Cada día escuchamos noticias alarmantes que nos estremecen. La sociedad se mueve en medio de una densa ola de violencia que no parece terminar. Y estamos muy lejos de que tenga fin. Aquí nos movemos y respiramos. Deseamos encontrar paz y vivir sin temor. Pero estamos aquí porque, desde el principio, hemos decidido ir tras nuestra perdición.

Dios creó un mundo perfecto que nosotros arruinamos. Nada faltaba. El hombre y la mujer disfrutaban de una perfecta relación con su Señor. Pero eso cambió cuando la mujer escuchó una voz desconocida y contraria. Quedó deslumbrada frente a fascinantes promesas y dudó de la bondad de Dios. ¡Ella sería como Dios! Podía hallar independencia. Ella podía tomar la iniciativa y encontrar libertad de la prohibición. Decidió que la serpiente le hablaba con la verdad… Y comió.

Pero esas promesas eran totalmente falsas. Parecía un futuro prometedor y fue un vil engaño. Como resultado, la creación quedó bajo maldición. ¿Por qué ocurren cosas tan terribles? ¿Por qué tanto dolor y sufrimiento? Vivimos en un mundo que está bajo maldición (Gn. 3:14–19). Teniendo el mundo perfecto, la humanidad decidió rebelarse y decidió vivir bajo muerte.

Justo frente a la maldición, un mensaje de esperanza llegó:

“Y Jehová Dios dijo a la serpiente: […] y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:14–15). 

Cristo vendría para derrotar a la serpiente y salvar a la humanidad. Estas son buenas noticias. Y no solo eso. Jesús ya vino y fue molido en la cruz, llevando toda nuestra maldad. Pagó el precio de nuestro pecado. Venció la muerte y, por su muerte, ahora tenemos libertad. Sí, somos libres… pero no es la libertad que pensaríamos. Es una libertad de nuestra esclavitud al pecado (Ro. 6). Él nos ha reconciliado nuevamente con el Padre. Somos libres para acercarnos al Padre.

¿Y qué con la libertad de todo este sufrimiento en el mundo? ¿Acaso a Dios no le importa eso? Él ya está haciendo todas las cosas nuevas (Ap. 21:5). El nuevo reino que comenzó no es terrenal por ahora. Su reino “no es de este mundo” (Jn. 18:36). Ese reino ya comenzó, pero se instaurará por completo en el regreso de Jesús. Ahora, estamos esperando el día donde ya no habrá sufrimiento, tristeza, lagrimas, ni dolor llegue (Ap. 21:4). Al fin tendremos un lugar donde estaremos con Él por la eternidad y no sufriremos más.

Mientras tanto, vivimos bajo ese nuevo reino aquí en la tierra. Todavía hay dolor y sufrimiento. Pero podemos confiar en que Él está con nosotros como lo ha prometido (Jn. 16:33). Y Él no es indiferente a nuestro sufrimiento. Nos acompaña el mismo que estuvo dispuesto a pasar por ese sufrimiento para salvarnos. Por eso, vivimos con esa esperanza futura, con nuestros ojos puestos en Jesús y no en esta tierra.

Entonces, ¿buscas paz, seguridad y esperanza? Aférrate a la verdad y deja de escuchar las voces contrarias. Sí, haz un paro. Haz un paro de todo aquello que se levante en contra de la verdad de la Palabra. Hoy te invito a que te unas a mí y digas un rotundo no:

  • Di no a cerrar tus ojos y di a abrirlos a la sabiduría de la Palabra (Stg. 1:5)
  • Di no a perderte en la desesperanza y di a refugiarte en la Roca firme (Sal. 18:2)
  • Di no a reclamar una justicia terrenal, porque nuestra ciudadanía no está aquí (Fil. 3:20-21)
  • Di no a hundirte en la conmiseración, pues no somos víctimas de nuestras circunstancias (Sal. 43:5)
  • Di no a quedarte presa del temor y di al Señor que es tu guardador (Sal. 121)
  • Di no a creerte sabia en tu propia opinión y di a temer a Dios y apartarte del mal (Pr. 3:7)
  • Di no a pensar que tu enemigo está fuera de ti, pues la maldad está en nuestro propio corazón (Jer. 17:9)
  • Di no a adormecer tus sentidos y di a permanecer alerta a la verdad (Sal. 25:5)
  • Di no a olvidar el propósito de tu diseño, pues nada se trata de ti sino de dar a Dios toda la gloria (Ro. 11:36)
  • Di no a abrazar la sabiduría del mundo porque es diabólica, y di a la sabiduría de lo alto que es pacífica (Stg. 3:15-17)
  • Di no a enmudecer y di aproclamar las Buenas Nuevas (Mt. 28:18-20)
  • Di no a temer por tu fragilidad, pues Su poder se manifiesta en la debilidad (2 Co. 12:9)
  • Di no a lamentar tu condición, pues has sido redimida y ya no vives en esclavitud (Ro. 8:15)
  • Di no a paralizarte frente al enemigo, pues Cristo te ha dado la victoria (Ro. 8:35–37)
  • Di no a correr por una libertad que te esclaviza y di a la verdadera libertad que está en Cristo (Jn. 8:32)
  • Di no a desviar la razón, y di a alinear tu mente con lo que es verdadero (Fil. 4:8)
  • Di no a pensar que la batalla es tuya, porque Él es quien pelea por nosotros (Ro. 12:19)
  • Di no a esperar que el mundo te dé paz y di a la verdadera paz que solo viene del Señor (Jn. 14:27)
  • Di no a abrazar una falsa esperanza y di a tu única esperanza que se encuentra en tu Redentor (Lm. 3:24)
  • Di no a apagar la luz, y di a resplandecer en medio de un mundo de tinieblas (Mt. 5:14-16)

Mujer, detente. Pero detente de ir en la misma dirección que este mundo. Sigue la verdad y encontrarás verdadera libertad.

No imites las conductas ni las costumbres de este mundo. Más bien, busca que Dios transforme a las personas de este mundo en personas nuevas, cambiando su manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para todos, la cual es buena, agradable y perfecta (Ro. 12:2 NTV).


Berenice Montes está casada con Luis Berlay, pastor de la Iglesia Bautista Genezareth en N. L., Mexico. Es madre de tres hijos: Timoteo, Pablo y Julio. Colabora en el ministerio de educación cristiana de la iglesia y participa activamente en el ministerio de mujeres. Es graduada de la Universidad Cristiana de Las Américas.