A menudo se escucha: “Simplemente no puedo perdonarme”. “No sé si alguna vez seré capaz de perdonarme por esto”.

Hacemos algo que nunca pensamos que podríamos hacer: un pecado contra el cónyuge, un niño, un bebé que no ha nacido todavía, un buen amigo, o algo así. La culpa crece. La desesperación persiste. No podemos sacudírnosla. Puede ser algo que hicimos hace algunos días, o décadas atrás. Y la carga no se ha ido. “¿Por qué no me puedo perdonar?”.

Docenas de libros sobre el “auto-perdón” han sido escritos. Mucha tinta ha sido derramada, proponiendo guías paso a paso, en un intento de ayudar a las personas en el proceso de perdonarse a sí mismas.

Algunos psicólogos dicen que la batalla para perdonarse brota de la incapacidad de deshacerse de la vergüenza y la culpa. La meta se convierte en sentirse mejor con uno mismo. Entonces, se sugieren métodos correspondientes. Por ejemplo, se dice que revivir lo que hiciste vez tras vez en tu cabeza no te sanará ni a ti ni a quien dañaste. De hecho, solo te hará sentir mal. Y eso no debería pasar. Entonces, si te encuentras meditando en tus errores, detente, y reenfoca tu atención en algo más positivo. Una técnica para ello es la “Técnica de Reenfoque en Emociones Positivas”. Es un procedimiento diseñado para convencerte de que tú eres mejor que tus errores pasados.

Algunos abogan por lidiar con el «auto-perdón» al luchar contra las cosas malas que has hecho. Predicarte a ti mismo las cosas buenas que has hecho. Debes meditar en lo asombrosa persona que eres para accionar la palanca del «auto-perdón».

Otros incluso prescriben una forma de auto-consentimiento. “Trátate con tu placer preferido. Seguro, cometiste un error, pero es tóxico sentirte mal por ti mismo. Entonces, ahoga la negatividad con tu dulce o chuchería favorita para autorrealizarte”.

La lista podría extenderse.

Pero superar la problemática del «auto-perdón» no tiene nada que ver con una técnica secreta arraigada en la autorrealización, la autoestima, o el auto-consentimiento. De hecho, esas técnicas solo le echan leña al fuego. Cualquier aproximación al problema que tenga como meta hacerse sentir mejor o verse mejor es extremadamente peligrosa. ¿Por qué? Tienen dos cosas catastróficas en común: la exaltación divinizadora del yo y la eliminación supresora de Dios. El yo se convierte en Dios. Dios es suprimido. Es el triste viejo truco que nos metió en este problema en un principio.

Por lo menos, hay siete problemas con el dilema del “No puedo perdonarme”  que demuestran que el “auto-perdón” es un perdón ficticio.

  1. El “auto-perdón” choca con la definición del perdón.

El perdón es la transacción realizada entre múltiples partes en donde el infractor reconoce su deuda, y el agredido otorga perdón por la disculpa sincera. Así, el perdón envuelve múltiples participantes. No tiene nada que ver con una transacción que yo realizo conmigo mismo, sino que tiene todo que ver con otras personas, las personas contra las que he pecado.

Por lo tanto, la definición misma del perdón convierte el “auto-perdón” demuestra que el “auto perdón” es un perdón ficticio.

  1. Luchar por el “auto-perdón” puede reflejar que no quiero aceptar la profundidad de mi naturaleza pecaminosa.

Todos hemos hecho cosas terribles. Es ineludiblemente humano. Entonces el dilema viene: “No sé si algún día seré capaz de perdonarme”. Pero lo que realmente significa es: “Todavía no puedo creer que hice eso”. “Así no soy yo. Yo no soy esa clase de persona”.

Pero, por difícil que sea, necesitamos creerlo. Nosotros somos esa clase de persona. En parte, este es el meollo del problema. Si podemos llegar aquí, contrario a lo que dicen muchos psicólogos, vamos en camino a la solución.

Muchas veces, el “auto-perdón” es un pretexto que evita una sana autoevaluación. No somos marionetas forzadas a pecar en contra de nuestra voluntad por un titiritero. Somos pecadores por naturaleza.

“Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Stg. 1:14).

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jer. 17:9-10).

“No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busca a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12).

Realmente somos así de malos. Y esta es la clave del problema. Si no estamos dispuestos a aceptarlo, nunca escaparemos de la verdadera toxicidad del problema del “auto-perdón”. No deberíamos estancarnos en este punto (ver #7), pero tenemos que aceptarlo.

  1. El combustible que alimenta la lucha por el “auto-perdón” podría ser una severa “auto-justicia”.

Similar a la dificultad que tenemos para aceptar nuestra profunda depravación, podríamos estar promoviendo en nosotros un narcisismo extremo. Sentimos nuestra incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos. Sin embargo, realmente tenemos una percepción demasiado alta de nosotros mismos. No podemos creer que hayamos pecado en alguna manera porque, aunque no lo diríamos, nos estimamos mucho más grandes de lo que realmente somos. Nuestra autoestima ha corrompido nuestra alma en el engaño del “auto-perdón”.

El verdadero problema es muy simple. Somos egoístas, orgullosos y ególatras. Así, nos rehusamos a bajar de nuestra nube imaginaria de autoestima. Esto siempre agrava el problema.

  1. El “auto-perdón” podría ser la desesperación por no satisfacer un deseo idólatra.

Como el teólogo Mick Jagger una vez dijo: “No siempre puedes obtener lo que quieres”.

Tal vez, nos controló algún deseo. Pudo incluso haber sido un buen deseo. Pero se convirtió en un dios. Y no lo obtuvimos.

“No puedo perdonarme” realmente significa “Necesitaba esto para hallar seguridad y significado. Y no pude obtenerlo. Ahora ya no sé cómo seguir adelante”.

Entonces, esta batalla del “auto-perdón” podría ser el tiempo oportuno para exponer y erradicar nuestros deseos idólatras, por la gracia de Dios.

  1. Una lucha por el “auto-perdón” podría ser una lucha con nuestros estándares de “auto-justicia”.

En este caso, “no puedo perdonarme” es equivalente a decir: “no he vivido según mis propios estándares de perfección”, o “no he alcanzado las expectativas de otras personas”.

Hemos creado nuestros propios estándares de justicia. Tal vez nos sobreestimamos a nosotros mismos. O bien, adoramos tanto la aprobación de los demás, que vivimos nuestras vidas constantemente intentando obtener su aplauso.

Pero fracasamos. Y fue devastador. Entonces, la batalla por el “auto-perdón” surge de nuestra incapacidad de estar a la altura de nuestros propios estándares de desempeño, nuestra propia imagen de cuán buenos esperábamos ser. Y ahora, nos engañamos al pensar que no podemos perdonarnos a nosotros mismos. Cuando, en realidad, necesitamos confesar nuestro pecado de crear un estándar de “auto-justicia” o adorar al dios del aplauso de los demás.

  1. Una batalla por el “auto-perdón” puede surgir de vernos a nosotros mismos como el juez.

La persona que dice “Simplemente no puedo perdonarme” podría haber ascendido al trono del juicio y haberse declarado a sí misma como su propio juez. En este caso, la expresión “No puedo perdonarme” es equivalente a decir “Estoy en el rol de Juez e impartiré perdón como yo lo decida”. Tal persona ha convocado la corte, ha emitido un veredicto sobre sí misma, y ahora cree que debe concederse el perdón necesario. Esa es la fuente del problema. Pero, esto es similar a un individuo que comete un asesinato y sirve como su propio procurador, jurado y juez. Él convoca la corte. Él se juzga a sí mismo delante de sí mismo. Pero no funciona así. Esto está completamente arraigado en una visión demasiado alta de uno mismo.

Y esta táctica no va a resolver el problema. El hombre está programado con el conocimiento de que él no es la Regla Absoluta. La Biblia enseña que solamente Dios es Juez (Sal. 7:11, Sal. 50:4-6). Las ofensas morales son primera y principalmente contra Él (cf. Sal. 51:4). Así, el dilema del “auto-perdón” es un perdón ficticio. El verdadero problema es el no reconocer a Dios como Juez.

Olvidemos la necesidad de perdonarnos a nosotros mismos. Mucho más importante, necesitamos ser perdonados por el Dios y Juez del universo.

  1. Una batalla por el “auto-perdón” podría reflejar una negación a aceptar la única provisión que remueve objetivamente la culpa humana y provee perdón.

Probablemente, este es el mayor problema con el “auto-perdón” ficticio.

Las técnicas psicológicas están ignorando algo enorme. Es la clave absoluta para desbloquear el problema del perdón ficticio.

La culpa, en realidad, no es algo que nosotros podamos eliminar. Nosotros solo podemos reprimirla. Pero hacer eso es un suicidio para nuestra alma. La culpa solo puede ser removida por algo fuera de nosotros mismos. ¿Por qué? Porque las cosas que hacemos mal son primera y principalmente contra Alguien que está fuera de nosotros.

Los seres humanos son culpables ante Dios. Él nos creó. Él es nuestro Juez. Por lo tanto, las cosas que hacemos mal —ya sean la semana pasada o el siglo pasado— son principalmente una ofensa contra Él. Le agredimos personalmente con cada pecado que cometemos, grande o pequeño (Sal. 51:4). El pecado rechaza su autoridad, desdeña su santidad, roba su gloria, ofende su majestad, y desprecia su bondad. No es poca cosa.

El tiempo no sana nuestras ofensas. Lo pasado no ha pasado. No se ha ido a ninguna parte. Cada pecado es grabado en el tribunal del cielo. Eso es lo justo. Dios es un Dios de infinita justicia y rectitud (Sal. 33:4-5). Estaría mal y sería malvado de su parte pasar por alto el pecado.

Pero eso crea un enorme problema para todos nosotros: “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?” (Sal. 130:3 NBD).

Todos somos culpables ante Dios. Un solo pecado nos condena totalmente (Stg. 2:10). Y no podemos limpiar nuestra culpa como un leopardo no puede quitarse sus manchas.

Entonces, una supuesta lucha para perdonarnos a nosotros mismos surge aquí. Sabemos que somos culpables. La culpa tiene dos aspectos. El primero, y más importante, es nuestra culpa objetiva ante Dios. Somos culpables —ya sea que lo percibamos o no— a la luz de nuestras ofensas ante Dios. El segundo es que sentimos culpa subjetiva. En su bondad, Dios nos ha programado a todos con una conciencia. Es la “alarma del alma” que suena en respuesta al pecado. Entonces, este tipo de culpa puede ser un regalo. Sentirnos mal con nosotros mismos por no haber tratado con nuestras ofensas es la expresión objetiva del amor de Dios, no un mero sentimiento que debe ser ahogado por la autorrealización y el auto-consentimiento.

Pero esta es la razón por la que el diagnóstico “no puedo perdonarme” es tan peligroso. Refleja un entendimiento equivocado de Dios, de mí mismo, y de la naturaleza de la culpa. Y fracasa porque no recibe correctamente la provisión divina para la culpa humana.

Hay grandes noticias para aquellos que viven en la improductiva rutina del “auto-perdón” ficticio. Dios ha provisto la Solución para nuestra culpa. Su Hijo, Jesucristo, descendió del cielo y se hizo hombre. Vivió la vida perfecta y sin pecado que nosotros nunca hubiéramos podido vivir; nunca necesitó perdón; nunca incurrió en culpa. Entonces, fue a la cruz a hacer algo extraordinario: cumplir la sentencia por nuestro pecado. Eso es lo que pasó cuando sufrió y murió en la cruz. Ya que su sufrimiento por nuestro pecado se cumplió, entonces ¡la culpa correspondiente es cancelada por Dios! Cuando Cristo resucitó corporalmente de la muerte, demostró que su vida fue sin pecado; así, borró nuestra culpa ante Dios y proveyó nuestro perdón.

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7).

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándonos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:13-14).

Entonces, la solución para el “auto-perdón” ficticio es la vida sin pecado, la muerte vicaria, y la resurrección vindicadora de Jesucristo. Debemos huir de cualquier idea de que necesitamos perdonarnos a nosotros mismos, y en su lugar ver más allá de nosotros mismos y ver al Cristo resucitado.

Tal vez, en el fondo, nuestra lucha por el “auto-perdón” manifiesta nuestra falta de fe en que Dios, el único Juez, pueda perdonar nuestro pecado. Este es un escenario terrible. Las razones para la incredulidad pueden ser una inocente batalla con la duda o una miserable rebelión en contra de la verdad. En cualquier caso, confiésalo ante el Juez de toda la Tierra. Y mira a su provisión de gracia en su Hijo, aquel cuya muerte es la única que remueve la culpa y provee perdón.

Hace aproximadamente 300 años, el puritano John Bunyan escribió El progreso del peregrino, en donde el personaje principal, Cristiano, habría sido diagnosticado por muchos hoy como alguien lidiando con el «auto-perdón». Cristiano lleva una enorme mochila en su espalda llamada “carga”. Una porción de la historia lidia con el dilema de remover su carga. Él intenta varias técnicas de autoenfoque y autorrealización. Él intenta dormirla. Eso no funciona. Conoce a un tipo precario llamado “Don Sabio Mundano”. Él aconseja a Cristiano que consulte a dos individuos: Legalidad y Urbanidad, quienes supuestamente tienen la habilidad de ayudar hombres a salir con ingenio de la carga. Sus métodos incluyen hacer bien a uno mismo. Sin embargo, Legalidad y Urbanidad son impostores que proponen soluciones hechas para destruir al hombre. Eventualmente, él entra a través de la puerta estrecha y continúa por el camino llamado Salvación. Viene a una pequeña colina sobre la que hay una cruz, con una tumba vacía al fondo. Solo por ver a la cruz, finalmente ocurre: la carga de Cristiano cae de su espalda, y con bastante facilidad. Y no solo cae, sino que cae en la tumba vacía, para nunca más ser vista.


Para una lectura adicional, vea Forgiveness: I Just Can’t Forgive Myself.


Eric Davis es el pastor de Cornerstone Church en Jackson Hole, Wyoming. Él y su equipo plantaron la iglesia en el año 2008. Leslie ha sido su esposa por 15 años y es la madre de sus tres hijos.


Publicado originalmente en www.thecripplegate.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.