¡Qué piadosas lucen nuestras conversaciones los domingos por la mañana!

Hola, ¿cómo has estado?”

“Muy bien, gracias a Dios. ¿Y tú?”

“Todo bien, muy bien. Gracias a Dios.”

Bueno, no sé si muy piadosas, pero al menos pareciera que todo va muy bien en nuestras vidas y en la de nuestras hermanas en la congregación. ¡Y ni se diga al ver Facebook o Instagram! A todas les va fenomenal: se van de vacaciones, compraron un nuevo carro, su familia sirve a Dios fielmente… ¡y la lista podría seguir y seguir!

Y, aunque el domingo tengamos una apariencia de felicidad muchas veces entre semana luchamos con pensamientos como estos:

¿Por qué ella sí puede trabajar y realizarse como profesionista, mientras que aquí estoy yo en casa cambiando pañales?

¿Por qué ella sí puede quedarse en casa con su familia cuando yo tengo que salir a trabajar?

¿Por qué su esposo tiene un trabajo bien remunerado y es el líder espiritual de su familia y el mío no?

¿Por qué ella sí encontró un novio tan rápido y se casó, mientras yo aquí estoy soltera y esperando?

¿Por qué ella tiene tanto tiempo libre para salir con amigas y servir a Dios, y yo aquí estoy limpiando la casa y cocinando?

¿Por qué, después de tantos años, no puedo tener una casa propia o cambiar mi carro como ella lo ha hecho?

¿Por qué ella puede tener tantos hijos y tener una familia feliz cuando yo no puedo tener ni siquiera uno?

¿Por qué a ella le dieron esa responsabilidad en la iglesia si apenas acaba de llegar a la congregación y a mí, que llevo tanto tiempo aquí, no me dan ningún liderazgo?

En cada pregunta, podemos ver mujeres insatisfechas, vacías y deseosas de experimentar lo que alguien más vive. Mujeres murmurando contra Dios. Yo he estado ahí. Y, cuando me encuentro luchando con mis pensamientos, quiero detener todo con un simple: “Ya Andrea, no está bien que pienses así. Sé agradecida”. Pero, a las pocas horas, me encuentro en la misma situación: insatisfecha, quejándome y deseando cambiar mis circunstancias. Surge la pregunta: ¿cómo podemos vencer estos pensamientos pecaminosos?

Quiero compartirte tres elementos que te pueden ayudar a luchar contra el descontento en tu vida.

1. Ve tus pensamientos como Dios los ve

Podemos poner muchas excusas para seguir pensando y murmurando así. Es decir, ¿qué tan dañinos pueden ser estos pensamientos? ¿A quién pueden herir? Finalmente, nadie los ve ni escucha. ¿No es así? Sin embargo, la falta de contentamiento es un pecado (1 Ti. 6:8–10; He. 13:5; 1 Co. 10:10). Es uno de esos pecados que aceptamos en nuestra vida por el simple hecho de no ser “escandalosos”. Pero, aunque no sea escandaloso para nosotros, sí lo es para Dios.

De hecho, es normal que el descontento venga acompañado de otros pecados:

  • Envidia: Desear lo que alguien más tiene.
  • Afán: Preocupación desmedida sobre cómo obtener lo que alguien más tiene.
  • Queja: Verbalizar el descontento contra las personas que nos rodean (aquí es donde se llega al sentido más pleno de la murmuración).
  • Idolatría: Valorar la comodidad, las posesiones materiales o una situación familiar más que a Dios.
  • Orgullo: Victimizarnos al pensar en nuestros logros y lo que creemos merecer debido a ellos.

No podrás dejar de murmurar contra Dios hasta que reconozcas que es pecado. Hasta que veas la gravedad de tu descontento, viéndolo como un pecado directo contra la santidad de Dios que arrastra tantos pecados, verás tu urgente necesidad de cambiar tus pensamientos.  

2. Predícate la Verdad de la Palabra

Al luchar contra el descontento, muchos pasajes podrían ayudarte. A mí, Dios me habló a través  en mi tiempo devocional en Mateo 20:1-16.

En este pasaje, Jesús cuenta una parábola. Un padre de familia salió temprano a buscar trabajadores para su viña, y contrató a unos trabajadores como a las 6 am. Él acordó pagarles un denario a cada uno (un pago justo por un día de trabajo). Más tarde, como a las 9 am, el padre contrató a más trabajadores. Por último, como a las 5 pm, contrató a otros más.

Al final del día, llegó el tiempo en que el mayordomo, por indicación del Padre de familia, daría el pago a cada trabajador. Y ahí estaban los trabajadores que fueron contratados al iniciar el día, recibiendo el pago justo acordado: un denario. Pero, para su sorpresa, quienes comenzaron a trabajar tres horas más tarde, ¡estaban recibiendo el mismo pago! Y eso no fue lo peor para ellos, sino que los trabajadores que llegaron casi al final de la jornada ¡también recibieron el mismo pago que ellos!

Imagino la sorpresa y alegría de aquellos que recibieron un denario (aunque no lo merecían). Por supuesto, también es de esperarse la reacción por parte de los primeros trabajadores. Ellos se quejaban: “Aquellos trabajaron solo una hora, sin embargo, se les ha pagado lo mismo que a nosotros, que trabajamos todo el día bajo el intenso calor” (Mt. 20:12). ¿Contra quién murmuraban? No contra sus compañeros ni contra el mayordomo, el versículo 11 dice: “murmuraban contra el Padre de familia”. Cuando leí esto se partió el corazón. Cada queja, codicia, y envidia que hay en nuestro corazón es una murmuración directa contra Dios.

Recordar la Palabra me hace reconocer que, cada vez que me encuentro quejándome o envidiando a alguien más, estoy murmurando contra Dios. Estoy hablando mal del Creador del universo y del bondadoso Dios que dio a su único Hijo por mí. Le estoy diciendo: “Dios, tú no eres bueno. Yo merezco más y eres injusto conmigo”. Suena fuerte, ¿verdad? No solemos ver nuestro descontento y envidia de esa manera. Pero es nuestra realidad. Nuestro corazón olvida las bondades de Dios; olvida que Dios no es deudor de nadie; y olvida que todo lo que tenemos Dios nos lo ha dado por gracia.

3. Practica la verdad de la Palabra

Entonces, ¿qué hacer cuando me encuentro descontenta, codiciando la vida de alguien más? ¿Basta con pensar “sé agradecida y deja de pecar”? La verdad es que no. Tienes que ser una hacedora de la Palabra. Necesitas la ayuda de Dios para derrotar el pecado en tu vida. Te comparto algunos principios bíblicos para luchar contra el descontento.

Primero, necesitas arrepentirte. Cuando vemos nuestro pecado como Dios lo ve, debemos pedirle perdón por ello. Ese es el comienzo del camino que nos brinda misericordia (Pr. 28:13). El arrepentimiento es el comienzo del verdadero cambio.

Segundo, busca plenitud en Cristo. Todas y cada una de nosotras solo podemos sentirnos completas en Él (Col. 3:9-10). Dios es bueno, incluso cuando no tenemos las capacidades, los hijos o la casa que deseamos. Él nos ha dado a su Hijo mismo, no solo para salvarnos del infierno, sino también para llenarnos y satisfacernos en Él.

Por último, no luches sola con tu pecado. No nos gusta sentirnos vulnerables o reconocer que estamos descontentas con nuestras vidas. Mostramos una falsa faceta de plenitud, gozo y bienestar (sobre todo en las redes sociales). Pero necesitas ayuda (Gál. 6:12). Necesitas buscar a una cristiana con suficiente madurez con quien puedas abrir tu corazón. Alguien que no te diga lo que tú quieres escuchar, sino que te recuerde la Palabra y te guíe al arrepentimiento. Es un proceso que implica humillarse y muchas lágrimas, pero una buena amiga puede ser de gran bendición en tu lucha contra el descontento.     

CONCLUSIÓN

Aunque somos buenas aparentando, la mayoría de nosotras sufrimos descontento en algún área de nuestra vida. Y murmurar contra Dios no es un pecado menor. No es algo que podamos ignorar. Es una ofensa directa contra Dios y su Palabra puede ayudarnos a reconocerlo. Gracias a Dios, hay esperanza. Dios nos perdona si nos arrepentimos y nos brinda plenitud en Cristo. Además, nos ha brindado la bendición de tener hermanas en nuestra iglesia. Por eso, cada vez que llegue un pensamiento de descontento o la gran tentación de quejarte, reconoce tu pecado, recuerda la Palabra y rinde tu voluntad. .


Andrea Ruiz, originaria de Guanajuato, salió de su hogar a los 15 años para estudiar la preparatoria y posteriormente la licenciatura en la Universidad Cristiana de las Américas. Durante sus estudios conoció a Julio Salgado, quién ahora es su esposo. Actualmente ambos, junto con su bebé Andrés, sirven en la Iglesia Bautista Genezareth y disfrutan colaborar en el ministerio de educación. Le apasiona la enseñanza, la oratoria y la redacción.