“No es tan malo”.

“Podría ser peor”.

“No es para tanto”.

“Ya pasó, ya pasó”.

A lo largo de mi vida (¡y soy bastante joven como para decir algo así!) he notado la tendencia humana de minimizar el dolor. Cuando un niño se lastima y comienza a llorar, buscamos calmarlo aunque esto signifique ignorar su dolor. Si alguien está llorando o está molesto, de inmediato intentamos animarlo y hacerlo sonreír. Somos pésimos para simplemente “escuchar” a otra persona desahogarse. Nuestra tendencia natural es minimizar el sufrimiento para “ayudar” a la otra persona.

Pero necesitamos entender esto: minimizar el sufrimiento de otra persona es pecado (y, por ende, jamás es de ayuda para nadie). Jacobo afirma esto cuando dice que “habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión” (Stg. 2:13, NVI). Esto se dice previo al conocidísimo versículo que dice: “la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg. 3:17). La compasión es una evidencia de que nuestra fe es genuina.

Por eso, en este artículo, quisiera abogar la importancia de la compasión en la vida del creyente.  

ANHELAMOS COMPASIÓN

Aunque nos justificamos diciendo que no somos muy compasivos, ¡somos muy buenos para autocompadecernos! Si nos sentimos mal de salud, nos molesta que no sean considerados con nosotros. Cuando tenemos un día cansado, nadie puede pedirnos nada o nos enojamos. Si simplemente nos sentimos tristes o frustrados por algo, queremos que alguien nos escuche ¡y cuánto nos enoja que nos interrumpa con sus “soluciones”!

Vivimos en un mundo caído y estamos acostumbrados al sufrimiento. La vida duele y todos anhelamos compasión.

RECIBIMOS COMPASIÓN

Como cristianos, a veces ignoramos el elemento personal del Evangelio. No solo son un conjunto de verdades que nos salvan. Estamos hablando de una Persona que invade nuestras vidas con su “santo amor”.[1] Y ese amor incluye la compasión. Piensa en el conocido pasaje de Hebreos 4. Nota cómo Jesús no solo intercede por nuestros pecados (He. 4:14), sino que también se compadece de nosotros (He. 4:15). La traducción “compadecerse” es muy atinada, pero invertir su orden podría ayudarnos a entenderla mejor: “padecer con”.[2] Básicamente, esa es la definición de la compasión: identificarse con el sufrimiento o el padecimiento de otro.[3] Si eres cristiano, Jesús no es indiferente a tu debilidad, sino que Él sufre contigo.

Jesús se identifica con el sufrimiento que vivimos en este mundo caído. La vida duele y Jesús nos da la compasión que tanto anhelamos.

OTORGAMOS COMPASIÓN

Pablo no exagera cuando dice que Cristo vive en el creyente (Gá. 2:20). Si creemos que Jesús es compasivo con nosotros, seremos compasivos con los demás. Así como los hebreos fueron compasivos con sus hermanos encarcelados (He. 10:34), nosotros seremos compasivos con los demás porque Cristo vive en nosotros.[4] A veces, esto se verá simplemente en llorar con los que lloran (Ro. 12:15). No debemos apresurarnos con las verdades bíblicas de la soberanía de Dios y su buen propósito en las pruebas (aunque sí debemos llegar allí en algún momento). A veces, primero debemos escuchar. En ocasiones, basta con decir “lo lamento” y abrazar con ternura. Dios espera que seamos compasivos con los demás. No hay excusas. No importa que “no vaya con tu personalidad”. Si Pablo ya no vive en Pablo (Gá. 2:20), tú tampoco vives en ti. Cristo, nuestro compasivo Salvador, vive en ti. Sé compasivo.

Debemos identificarnos con el sufrimiento que otros viven en este mundo caído. La vida duele y debemos ofrecer la compasión que todos anhelamos.

CONCLUSIÓN

No escribo este artículo porque yo sea un tierno Winnie Pooh. De hecho, me cuesta mucho ser compasivo. Escribo este artículo porque estoy aprendiendo a sufrir con otros. ¡Nuestra falta de compasión socaba nuestro ministerio! Nadie quiere contarle sus problemas a una fría roca. Dios nos conquistó con su compasión hasta la muerte. Él no solo sufre con nosotros, sino que su compasión lo llevó a sufrir en lugar de nosotros. Imitemos su compasión. Busquemos no solo guiar sino también entender a los demás. Dejemos que nos duela. Escuchemos. Entendamos. Lloremos. Compadezcámonos de los demás. Suframos con los demás.


[1] Timothy Lane y Paul David Tripp, How people change (New Growth Press, 2008), cap. 13.

[2] Esto no debe considerarse una falacia interpretativa, ya que ocurre lo mismo con la palabra griega συμπαθής (usada en Hebreos 4:15). Es una palabra compuesta por el prefijo σύν (“con”) y el verbo de donde viene nuestra palabra “patético”: παθεῖν (“sufrir”). Literalmente, significa “sufrir con” lo que es equivalente a “padecer con”.

[3] Real Academia Española, “Diccionario de la lengua española”, https://dle.rae.es/compasi%C3%B3n (consultado el 18 de marzo del 2020).

[4] La Nueva Traducción Viviente es una claro ejemplo del correcto entendimiento de la palabra συμπαθής. Aunque la Reina Valera 1960 dice “de los presos también os compadecisteis” (He. 10:34), la Nueva Traducción Viviente interpreta esta misma porción como “sufrieron junto con los que fueron metidos en la cárcel” (He. 10:34 NTV).


Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, donde graduó con la licenciatura en Teología Pastoral. Disfruta servir en la Universidad Cristiana de Las Américas y en el ministerio de Palabra y Gracia.