Voy a asumir que todos nosotros, en algún punto de nuestras vidas, nos hemos hecho la pregunta: “¿Por qué a mí?”. Sé que yo me la he hecho. Es especialmente fácil lamentar nuestra situación cuando nuestras circunstancias parecen difíciles o una cosa tras otra no va de acuerdo a nuestro plan.

Sabemos que, a veces, la vida puede ser abrumadoramente difícil y por eso exclamamos “¿por qué a mí, Señor?”. Pero no somos los únicos que se han sentido así. Incluso el salmista tuvo algunas preguntas difíciles que trajo delante del Señor.

“¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?” (Sal. 13:1-2).

¿Has estado en esta condición? ¿Te has sentido exhausto, sin poder más, sin entender por qué las cosas no han cambiado aún, y sin saber cómo continuar?

Lo que me encanta de los Salmos es que llegamos a ver cómo el escritor atraviesa los mismos sentimientos de desesperación, frustración, tristeza, y miedo que nosotros también sentimos.

Cuando llegamos al punto donde comenzamos a preguntar “¿por qué a mí, Señor?”, hay dos principios que aprendemos de los salmistas que debemos no solo recordar sino también practicar.

1. ESTÁ BIEN SER HONESTO

Es algo bueno ir al Señor y derramar todo lo que sientes, qué piensas, las preguntas que tienes, las cosas que no entiendes, y el estado de tu corazón. Esto no toma por sorpresa al Señor. Este tipo de oración nos acercará a Él porque es pura y real, porque buscamos una respuesta del único que nos la puede dar. Demasiado a menudo, nos acercamos a Dios con una lista de cosas que queremos y las mencionamos sin mucho sentimiento. Sin embargo, los tiempos de dificultad y sufrimiento nos ponen de rodillas, llevándonos a derramar lo que realmente pasa en nuestros corazones y a buscar la gracia inmerecida de Dios.

El escritor del Salmo 38 dice que debido a sus circunstancias difíciles se siente como si estuviera listo para caer y dice: “mi dolor está delante de mí continuamente”.

Aprende a expresar qué pasa en tu corazón y mente. Eso, en sí mismo, es refrescante para el alma.

2. REGRESA A LA VERDAD

Nuestros sentimientos no son siempre atinados, y aunque es bueno venir al Señor con todos nuestros problemas, no deberíamos quedarnos allí. Podría parecer que Dios se ha olvidado de ti, o podría parecer que la bondad de Dios y su ayuda no están en ninguna parte, pero esto no es verdad y por eso necesitamos recordarnos a nosotros mismos lo que sí es verdad.

Esto es lo que el salmista hace en el Salmo 13. Se siente desesperado, está molesto, no entiende por qué Dios está permitiendo las cosas que está permitiendo, pero decide enfocarse en lo que él sabe que es verdad.

 “Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me ha hecho bien” (Sal. 13:5-6).

El amor de Dios hacia nosotros es infalible, lo que significa que Él no puede hacernos cosas crueles ni malas. Si Él lo hiciera, no sería amoroso y eso sería contrario a quien es Dios.

El Salmo 119:68 nos dice:

“Bueno eres tú, y bienhechor”.

“¿Por qué a mí?”. La verdadera pregunta es “¿Por qué no a mí?”. Yo no soy mejor que nadie, no soy más o menos merecedor, no soy más o menos pecador. Si yo estoy en medio del dolor y la lucha necesito ser honesto con el único que puede hacer algo al respecto, y regresar a la verdad sobre Dios que olvidé por la severidad de mis circunstancias.

“Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él” (Sal. 34:8).


Jen Thorn creció en Alemania y pasó algunos años en África con sus padres misioneros. Estudió en el Moody Bible Institute, donde conoció a su esposo y mejor amigo. Ha estado casada con él 16 años y tienen dos hijos y dos hijas. Le encanta la teología y tiene una pasión por ayudar a mujeres a caminar con Dios más profundamente.


Publicado originalmente en www.club31women.com. Este artículo ha sido traducido y usado con permiso.