El desánimo es un verdugo que arrebata de tu alma la esperanza, que saquea a tu corazón de la confianza, y que se lleva de tu espíritu la fe. La mente, que es el registro de tu corazón, alma y espíritu, al verse sin esperanza, sin confianza y sin fe, no es capaz de abrigar sino el temor, la duda y la depresión. Estos te atan; pues, tomando a tu mente de rehén, han tomado el control de tu ser.

El desánimo es un estado mental que afecta todas las emociones y acciones de una persona, hasta el grado de inutilizarla. En términos bíblicos, el desánimo es falta de confianza en Dios.

El desánimo es cultivado en las mentes que no conocen ni creen suficientemente la Palabra de Dios. En poca o mucha medida, eso es lo que nos pasa a muchos cristianos. Ahora, en lugar de compararnos con personajes o líderes espirituales (que cayeron en desánimo en su vida), vayamos a nuestro mayor ejemplo, con quien deberíamos compararnos: Jesucristo.

Jesús nunca se desanimó, pues, de haberlo hecho, habría pecado; pues el desánimo es falta de confianza en Dios. Él nunca desconfió de Dios. Fue tentado en todo, pero sin pecado (He. 4:15).

“Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11:1).

Si tenemos fe, no podemos tener desánimo. Si tenemos desánimo, es porque nos falta fe. La fe y el desánimo son completamente opuestos.

Pero la fe no se puede producir si no es por medio de la palabra de Dios: “Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).  Es imposible mantener ánimo espiritual sin leer o escuchar la Palabra de Dios.

Los factores que provocan el desánimo son muchos. Permíteme enlistar tres de ellos:

1.- ACUSACIONES QUE EL ENEMIGO LANZA. Ya sea basado en hechos reales o no, nos hace sentir culpa e impotencia a través de chismes, críticas y reclamos. En ocasiones, vienen de gente extraña, y en otras hasta de nuestra misma familia e iglesia. ¿Cómo responder?¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.  ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro. 8:33-34).

2.- CIRCUNSTANCIAS QUE NO TIENEN RESPUESTA INMEDIATA. Satanás nos pone pensamientos de abandono y soledad, dudas y confusión que terminan en desánimo. Con preguntas como: ¿Por qué me está pasando esto, si soy hijo de Dios?, ¿Por qué le tuvo que pasar esa tragedia a esa persona, si era tan buena?, ¿Por qué nada me sale bien?, ¿Por qué hay tanta injusticia en el mundo?, ¿Por qué sufren niños inocentes?, etc.  ¿Cómo responder? Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).

3.- LIMITACIONES DEL CUERPO. A través de padecimientos físicos, Satanás hace que nos enfoquemos en nuestras limitaciones. Cualquier sufrimiento, enfermedad, discapacidad, accidente, persecución, amenaza, quebranto temporal o permanente, y hasta la disciplina del Señor, que tiene un propósito bueno, es usada por Satanás para desanimarnos. ¿Cómo responder? “Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:4-5, 2 Co. 6:9-10).

El desánimo nos invita a enfocarnos en el dolor, la tristeza, los sufrimientos, las necesidades y en todo lo momentáneo que nuestro cuerpo terrenal experimenta, para envolvernos en un estado improductivo, dañino, y peligroso tanto para nosotros como para los demás.

Cada hombre que venció el desánimo lo enfrentó con las promesas de Dios, confiando en su Palabra y considerando a su máximo ejemplo: Jesucristo.Pero las promesas de Dios nos abren la visión espiritual para ver más allá de lo terrenal y contemplar las riquezas espirituales, que sobrepasan por mucho a las materiales. Así, podemos tocar las bendiciones eternales, que por mucho se elevan sobre las temporales. Esta visión espiritual se desarrolla con los anteojos de la Palabra de Dios.

No caigamos, pues, en la provocación del desánimo, sino disipémoslo considerando las promesas de Dios.

Cuando uno cree que todo está perdido, que no hay solución, que será imposible superar algo, o que no tiene sentido lo que está pasando, entonces esa forma de pensar aplasta las posibilidades de vencer o de siquiera intentarlo. Esta forma de pensar es el resultado de no conocer o creer las verdades de Dios, que dicen todo lo contrario.

Cristo padeció toda clase de dolores y sufrimientos, tanto que fue un hombre experimentado en quebrantos. “Despreciado  y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Is. 53:3). Aun así, nunca entró en desánimo. Nunca dejó de hacer la obra. Nunca se deprimió. Nunca se estancó. Nunca dejó de luchar por la causa de Dios. A Él debemos considerar.

Cada hombre que venció el desánimo lo enfrentó con las promesas de Dios, confiando en su Palabra y considerando a su máximo ejemplo: Jesucristo. Y estoy seguro que el mejor consejo que nos darían quienes han enfrentado y vencido el desánimo sería el que ellos mismos siguieron:

“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que su ánimo no se canse hasta desmayar” (He. 12:3, énfasis agregado).

La solución al desánimo es Cristo. Por tanto, necesitamos recurrir a la gloriosa fuente de su testimonio: la Biblia (Jn. 5:39). Quisiera compartirte una serie de versículos que pueden ser ese destello que resplandezca cuando el desánimo llene tu mente de oscuridad.

Promesas que fortalecen nuestro ánimo espiritual

“Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Fil. 4:13).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente, no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro.8:18).

Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn. 8:32).

“Venid a mi todos los que estáis trabajados y cansados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).

“Vivifícame en tu palabra, tu palabra es verdad” (Sal. 119:25).

“Más yo sé a quién he creído y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12).

“Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:12).

“Yo sé que mi redentor vive y al fin se levantará del polvo” (Job 19:25).