reclaman el primer lugar. La falta de prioridades claras produce confusión. Vivir con prioridades no-bíblicas cansa. Llenamos nuestros días de ajetreo y actividades, intentando arreglar todo, evitar problemas, mantener relaciones, y buscar la felicidad fugaz. Dios no quiere que vivamos este tipo de vida cansada. Mateo 6:33 nos da dirección: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.

A ti, madre cansada, Isaías 40:31 te provee una respuesta alentadora y sencilla para tu frustración y desánimo. “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.

¿Qué hace la mujer que espera a Jehová?

No controla. Le cede su vida a Dios.

No busca la comodidad. Quita el enfoque de sí misma.

No se compara con otras personas. Busca agradar a Dios.

No se confunde porque fija sus ojos en Cristo. La fuente de sus fuerzas no es ella misma.

¡Qué bonito suena todo eso de levantar alas como águilas y correr sin fatiga! Pero ¿esperar? Esperar requiere morir a ti misma, entregar tus deseos y metas, y depositar tu confianza exclusivamente en Él. Requiere sembrar para el Espíritu y ejercer cada día la misma fe que Dios te dio para salvación. Todos los días. Con cada cambio de pañal y pasada de escoba. Con cada crisis de conducta y noche sin sueño. ¡No te canses, pues, de hacer bien!