El otro día, platicaba con varios hermanos sobre problemáticas en las iglesias. Una amiga, entonces, dijo algo muy confuso: “No deberíamos usar la oración como un telón”. Mi maestro puso cara de entenderle por unos segundos, hasta que fue honesto y le preguntó a qué se refería. Ella explicó: “Me refiero a aprovechar una oración para hacer otras cosas”. Ahora la ilustración cobró vida. El telón, en las obras, brinda una oportunidad para mover cosas del escenario e, incluso, repasar alguna línea que se te haya olvidado. La oración no debería ser un telón.

Si no lo has hecho, seguro has visto a alguien hacerlo. Están orando por las ofrendas, y alguien se acerca a decirle algo al que dirige. El pastor está orando antes de comenzar a predicar, y los que llegaron tarde aprovechan para buscar un asiento. Alguien está orando al iniciar el culto, y al terminar la oración los errores en las diapositivas desaparecieron mágicamente. Están orando por las acciones de gracias, y la puerta del baño se cierra porque alguien acaba de entrar. Un hermano está llorando mientras pide perdón por nuestros pecados, y una hermana aprovecha para preguntarle a su esposo si pasó a comprar la leche que le pidió.

Creo que esto ocurre porque pensamos que cuando una persona ora en la iglesia, solo ella está orando. Pero la oración en la iglesia no debería ser así. La oración en toda iglesia debería hacerse colectivamente. Siempre que un hermano ora en la congregación, no solo él está orando. Todos deberían estar orando con él.

En la Biblia, la oración colectiva es una parte esencial de la iglesia. Hay varios pasajes que podríamos citar para confirmar esto. Sin embargo, me centraré en tres en particular:

JESÚS Y LA ORACIÓN COLECTIVA

Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos… el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal…” (Mt. 6:9-13).

La oración modelo es un claro ejemplo de la oración colectiva. Jesús está instruyendo a sus discípulos sobre cómo orar, y utiliza un lenguaje plural para hacerlo. Sin decirlo explícitamente, está expresando su expectativa de que sus discípulos oren juntos. Y, más allá de eso, su deseo de que la iglesia ore colectivamente.

JERUSALÉN Y LA ORACIÓN COLECTIVA

Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego (…) Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones(Hechos 1:14; 2:42).

La iglesia primitiva oraba colectivamente, siguiendo la instrucción de Jesús. Y es muy claro en estos pasajes que no se refiere a un tiempo de oración personal. O, al menos, no solamente a eso. Hechos 2:42 enumera una serie de cosas que se hacían colectivamente. Ellos perseveraban en (1) enseñar lo mismo que los apóstoles, (2) vivir como una sola gran familia, (3) comer juntos —incluyendo la Santa Cena—, y (4) orar colectivamente. Incluso, tenemos un ejemplo de una de estas oraciones colectivas:

 “Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido” (Hch. 1:24).

En este pasaje, encontramos a Pedro señalando que debían escoger a un nuevo apóstol que tomase el lugar de Judas (Hch. 1:21-22). Y Lucas, el autor de Hechos, usa un lenguaje plural, apuntándonos a una oración colectiva. Obviamente, no todos estaban hablando esas precisas palabras al mismo tiempo. Podemos pensar en que una persona estaba orando, mientras los demás apoyaban esa oración en silencio. Entonces, aunque solo uno —tal vez Pedro— hablaba audiblemente lo que Lucas cita, todos estaban atentos identificándose con dicha oración.

CORINTO Y LA ORACIÓN COLECTIVA

“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho” (1 Co. 14:15-16).

No cito este pasaje porque sea una defensa de la oración colectiva. Aquí, ¡Pablo simplemente la da por sentada!

En este capítulo, Pablo enseña que la práctica de los dones en la iglesia debe ser guiada por el amor (1 Co. 14:1). Eso significa que todo don debe ejercerse con el fin de edificar a otros (1 Co. 14:12). Y había un problema en la iglesia de Corinto: algunos hermanos hablaban en lenguas sin intérprete, y nadie en la iglesia les podía entender. Entonces, no eran edificados. No podían decir “Amén”. ¿Qué significa decir Amén al final de la oración? Es como decir: “¡Esta también fue mi oración!”.[1] Si alguien no sabe lo que dijo su hermano, ¿cómo va a ser edificado por su oración? ¿Qué sentido tiene que diga Amén?

Entonces, para Pablo, es un problema que los miembros de la iglesia no sean edificados por la oración de su hermano. Por eso confronta la práctica incorrecta de orar en lenguas que ocurría en Corinto. Para él, es obvio que la actividad profética, el canto y también la oración son actividades colectivas que deben edificar a la congregación.

Aplicando este principio a nuestras iglesias, es obvio que todo cristiano debería estar atento a toda oración en la iglesia. Así, toda la iglesia puede decir “Amén” a una sola voz porque todos han participado en ella y han sido edificados por ella.

Así que, no deberíamos pensar en la oración como algo en lo que se participa individualmente en la iglesia. La oración en la iglesia siempre ha sido colectiva.

CONCLUSIÓN

La oración en la iglesia parece el lugar perfecto para hacer otras cosas, pero no lo es. Cuando nos congregamos, todos deberíamos estar orando colectivamente, como un solo cuerpo. Aunque uno sea la voz, todos nuestros corazones deberían estar orando unánimes al Señor.

Entonces, la próxima vez que vayas a la iglesia, recuerda esto: ¡tú siempre eres parte de la oración en tu congregación! Aunque nunca te hayas levantado a hacer una oración, siempre deberías estar orando con tu congregación. El Señor anhela que toda tu iglesia, incluyéndote, diga “Padre nuestro”, orando colectivamente.


[1] Mark Dever y Jamie Dunlop, La comunidad atractiva: Donde el poder de Dios hace a una iglesia atrayente (Washington, D.C.: 9Marks, 2017), 146.


Andrés Constantino nació en la ciudad de Xalapa, Veracruz. Actualmente, reside en el estado de Nuevo León, y estudia la licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de las Américas. Disfruta servir en el ministerio de Palabra y Gracia.